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Canarismos. Un croquis

Ángel Víctor Torres, en un acto del PSOE de Canarias

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El presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres, en la última reunión del Comité Regional (sic) del PSOE, celebrada en Las Palmas de Gran Canaria el 14 de enero, cerraba su intervención arguyendo que “da igual que se llame canarismo, canariedad, canaristas…”: su partido es tan defensor de los intereses de Canarias como los partidos que se reconocen en esos conceptos. Más allá del ardid retórico de presentar al canarismo como un rebumbio ininteligible, habremos de admitir dos aspectos que desgranaré a continuación. 

En primer lugar, hace no demasiado era totalmente impensable que la principal figura política de este país canario aludiera al “canarismo” ni siquiera como posibilidad. El concepto como tal no era manejado por absolutamente nadie. Pertenecía -en su primera formulación- a una época ya lejana y no parecía que fuera a jugar ningún papel en el estéril campo del pensamiento “nacionalista” canario, si es que tal cosa ha existido desde 1993 en adelante, más allá de las notables pero escasísimas excepciones habituales. 

Seguidamente, el socialismo en Canarias no puede seguir haciendo caso omiso -en curiosa coincidencia con Coalición Canaria, el partido canarista por excelencia desde su creación- y pasar de largo ante un debate que necesariamente deberá afrontar en algún momento: la redefinición de Canarias y su propio proyecto político desde claves propias. Cuando se atrevan a tener esa discusión ideológica e intelectual, tal vez adquieran las características propias de una tradición política que merece volver a ser mucho más que un apéndice de Ferraz. En otras palabras, pasar de ser el PSOE en Canarias para ser un verdadero Partido Socialista Canario. 

En cualquier caso, como admito que en cualquier momento constituyente, la inestabilidad de los significantes, amén de muchas otras variables, no ayuda a orientarse con certeza en cuanto a algunos debates y conceptos, me propongo fijar aquí algunos elementos por si pudieran servir de ayuda en cuanto a ese debate tan forzoso como necesario. A riesgo de repetirme y de incurrir en cierta ligereza, diré para empezar que la canariedad es la identidad cultural del pueblo canario; que esta es una construcción histórica inacabada e inacabable que se va enriqueciendo no solo con la propia evolución del sustrato cultural ya asentado tras siglos en nuestra sociedad, sino con los innumerables aportes que llegaron y siguen llegando del exterior. 

Además, en una sociedad tan compleja como la canaria, con actores sociales tan diversos, además de por su propia fragmentación territorial, generacional, de género, etc., no es en absoluto descabellado hablar mejor de canariedades antes que de canariedad. Estas canariedades son patrimonio del pueblo canario en su conjunto, más allá de ideologías, y también de la humanidad entera, como cualquier otra identidad cultural del planeta. Merecen ser protegidas, celebradas, conservadas, rediscutidas y transmitidas en sus mejores versiones, como el tesoro que son para ser entregadas a las futuras generaciones, las cuales deben sumarse activamente a la tarea constante e ingente de su redefinición para libremente dejar su impronta en un esfuerzo inagotable. 

Tan plurales como las canariedades lo son los canarismos. Al igual que con los catalanismos, valencianismos, andalucismos, etc., hablamos ahora de ideologías políticas. Consciente de la tremenda importancia que el hecho geográfico tiene en la conformación de la subjetividad colectiva canaria, he entendido siempre que los distintos canarismos se asientan sobre un pilar elemental: son fuerzas de todo tipo cuyas estructuras se asientan en las Islas Canarias. Sus propuestas, proyectos, programas, candidatos, alianzas, etc. se deciden en el archipiélago. No es un mero asunto cartográfico. Simplemente, cuando las decisiones que nos atañen se toman fuera de Canarias, no revisten la más mínima norma elemental del funcionamiento democrático. Es cierto que hay fuerzas que cumplen con este elemental requisito posicional pero que todavía no han hecho ninguna reflexión al respecto. Son canaristas por circunstancias, es forzoso admitirlo, pero uno no siempre elige el lado del que te coloca la Historia. 

