Espacio de opinión de Canarias Ahora
¿Habrá un día una Isla?
El sentimiento de amor a la Patria une mucho a las personas, nos hace partícipes de un ser espiritual mucho más grande y fuerte que nuestra frágil y efímera individualidad. En cierto sentido nos hace eternos; porque la Patria vive a través de las generaciones. La pertenencia a ese cuerpo místico, imaginario, mitiga la soledad del ser humano, la inapelable certeza de que cuando llega la hora nadie muere por uno: nos morimos solos y la vida sigue como si nada.
La Patria puede ser la ciudad en que nacimos, el reino o la nación a que pertenecemos, la comunidad de quienes profesamos las mismas ideas o convicciones religiosas...y hasta la Humanidad entera.
Y en el caso nuestro, el de los canarios, los sentimientos patrióticos pueden vincularnos a la Isla o a Canarias entera; porque hay vivencias y afectos que pueden sus tentar cualquiera de las dos pasiones.
Pero la Patria no piensa, ni quiere ni habla: inevitablemente alguien ha de hacerlo en su lugar. Quienquiera (y voluntarios siempre ha habido y los habrá) que logre convertirse en los ojos, la inteligencia y la voluntad de la Patria tendrá en sus manos una herramienta fenomenal para influir en los demás compatriotas. Y podrá usarla indistintamente para defender el bien de todos o sus intereses particulares.
Estos días estamos de celebraciones patrias, las de la Patria Canaria.
No concibo ninguna patria sin derechos humanos ni democracia. No aceptaré como Patria mía ninguna tierra ni comunidad humana en la que no se respeten las libertades inseparables de la dignidad de las personas o en la que el gobernante no pueda ser elegido o removido mediante el voto libre, libremente formado y expresado.
Por eso me siento extraño en mi propia Isla, en mi Patria tinerfeña, cuando compruebo estos días de efemérides canarias que la censura informativa -enemiga antigua de la libertad- sigue a sus anchas, tan campante. Desde la Inquisición hasta el franquismo, la misma guadaña fúnebre contra la palabra, contra la inteligencia. Cómo es posible que ni uno solo de los medios convencionales haya informado sobre las cuentas en Panamá del señor Cobiella.
Se podrá pensar que el protagonista es un héroe, un padre de la nueva Nación canaria, un empresario insigne, una persona de inteligencia empresarial sobresaliente. O lo contrario: que ha jugado con las cartas marcadas de la influencia; que es un evasor de impuestos o, simplemente, un traidor a la Patria Canaria, de la que tanto hablan los políticos a los que ha esponsorizado.
Pero no se podrá negar que el asunto tiene un indiscutible interés informativo, ése que los ciudadanos tienen derecho a conocer para formarse libremente su opinión sobre quién es quién en el mundo de la política o de la empresa. Para luego decidir libremente.
En pleno siglo XXI, el gran Pedro García Cabrera tal vez envolvería su esperanza en una incógnita: ¿Habrá un día una Isla que no sea silencio amordazado?
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