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Mucho más que una dulcería

Dulcería La Catedral

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En pleno corazón de la ciudad, la dulcería La Catedral abrió en La Laguna, Tenerife, en 1914 y, durante ciento diez años, por sus puertas salía a la calle el aroma goloso y azucarado de la felicidad hecha dulce. Atraídos por ese aroma y por una tradición regalada de padres a hijos, La Catedral ha endulzado a niños y a adultos con los sabores de toda una vida. 

Los dulces de La Catedral siempre habían estado a la venta y creíamos que así sería siempre, porque este negocio familiar sobrevivió a dos guerras mundiales, una guerra civil, una larga dictadura, el tránsito a la democracia, varias crisis económicas y hasta la pandemia de la COVID. Pero La Catedral cierra en 2024, y no lo hace porque sus productos no se vendan.

Sigue siendo una dulcería con éxito. Desde que era niño hasta este año, he sufrido muchos fines de semana, festivos y Navidades en que entraba a la dulcería y me decían que no les quedaba por vender ningún “lagunero”, el famoso pastelito que, según la tradición, nació en esta dulcería y que hoy es un dulce único, patrimonio culinario de la ciudad.

La dulcería La Catedral resistió a guerras y pestes pero no ha sobrevivido a que el centro histórico de La Laguna sea Patrimonio de la Humanidad.  

Desde 1999, año en que la UNESCO dio a la ciudad esta distinción para proteger su patrimonio, el número de franquicias en el centro histórico se ha multiplicado por más de cinco. El precio del alquiler de locales comerciales ha crecido aún más rápido. Y a la vez han ido cerrando en cascada comercios tradicionales, varios de ellos centenarios, como la librería papelería Vera, la zapatería Godiño…

En ciudades audaces y comprometidas, se logra evitar que cierren los comercios locales históricos y exitosos que le dan una identidad a la ciudad. El ayuntamiento ofrece al comerciante una subvención o un préstamo sin intereses, se facilita el traspaso para que otra familia se encargue del negocio, los vecinos siguen comprando en ese necesario comercio de toda vida… En estas ciudades hay soluciones para impedir los cierres. Pero en La Laguna, no. 

En el centro histórico lagunero, solo un puñado de vecinos y comerciantes valientes viven y trabajan ahí, luchando para que su ciudad no se convierta en un lugar cualquiera, sin identidad. Los políticos conocen desde hace años los graves problemas de vecinos y comerciantes. Los políticos también saben que los votos de los vecinos del centro ya no son decisivos para ganar las elecciones municipales. Así que el ayuntamiento ha dejado de preocuparse de verdad por los problemas de los laguneros del centro; simplemente los ha abandonado. 

Ese centro histórico vaciado de vecinos y negocios locales, sin embargo, está cada vez más lleno de franquicias que venden productos sin personalidad, más atiborrado de tascas y bares y más repleto de turistas y de visitantes de la isla que se pasean por el centro unas horas y que participan en ruidosas actividades callejeras, como conciertos casi diarios o noches en blanco que tanto dañan la calidad de vida de los vecinos. A muchos de esos turistas y visitantes fugaces se los encuentra uno sentados en un bar cualquiera hablando de lo bonito que está el centro histórico, pero sin saber nada del drama que viven sus residentes y sus comercios tradicionales, por no mencionar el estado ruidoso de numerosos edificios patrimoniales protegidos por la UNESCO: desde el monumental Palacio de Nava hasta docenas de pequeñas casas terreras. 

Desde hace veinte años, el ayuntamiento mal-gestiona el centro histórico mediante un documento llamado Plan Especial de Protección o PEP. Y desde hace veinte años, ese PEP, criticado hasta la saciedad por los vecinos, ha permitido destruir patrimonio protegido y expulsar del centro a residentes y comerciantes. Por eso, el triste cierre de la dulcería La Catedral no es un hecho aislado. Es otro ejemplo trágico más de que, sin una gestión participativa, transparente y ciudadana de su patrimonio, el centro histórico de La Laguna está abocado a desaparecer, porque está condenado a transformarse en un parque temático con unas pocas y maltratadas casas antiguas, frente a las cuales estarán las mesas y sillas para que se sienten a consumir los clientes de bares y franquicias. 

La movilización ciudadana duradera es la mejor vía para salvaguardar el patrimonio que hace única a La Laguna, incluidos sus comercios históricos. De lo contrario, daremos un pasito más hacia la catástrofe. El local que la dulcería La Catedral alquiló durante más de cien años podría ser ocupado por otra tasca que ofrece en su carta la misma comida que la tasca de al lado o por otra franquicia que vende productos cualquiera importados desde Asia. Y para las historias que les contaremos a nuestros nietos quedará el recuerdo de que, en esa esquina mágica, hubo una vez hace muchos años una dulcería donde olía a felicidad y donde se comía un dulce único, el lagunero. 

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