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Arturito y Puigdemont

2 de junio de 2024 13:15 h

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Sentados frente a un tapete verde Sanchez y Puigdemont conocen una afamada regla del póquer: si no sabes con certeza a quien van a desplumar en la mesa, es a ti a quién le van a quitar la camisa. Las casas de apuestas pagan más por la opción de Puigdemont. Entienden que va a perder. Carles, ríe payaso, el público paga y quiere reir, o mejor ríe payaso, el público vota.

Dicen que la independencia virtual de Cataluña en los tiempos de Puigdemont duró menos de un minuto. Y es que querer separar a Cataluña de España y de Europa, aunque solo sea porque sabes que más de la mitad del público no lo quiere, es una soberbia payasada. Un exceso. Es parecido al diario de un loco de Gogol, los rusos y Carlos, que al final ya loco del todo, se creyó el rey de España porque no entendía que un trono como el de España pudiera estar vacante. Y es que algunos catalanes de hoy ven tronos vacantes cuando hay una sólida constitución. Y sus antepasados hace ochenta y siete años vieron una república en Madrid y declararon otra en Barcelona. Y podemos hablar problema catalán, pero sin apartar la mirada de Carles y de quienes le votan.

Carles apadrina una etnomanía, una obsesión sin encaje científico. Representa a un grupo identitario que se cree distinto y superior y se define por diferencias para afirmar su poder y sus privilegios. Subordina la ciudadanía a la etnicidad y por eso su empeño tiene poca calidad democrática. Si fueran buenos demócratas suspirarían por la igualdad y los derechos de todos y no lo hacen. Como hablan de lucha, parecen gente de progreso, pero son como los nacionalismos  europeos en palabras de Stefan Zweig, la mayor peste de Europa.

La república de Carles es la que quiere la derecha catalana. Te lo voy a demostrar con la muestra de un botón. Recibiste al líder de los empresarios de Cataluña hace pocas semanas en tu exilio francés para asegurarle que el gobierno en Madrid no aprobaría la presencia de los sindicatos en los consejos de administración de las empresas como es normal en Alemania. Lo hiciste por el pueblo catalán. Su etnomanía solo sería justificable para redimir su pueblo oprimido que si lo está , lo será por la cleptomanía de Pujol y por la estulticia de Artur Mas. Este Mas en cinco años de presidente recortó a la sanidad catalana en un quince por ciento de su gasto sanitario. Acaso para eso ganaba las elecciones.

Nietzche llego a decir de Shakespeare que este tuvo que sufrir mucho para tener aquella necesidad de hacer el bufón. Pues se lo aplicamos a nuestros hombres aquejados de ese espejismo identitario sin esgrima alguna, que arruina el lenguaje y con ello el dialogo y anula la razón que lleva al entendimiento. Es una enfermedad esa de Carlos y su gente, que no lo arregla ni el medico chino que eran médicos inconmensurables que ejercían en Cuba y que dieron lugar al dicho canario. Y si me viene a la cabeza el inglés al hablar del catalán es porque si hay dudas de que Shakespeare fuera en realidad Marlowe, también las hay de que Carles sea el polichinela de Puyol.

Ni conllevanza ni cuentos chinos, es el catalán un problema perpetuo. Es que en realidad es un sentimiento a veces dormido y que a veces se arranca en arrebato y destrucción de la convivencia. Y entonces el problema perpetuo se convierte en la tormenta perfecta. De imposible solución, pero susceptible de ser gestionado. Y esto solo se puede hacer tomando la iniciativa en Madrid que es hacia donde apuntan las balas de ese delirio frustrado. Rajoy no se matriculó en esa asignatura de tomar la iniciativa. A Feijóo no le deja Abascal ir a clase.

Quienes le votan y quienes piden el voto hacen bueno el aserto de Galdós, los hay tontos y los que se pasan de listos. Entre los tontos, Artur Mas le quito el seguro a la espoleta y la granada produjo humo y luego un olor fétido. Reivindicar que el principado de Cataluña tuvo un parlamento propio que no se reunía muchas más veces que el parlamento del reino de Valencia o las cortes del reino de Aragón es reivindicar en falso. Reivindican humo de paja. Y la Cataluña selecta, innovadora y culta calla y hasta vota al payaso porque no tienen una buena alternativa. La alternativa de quién toma la iniciativa.

Sentados frente a un tapete verde Sanchez y Puigdemont conocen una afamada regla del póquer: si no sabes con certeza a quien van a desplumar en la mesa, es a ti a quién le van a quitar la camisa. Las casas de apuestas pagan más por la opción de Puigdemont. Entienden que va a perder. Carles, ríe payaso, el público paga y quiere reir, o mejor ríe payaso, el público vota.

Dicen que la independencia virtual de Cataluña en los tiempos de Puigdemont duró menos de un minuto. Y es que querer separar a Cataluña de España y de Europa, aunque solo sea porque sabes que más de la mitad del público no lo quiere, es una soberbia payasada. Un exceso. Es parecido al diario de un loco de Gogol, los rusos y Carlos, que al final ya loco del todo, se creyó el rey de España porque no entendía que un trono como el de España pudiera estar vacante. Y es que algunos catalanes de hoy ven tronos vacantes cuando hay una sólida constitución. Y sus antepasados hace ochenta y siete años vieron una república en Madrid y declararon otra en Barcelona. Y podemos hablar problema catalán, pero sin apartar la mirada de Carles y de quienes le votan.