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Cultura, encuestas e igualdad sexual

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A mitad de enero de 2024 la publicación del estudio “Percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres y estereotipos de género” generó un considerable revuelo en prensa, y los titulares se solían centrar en torno a la idea de que “El 44% de los hombres cree que las políticas de igualdad han ido demasiado lejos y que son ellos los discriminados. A menudo se expresa preocupación porque entre los jóvenes de 16 a 24 años llegan a casi un 52% quienes están muy o bastante de acuerdo con dicha afirmación. Aunque no es mi intención entrar en tecnicismos innecesarios, creo que para que el público en general valore los datos es necesario explicar que la encuesta, con una muestra de más de 4.000 personas entrevistadas, es representativa de la población española en su conjunto, pero cuando se empiezan a hacer subdivisiones de la muestra esa representatividad se pierde. Pongamos por caso que se entrevistó a una persona del municipio de Betancuria, que, por aquello de las leyes del azar, declaró que no colaboraba en absoluto en las tareas domésticas. No tendría sentido el titular “Los hombres de Fuerteventura, los más machistas de España”. En la ficha técnica se puede ver que se encuestaron a 182 hombres de 26 a 44 años, por lo que afirmaciones como las anteriores deben ser contextualizadas.

El debate generado ha llevado a que en los medios se planteen preguntas acerca de por qué hay tantos hombres, muchos jóvenes, enfadados. Gracias a este debate me he enterado de que existe la manosfera, un mundo en Internet que se siente agraviado por las mujeres y que está poblado por distintas subculturas, desde los MRA (activistas por los derechos de los hombres), los MTGOW (hombres que siguen su propio camino), a los incels (célibes involuntarios, todo ello por las siglas en inglés). Tenemos un problema cultural. La definición de “cultura” que más gusta a mi alumnado es la de “una caja de herramientas con soluciones para los problemas de la vida cotidiana”. Así surgieron las primeras culturas humanas: los mayores enseñaban a los jóvenes modos de actuar que permitían satisfacer sus necesidades (también las sexuales). Recuerdo una conversación en una terraza en que una mujer de cuarenta y tantos, hablando de su sobrino de 16, decía que el chico estaba muy centrado en el deporte, que aún no pensaba en las chicas. Puede que fuera así en ese caso concreto, pero, ¿cómo les estamos diciendo a la juventud que pueden hacer una de las cosas que más les preocupa, tener relaciones sexuales (y que éstas les satisfagan, claro)? La solución cultural que se me daba a mí, que nací en los 70, era más o menos la siguiente: tú ahora no pienses en chicas, céntrate en estudiar, preocúpate por ser un “hombre de provecho” y ya verás que todo lo demás viene solo. Una consecuencia lógica del incremento de la igualdad es que como también ellas pueden ser mujeres de provecho, y no necesitan un hombre que las mantenga, ese cuento que me enseñaron a mí ya no funciona.

