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Historia triste de una evasión (II)

Antonio Cavanillas / Antonio Cavanillas

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En 1779 Carlos III, a través de su valido Floridablanca, intenta poner coto al escándalo aumentando la inspección fronteriza. La Santa Hermandad detuvo en Soria a un labriego que, a lomos de un borrico, llevaba una fantástica María Magdalena, desde luego de Murillo, por orden de un tal Pedro Casamayor para entregar en Bayona a un testaferro. El cuadro puede verse hoy en la Real Academia de San Fernando. A pesar de ofrecerse recompensas en metálico ?la cuarta parte del valor del cuadro confiscado- fueron pocas las obras de arte recuperadas. Y ello porque era mayor la suma ofrecida por los contrabandistas: las colecciones españolas de aquella época estaban destinadas a emigrar. Los trescientos cuadros de Sebastián Martínez, un banquero gaditano, con piezas tan importantes como La Vieja y el Muchacho, de Murillo, o La presunta mujer del Conde-Duque, de Velázquez, pasaron a integrar las colecciones británicas.

La Revolución Francesa activó el movimiento de pinturas. Hasta cuarenta óleos sin acreditación, entre ellos Riberas, Murillos, Velázquez y Sánchez Cotán fueron subastados en París y Londres. No importaba que rodaran cabezas por orden de Robespierre. Casi mejor: el guillotinado solía tener cuadros valiosos que pasaban a manos de los gerifaltes que habían tomado por asalto la Bastilla.

Se iniciaba el siglo XIX, el más infausto en cuanto a la exportación ilegal de obras de arte en nuestra patria. Un marchante de Madrid, Juan de Aguirre, andaba en tratos con el embajador galo, Luciano Bonaparte, primo de Napoleón, gran coleccionista. Aguirre le vendió setenta pinturas por la irrisoria cantidad de 8.000 duros pagaderos en La Habana. Luciano, desconfiado, tenía un asesor, el pintor Lethière, pero apenas precisaba asesor para comprobar la calidad de La Inmaculada de Aranjuez, de Murillo, El Descendimiento de Pedro de Campaña, Retrato de Dama de Velázquez o Arquímedes y San Jerónimo, de Ribera.

El dictador Manuel Godoy, por su parte, no se quedaba atrás. Había formado su colección usando medios reprobables, por ejemplo sacando de la Casa de la Inquisición de Sevilla o de los Mercedarios de Madrid importantes pinturas de Murillo y Carducho. Le eran necesarias para adular hasta la náusea al general Sebastiani, a quien regaló un excelente Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosnas.

Concordaban el baratillo y la indignidad con la creciente sed extranjera de pintura española. En 1807 coincidieron dos marchantes-mangantes en España, uno inglés y otro francés. El británico por orden de Buchanam y el galo dirigido en la distancia por Lebrun, arrapiñaron con más de cien cuadros de las mejores firmas que les proporcionó un canónigo, López Cepero, uno de los depredadores más notables de pintura española en cualquier época. Pero la verdadera liquidación de nuestro patrimonio artístico se inicia en 1.808.

El más ilustre malhechor, el jefe de la banda, fue el mariscal Soult. Nicolás Juan de Dios Soult, hijo de un notario rural, tuvo una espectacular carrera militar con brillantes actuaciones en Austerlitz y Eylau. Fue ministro de la Guerra con Luis XVIII y, para bochorno de la insignia, galardonado con el Toisón de Oro. Toda la gloria militar de Soult queda manchada con su indigna actuación en Sevilla. Enterado de dónde se encontraban las mejores obras de arte, disfrazaba so capa de regalos sus exacciones, que se iniciaron nada más llegar. El sátrapa robaba sin ambages, pero lo hacía con visos de legalidad. Lisa y llanamente: ordenaba a las iglesias y comunidades que le regalaran los mejores cuadros.

Buen ejemplo es el famoso Nacimiento de la Virgen, de Murillo, que había sido juiciosamente escondido por los capitulares de la catedral. Enterado Soult del caso, envió inmediatamente a pedirlo como regalo. Años después, en París, mostrando su colección fruto de la rapiña a Mr. Gurwood, le dijo señalando el Nacimiento: “Esta es mi pintura favorita, porque salvó la vida a dos personas”, y su ayudante de campo, susurrándole al oído, aclaró al británico: “Es cierto. Amenazó con fusilar al deán catedralicio y al limosnero si no le regalaban el cuadro”.

Así fue como Soult coleccionó sus excelentes pinturas. Cuando salió de Madrid, en marzo de 1813, iba al frente de una caravana de furgones hasta arriba de cuadros desvalijados. Mas no fue Soult el único general ladrón, sino el más afortunado de la cuadrilla. Pero eso se verá dentro de unos días.

Historia triste de una evasión (I)

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