Espacio de opinión de Canarias Ahora
El imperio del cinismo en la casta política (del deterioro de la vida pública)
Participé este lunes pasado en el Tribunal de Evaluación de un excelente Trabajo de Fin de Máster acerca de la vida y obra de Hervé Guibert, periodista, escritor, guionista y fotógrafo francés -amigo del conocido filósofo Michel Foucault- que murió de SIDA en 1991. El trabajo tenía por finalidad rescatar la figura de Guibert como posible encarnación contemporánea del cinismo clásico o, más concretamente, como «un parresiastés en el sentido cínico». Vaya por delante que el cinismo ha tenido muy distintos defensores y detractores y, por tanto, muy diferentes interpretaciones. Y también que no es este el lugar para ocuparnos del mismo. Pero en lo que aquí me interesa he de señalar que el cinismo clásico que se pretendía ejemplificar en la personalidad de Guibert poco tiene ver con la noción común que actualmente tenemos del mismo. Hoy y entre nosotros –como muestra la primera acepción que a tal palabra adjudica el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española- cínico es aquel «que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas». A diferencia de éste cínico moderno o actual, el cínico clásico era más bien aquel individuo que defendía y practicaba un modo de vida austero y autosuficiente, a la vez que irreverente y crítico. Pero también era, por lo que aquí nos ocupa, aquel que llevaba un modo de vida veraz, en el que debía existir coherencia entre lo que se cree y lo que se hace o -dicho de otro modo- un modo de vida en el que no se actúa con falsedad, en el que no caben mentiras, al que les ajeno actuar en contra de aquello que se sabe o se cree verdad. De ahí que el cínico clásico pudiera estar estrechamente vinculado con el ejercicio de la parresía, esto es, con el decir-veraz, con el coraje o el valor de decir la verdad y actuar conforme a ella más allá de cálculos estratégicos y pese a los sinsabores o riesgos que ello pudiera conllevar, incluso para la propia vida.
En el Tribunal de marras comenté, entre otras cuestiones de índole académica, que la vida política actual parece haber abrazo este cinismo moderno o actual y olvidado por completo aquel modo de vida del cinismo clásico. Decía en suma que el decir y/o actuar con falsedad y desvergonzadamente parece imperar entre buena parte de la casta política española. Incluso cité –a modo de tan sobresaliente como siniestro ejemplo- al tristemente actual «trio de las Azores» o las desvergonzadas y falsas afirmaciones de José María Aznar del 13 de febrero de 2003: «el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva», «puede estar usted seguro y pueden estar seguras todas las personas que nos ven de que les estoy diciendo la verdad».
Son muchas las personas dispuestas a creer que estos son ejemplos aislados o, cuando más, comportamientos de unas pocos que ya no están en política. Sin embargo, me temo que no es así y que convendría activar las alarmas con estas prácticas y sus consecuencias. De hecho, lo que está sucediendo en estos días alrededor de la constitución de las Cortes españolas y, a buen seguro, con la negociación del futuro gobierno, nos proporciona no pocos ejemplos de lo que digo.
Por decirlo de modo resumido: de pronto, de modo sorprendente e insospechado, el PP, Ciudadanos, la antigua Convergencia y el PNV han alcanzado un acuerdo para la constitución de la Mesa del Congreso de los Diputados y del Senado. Y en el colmo del cinismo, parece que --salvo el PP que solo reconoce «pactos puntuales»- ninguno de ellos quiere reconocerlo. La ciudadanía y no pocos contertulios radiofónicos y televisivos (que sonríen irónicamente mientras comentan las últimas noticias al respecto) se muestran asombrados por esos pactos entre partidos que tan duramente se habían criticado entre sí. Pactos que, por lo demás, es posible que sean de mayor alcance, es decir, de legislatura o hasta de gobierno, ya sea por activa o por pasiva y con participación en el futuro gobierno o sin ella.