También he querido definir los canarismos como habitantes de un espacio político comprometido no solo con la defensa del autogobierno sino también con el bienestar de la ciudadanía canaria. Y es aquí donde encontramos no pocas de las razones para la pluralidad interna de dicho espacio. En demasiadas ocasiones, ese “bienestar” se ha entendido estrictamente como la defensa de las singularidades económicas y fiscales de las Islas. Además, para rizar el rizo, dichas singularidades no siempre han sido interpretadas como instrumentos para la mejora de las condiciones de vida de la ciudadanía canaria sino como herramientas al servicio de lobbies, minorías extractivas, atractivos para la inversión foránea de dudoso beneficio para la sociedad isleña, etc. Es normal, por tanto que afloren distintas visiones, sensibilidades en torno al canarismo, como sucede en tantas otras latitudes. 

En mi opinión, podemos distinguir dos grandes corrientes dentro del canarismo actual fácilmente reconocibles. En primer lugar, una hegemónica, más desarrollada, que es la del canarismo autonomista que representan Coalición Canaria y Nueva Canarias. Su aceptación del marco del Estado de las Autonomías, la Constitución del 78, el modelo económico actual, la importancia que conceden a las singularidades económicas y fiscales sin apenas cuestionamiento crítico, su nula atención a los elementos de una hipotética construcción nacional o la identidad cultural más allá de cierto tradicionalismo, etc. los ubican en un espacio de moderación y conformidad con el status quo actual, en el que comparten muchísimos elementos, como no podía ser de otra forma, al venir ambas del mismo tronco común. Las diferencias y matices que los separan podrían desaparecer mañana mismo -si se dieran ciertas condiciones- y no son mayores que las que hay dentro de la propia Coalición Canaria o dentro del PSOE-Canarias, canalizándose estas mediante el debate en los órganos internos. 

Por otro lado, se intuye el nacimiento de un canarismo popular que recoge algunos elementos del nacionalismo de izquierdas histórico de la etapa anterior a 1993 pero que comienza a nuclearse en torno a ideas y construcciones nuevas. Es prioritario reconocer que este no se reconoce en absoluto en el canarismo autonomista y nace como su antagonista, para combatirlo, aunque una vez supere esta fase embrionaria deberá admitir que su principal antagonista no es otro que el sucursalismo español. Quiere ser alternativo, contestatario y a la vez participar de la política institucional desde marcos propios e innovadores como ni se imagina el canarismo autonomista. Mantiene una visión muy crítica con el modelo económico instaurado en Canarias y comienza a dibujar un horizonte de superación de la autonomía, a la que se juzga como causante y/o mantenedora de alguno de los principales problemas de las islas: dependencia, subdesarrollo, paro, precariedad, emigración, sobrepoblación, etc. Aunque hace gala de una voluntad de constituirse como fuerza soberana, no deja de tener lazos, relaciones, canales de comunicación -no siempre cordiales- con fuerzas que sin ser estrictamente sucursalistas, sí que están integradas en estructuras estatales de corte federal no muy distintas a las del PSOE, por poner un ejemplo. 

Y es que los canarismos no pueden negarse a jugar sus respectivos papeles históricos: canarizar tanto como se pueda a aquellas fuerzas menos hostiles al objetivo político de “que todo lo que suceda en Canarias se decida en Canarias” para avanzar hacia el “aquí vivimos, aquí decidimos” que nos empodere como pueblo. He ahí que el canarismo pone tareas a todo el mundo, a su debido nivel, para que se hagan cargo de ellas. El canarismo popular debe atraer a la izquierda menos anticanaria hacia posiciones más civilizadas y democráticas para construir un nuevo soberanismo para el siglo XXI. Coalición Canaria y Nueva Canarias deben ser conscientes de la necesidad de construir un gran partido nacional canario -aportándose mutuamente implantación territorial y centralidad ideológica- desde el que canaricen a los partidos hoy sucursalistas para que cuestionen sus respectivos cordones umbilicales con Ferraz y Génova. Todos deben trabajar sin descanso para derrotar la dependencia y el subdesarrollo. 

De esto también trata la política, más allá del regate corto, la próxima cita electoral, la mirada exclusivamente táctica. Existe también el pensamiento estratégico para quien sepa comprenderlo y cultivarlo. Sin él, el canarismo no pasará de ser una moda a la que sustituirá otra, sin mayor sustancia ni trascendencia. Sin embargo, si los distintos canarismos desarrollan una perspectiva propia, de medio y largo plazo, en la voluntad de transformar no solo el sistema de partidos sino Canarias entera, llegará un día en que decir canarista sea algo perfectamente innecesario y redundante. No podemos aspirar a una victoria más rotunda. 

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