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Castro, a media voz

Y a media voz, ya en la mesa, frente a un pámpano al horno que nos han preparado en el Chejota y saboreando un Contiempo blanco, el sempiterno palmero de la política isleña augura que asistimos al final de un ciclo. Y que el final de ese ciclo se huele tan claro como los matices florales y a frutas tropicales, mayormente parchita, en las copas del magnífico vino del valle de Güímar.

Son muchas las cosas que no puedo contar de la conversa, pero las daré a conocer tal vez más adelante, como si fuesen ocurrencias mías. Lo haré desgranando, no secretos, sino evidencias oportunas, apuntes clarividentes de alguien perteneciente a una Coalición mantenida en el poder durante tanto y que ahora, no sé si espoleado por su función arbitral, se interroga sobre el futuro.

A Castro le toca presidir la legislatura parlamentaria más agresiva y cutre de toda la historia autonómica. El presidente deplora la falta de elegancia que impera en los debates y reconoce que es difícil convencer a la población de que el trabajo que se desarrolla en la Cámara influye directamente en su cotidiana existencia. Y sabe, porque está en la pomada del partido que, aunque los socialistas triunfen en las elecciones del 9-M, el pacto CC - PP no tiene vuelta atrás. Paulino es mucho. Y Paulino podría ser nada. Con una renegociación del pacto. Digo yo; no Castro.

Y uno, al margen de lo que cuenta don Antonio a media voz, supone que las cosas habrían cambiado mucho en estos peñascos si, en estos momentos, Rivero fuese, un suponer, el maestro armero de Teobaldo Power y Castro el presidente del Ejecutivo. Entre otras cosas, porque, para la levantisca opinión grancanaria, el palmero habría significado una especie de tranquilizador paréntesis en la continuidad tinerfeñista de la presidencia comunitaria. Una continuidad que es objetivamente el mayor error de CC en los últimos tiempos: el detonante de ese cambio de ciclo que barruntaba mi ilustre compañero de mesa ayer. Intuyo.

José H. Chela

Y a media voz, ya en la mesa, frente a un pámpano al horno que nos han preparado en el Chejota y saboreando un Contiempo blanco, el sempiterno palmero de la política isleña augura que asistimos al final de un ciclo. Y que el final de ese ciclo se huele tan claro como los matices florales y a frutas tropicales, mayormente parchita, en las copas del magnífico vino del valle de Güímar.

Son muchas las cosas que no puedo contar de la conversa, pero las daré a conocer tal vez más adelante, como si fuesen ocurrencias mías. Lo haré desgranando, no secretos, sino evidencias oportunas, apuntes clarividentes de alguien perteneciente a una Coalición mantenida en el poder durante tanto y que ahora, no sé si espoleado por su función arbitral, se interroga sobre el futuro.