Aunque todo ha cobrado plena expresión pública ayer martes, existen razones para suponer que venía fraguándose hace días. Quizá a partir de la reunión -sin fotos ni taquígrafo- que el pasado 13 de julio mantuvieron Francesc Homs, portavoz de la entonces Convergència Democràtica en el Congreso (ahora Partido Demócrata Catalán), y Mariano Rajoy. ¿Dónde reside, sin embargo, ese cínico actuar con falsedad y desvergüenza, además de la «sorpresa» mencionada?
Comenzando por el actor más destacado, podría decirse que mientras hasta hace unos pocos días el PP lanzaba durísimas soflamas y acusaciones contra el PSOE y Podemos ante la posibilidad de que estos llegaran a algún acuerdo con los independentistas catalanes, ahora se destapa con un sigiloso pero explícito «acuerdo puntual» con esos mismos independentistas catalanes y vascos a los que tanto vilipendiaba. En fin, mientras lo que antes constituía un gravísimo atentado contra la sacrosanta unidad de España y hasta contra la propia democracia española, ahora es plenamente aceptable. Lo que antes era motivo de anatema, ahora es un «acto de normalidad democrática». El ansia de poder, y quizá de tapar algunas conocidas vergüenzas internas, lo justifican todo.
A su vez, la Convergencia que hasta hace poco acusaba tan airada como fundadamente al PP de utilizar las «cloacas» del Estado para dañar a CDC y atacar al independentismo, ahora alcanza con el PP un oscuro, interesado y nada explicado pacto (de hecho lo niega, pese a la votación realizada y los beneficios prometidos) para la constitución de la Mesa del Congreso. Gracias a ese pacto el PP obtiene la Presidencia y el control de la Mesa, pero se compromete a su vez a ser «todo lo generoso que sea necesario» para que Convergencia pueda tener Grupo Parlamentario propio (de hecho ya lo ha dicho públicamente). Nada, pelillos a la mar. Si en un momento anterior CDC decía que, bajo el amparo de la famosa Operación Térmyca dirigida por el Ministro Fernández Díaz, se quería derribar a CDC y al proceso catalán, ahora se cree que llegar a un acuerdo con el partido de la corrupción, las cloacas del Estado y el centralismo trasnochado es aceptable. Y me temo que el «acuerdo» no se quedará en esto, pues existen otros intereses y problemas compartidos entre PP y CDC en los que el apoyo mutuo será necesario. Lo veremos en el futuro.
Por su parte, también Ciudadanos se había mostrado férreamente de acuerdo con el discurso del PP ante cualquier acuerdo con los independentistas, pero ahora apoya igualmente –aunque, eso sí, de tapadillo y sin querer reconocerlo de forma pública- ese mismo acuerdo puntual para la composición de la Mesa en el que estaban los independentistas que «quieren romper España». Deber ser que no votaron la composición de la Mesa. Pero lo de Ciudadanos tiene más miga. Por una parte, mientras antes llegó a un acuerdo con el PSOE ahora, sin mayor explicación, lo hace con el PP; por otra, mientras que antes decía que solo hablaría de reformas políticas y no de sillones, ahora firma un acuerdo en el que nada hay de propuestas o reformas; y, por último, mientras hasta hace poco acusaba a Podemos de «pensar solo en los sillones» y no se cansaba de insistir en que ellos jamás participarían en la lucha por cargos y sillones, ahora se descuelga con un reparto vergonzoso por el que obtiene cargos y sillones que en modo alguno le corresponderían.