¿Qué solución le estamos dando a la juventud para canalizar su sexualidad de una manera sana y socialmente aceptable? ¿Cómo se la estamos enseñando? Uno de los datos que me llamó a mí la atención del estudio citado, que quizá podría haber sido un titular alternativo, es que tanto hombres como mujeres están de acuerdo en que hablar abiertamente de los sentimientos es algo más propio de mujeres, y que esto es así más entre los jóvenes. En el grupo hombres de 16 a 24 años, el 65% dice que hablar abiertamente de los sentimientos es más propio de las mujeres. Y también se dice en el estudio que tanto hombres como mujeres consideran que lo de ver pornografía es más de hombres que de mujeres. “No puedes llegar a un grupo de adolescentes y empezar a hablar de sexualidad poniendo el énfasis solo en la violencia sexual sin hacer un discurso mucho más amplio, emancipador, que les permita construir otra manera de relacionarse”, decía en un artículo reciente Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional acostumbrado a impartir talleres en que se tratan estas cuestiones. El panorama es desalentador para todos/as, pero quizá especialmente más para los jóvenes. Eres hombre, quizá no tengas una figura masculina de referencia y, en cualquier caso, no te ha contado nada, porque, ya se sabe, lo de hablar de sentimientos no es cosa de hombres. Como sociedad estamos dejando gran parte de la socialización en la sexualidad, especialmente la masculina, en manos de la pornografía. Cuando por fin te dicen que vas a tener una charla sobre sexualidad, te cuentan lo que no tienes que hacer: no acoses, no cosifiques, no faltes al respeto, parte del consentimiento mutuo. Pero no te explican lo que tendrías que hacer para ligar. Como somos una sociedad en que la sexualidad sigue siendo tabú no enseñamos a los jóvenes cómo encauzarla de una manera sana. Jóvenes varones que se sienten discriminados en relación con las mujeres. ¿A qué se referirán? La sexualidad sigue siendo el elefante en la habitación que nadie mienta, ya va siendo hora de hacerlo. Doy clase a jóvenes. Y me parece que quizá a lo que se refieren ellos cuando dicen que se sienten discriminados es a que perciben que ellas saben ligar y ellos no. Aunque lo cierto es que ellas también tienen sus problemas. Seguiremos fallando como sociedad mientras nuestra cultura no provea herramientas para la vida cotidiana, también en la sexualidad. Quizá, en el fondo, seguimos siendo deudores de una visión negativa y represiva de la sexualidad: en 1974 la educación sexual se centraba en enseñar a las chicas lo que no tenían que hacer, y en 2024 en enseñar a los chicos lo que no tienen que hacer. Cuando, seguramente, lo que querrían todos/as es aprender lo que sí hacer. 

A mitad de enero de 2024 la publicación del estudio “Percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres y estereotipos de género” generó un considerable revuelo en prensa, y los titulares se solían centrar en torno a la idea de que “El 44% de los hombres cree que las políticas de igualdad han ido demasiado lejos y que son ellos los discriminados. A menudo se expresa preocupación porque entre los jóvenes de 16 a 24 años llegan a casi un 52% quienes están muy o bastante de acuerdo con dicha afirmación. Aunque no es mi intención entrar en tecnicismos innecesarios, creo que para que el público en general valore los datos es necesario explicar que la encuesta, con una muestra de más de 4.000 personas entrevistadas, es representativa de la población española en su conjunto, pero cuando se empiezan a hacer subdivisiones de la muestra esa representatividad se pierde. Pongamos por caso que se entrevistó a una persona del municipio de Betancuria, que, por aquello de las leyes del azar, declaró que no colaboraba en absoluto en las tareas domésticas. No tendría sentido el titular “Los hombres de Fuerteventura, los más machistas de España”. En la ficha técnica se puede ver que se encuestaron a 182 hombres de 26 a 44 años, por lo que afirmaciones como las anteriores deben ser contextualizadas.

El debate generado ha llevado a que en los medios se planteen preguntas acerca de por qué hay tantos hombres, muchos jóvenes, enfadados. Gracias a este debate me he enterado de que existe la manosfera, un mundo en Internet que se siente agraviado por las mujeres y que está poblado por distintas subculturas, desde los MRA (activistas por los derechos de los hombres), los MTGOW (hombres que siguen su propio camino), a los incels (célibes involuntarios, todo ello por las siglas en inglés). Tenemos un problema cultural. La definición de “cultura” que más gusta a mi alumnado es la de “una caja de herramientas con soluciones para los problemas de la vida cotidiana”. Así surgieron las primeras culturas humanas: los mayores enseñaban a los jóvenes modos de actuar que permitían satisfacer sus necesidades (también las sexuales). Recuerdo una conversación en una terraza en que una mujer de cuarenta y tantos, hablando de su sobrino de 16, decía que el chico estaba muy centrado en el deporte, que aún no pensaba en las chicas. Puede que fuera así en ese caso concreto, pero, ¿cómo les estamos diciendo a la juventud que pueden hacer una de las cosas que más les preocupa, tener relaciones sexuales (y que éstas les satisfagan, claro)? La solución cultural que se me daba a mí, que nací en los 70, era más o menos la siguiente: tú ahora no pienses en chicas, céntrate en estudiar, preocúpate por ser un “hombre de provecho” y ya verás que todo lo demás viene solo. Una consecuencia lógica del incremento de la igualdad es que como también ellas pueden ser mujeres de provecho, y no necesitan un hombre que las mantenga, ese cuento que me enseñaron a mí ya no funciona.