En fin, es innecesario extendernos en más comentarios, aunque lo del PSOE es también para echarle de comer aparte. Sin duda, son muchas más las triquiñuelas e incoherencias que se cuecen entre bambalinas. Sería deseable que todos y cada uno de estos partidos expliquen ante la opinión pública y ante sus respectivos afiliados o militantes este tipo de «desvergonzados» acuerdos. Y «desvergonzados no porque no sean posibles o incluso legítimos sino, por el contrario, porque implican una flagrante contradicción entre lo que se decía y prometía y lo que se ha hecho y pactado. Es seguro que recurrirán a la tan cacareada idea de la necesaria estabilidad de las instituciones, del normal funcionamiento de la democracia, de la locura de unas terceras elecciones,…, Incluso recurrirán a otras filigranas y triquiñuelas como la última de Ciudadanos: amenaza con votar en contra de Rajoy si «huelen algún pacto con los independentistas», aunque en realidad saben que el acuerdo ya se ha establecido y ejecutado, al menos en parte. En realidad, otro ejercicio de cinismo.
Todo ello y mucho más estará en su argumentario. Pero, son tantas las mentiras o, cuando menos, tan grandes las contradicciones entre lo que se decía y lo que finalmente se ha pactado que sobran razones para que la ciudadanía se muestre más que indignada. Y me temo que existen indicios razonables para sostener que lo que en realidad está ocurriendo en la política española, más allá de estas batallitas pre y poselectorales y más allá de honrosas excepciones, es que este moderno tipo de cinismo se está asentando cada vez más. Y esto, a su vez, está generando (en realidad profundizando) un enorme deterioro en la vida político-institucional española. Es inaceptable que quienes supuestamente nos representan se comporten con tal desvergüenza. Y frente a ello no se me ocurre más que reivindicar la suprema importancia de cierta coherencia y máxima honestidad política, además de la indignación pública y colectiva por este tipo de prácticas.
Participé este lunes pasado en el Tribunal de Evaluación de un excelente Trabajo de Fin de Máster acerca de la vida y obra de Hervé Guibert, periodista, escritor, guionista y fotógrafo francés -amigo del conocido filósofo Michel Foucault- que murió de SIDA en 1991. El trabajo tenía por finalidad rescatar la figura de Guibert como posible encarnación contemporánea del cinismo clásico o, más concretamente, como «un parresiastés en el sentido cínico». Vaya por delante que el cinismo ha tenido muy distintos defensores y detractores y, por tanto, muy diferentes interpretaciones. Y también que no es este el lugar para ocuparnos del mismo. Pero en lo que aquí me interesa he de señalar que el cinismo clásico que se pretendía ejemplificar en la personalidad de Guibert poco tiene ver con la noción común que actualmente tenemos del mismo. Hoy y entre nosotros –como muestra la primera acepción que a tal palabra adjudica el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española- cínico es aquel «que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas». A diferencia de éste cínico moderno o actual, el cínico clásico era más bien aquel individuo que defendía y practicaba un modo de vida austero y autosuficiente, a la vez que irreverente y crítico. Pero también era, por lo que aquí nos ocupa, aquel que llevaba un modo de vida veraz, en el que debía existir coherencia entre lo que se cree y lo que se hace o -dicho de otro modo- un modo de vida en el que no se actúa con falsedad, en el que no caben mentiras, al que les ajeno actuar en contra de aquello que se sabe o se cree verdad. De ahí que el cínico clásico pudiera estar estrechamente vinculado con el ejercicio de la parresía, esto es, con el decir-veraz, con el coraje o el valor de decir la verdad y actuar conforme a ella más allá de cálculos estratégicos y pese a los sinsabores o riesgos que ello pudiera conllevar, incluso para la propia vida.
En el Tribunal de marras comenté, entre otras cuestiones de índole académica, que la vida política actual parece haber abrazo este cinismo moderno o actual y olvidado por completo aquel modo de vida del cinismo clásico. Decía en suma que el decir y/o actuar con falsedad y desvergonzadamente parece imperar entre buena parte de la casta política española. Incluso cité –a modo de tan sobresaliente como siniestro ejemplo- al tristemente actual «trio de las Azores» o las desvergonzadas y falsas afirmaciones de José María Aznar del 13 de febrero de 2003: «el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva», «puede estar usted seguro y pueden estar seguras todas las personas que nos ven de que les estoy diciendo la verdad».