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Inocencia real

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Respetar la presunción de inocencia es un asunto más complicado de lo que podría pensarse. A la gran mayoría de nosotros nos puede la rabia, la indignación o incluso la venganza y, cuando creemos que hay un culpable de cualquier asunto, nos creemos infalibles para dictar una sentencia, incluso cuando no contamos con más información que un par de titulares de prensa.

Ya Isabel Pantoja, tan folclórica y dramática como es, dijo aquello de “yo no tengo que demostrar que soy inocente, a mí me tienen que demostrar que soy culpable”, tratando de frenar el juicio paralelo que vivió durante años y recordando a la plebe en palabras simples que debía prevalecer la presunción de inocencia por muy estrella que ella fuera y por muchos chalets que se le conocieran. Muy bien no le salió y su condena se tildó de “ejemplarizante”.

En algo parecido andamos ahora metidos de lleno en este país con el rey emérito, aunque a él no le hemos escuchado aún, ha sido su abogado el que se ha quejado de que la Fiscalía -en uno de los múltiples casos que tiene abiertos por supuesto manejo indebido de capitales- no está garantizando como debiera su derecho a la presunción de inocencia.

No sé si este letrado está en lo cierto o no, pero creo que estarán de acuerdo conmigo en que si el padre del rey Felipe VI es inocente, parece que está haciendo todo lo posible para que en España pensemos justo lo contrario. 

No se entiende que si no tiene nada que temer, ¿a cuenta de qué se fue a Abu Dabi a vivir a todo lujo mientras España se enfrenta a la peor crisis sanitaria, económica y social de su historia reciente? ¿Qué problema tendría en quedarse en el país en el que reinó durante cerca de 40 años y poner todo de su parte para contribuir a la necesaria recuperación? 

Quizás habría que cuestionarse sobre qué tiene Abu Dabi y que no hay en España ¿Jeques amigos?, ¿harenes?, ¿una prensa cerrada a cal y canto? Todas las hipótesis son válidas porque no tenemos ninguna información al respecto sobre el motivo por el que eligió ese lugar y por qué sigue allí un año después.

Es obvio que cada minuto que Juan Carlos I permanece lejos de España no solo complica más su retorno, sino que además se deteriora más y más su imagen pública.

Si es inocente y, como se le presupone, ama a su pueblo, no se concibe que no regrese cuanto antes para rendir las cuentas que tenga que rendir y que, al menos, resida en su país y que lo ayude a salir de esta crisis poniendo todo de su parte comportándose con dignidad bajo toda la luz y taquígrafos posibles. Y si resulta que existen motivos que le impiden volver a su país, más allá del miedo a ser detenido, tampoco se entiende que no los explique ni que permanezca sin dirigirse a los que fueran sus leales súbditos. 

Pero no es solo el emérito. Si la monarquía quiere ser una institución de referencia al servicio de España y de los españoles y españolas, tampoco parece que esté dando los pasos más adecuados para ello, más bien todo lo contrario.

Recapitulemos lo poco sabemos.

Juan Carlos I reside desde hace más de un año en Abu Dabi pendiente de su futuro judicial, con multitud de causas abiertas. Lo único que se sabe es que vive en el hotel más caro del mundo, donde una suite puede llegar a costar 12.000 euros la noche. Nada sobre con quién está, su estado de salud o qué piensa sobre España.

De la reina Sofía rara vez se conoce su paradero, ya que pasa más tiempo en Grecia (donde viven sus hermanos, después de que les permitieran retornar del exilio) que en España. Aparece en como el río Guadiana cuando quiere reforzar alguna causa social y para dar la imagen de unión con su nieta y heredera al trono, Leonor, aunque en realidad es una extraña para ella porque no tiene apenas relación con sus nietas, dando lugar a situaciones tan bochornosas como las imágenes tras una misa en Mallorca donde la niña no quería que su abuela la tocara ni la besara.

Precisamente la princesa de Asturias, Leonor, ahora se ha ido a estudiar dos años al extranjero, más concretamente a Gales, a un internado que cuesta 76.000 euros el curso escolar y que sus padres se ha apresurado a aclarar que pagarán con su patrimonio personal y no con la asignación que reciben del Estado.

Cristina, la hermana del rey Felipe, mantiene su residencia oficial en Ginebra, a donde se mudó tratando de poner tierra de por medio tras saltar el escándalo de su marido que, finalmente, quedó probado judicialmente que cogió dinero de donde no debía haberlo hecho y que sigue en libertad condicional. Se desconoce exactamente de qué viven ella y su prole.

De la infanta Elena tampoco sabemos de qué vive ni a qué se dedica, pero para eso ya están sus hijos copando titulares sobre sus continuas salidas de tono, viviendo a todo tren, sin oficio ni beneficio, saltándose los confinamientos y los protocolos anti COVID siempre que les ha dado la real gana y de fiesta en fiesta, según informa puntualmente el HOLA.

De SS.MM. los reyes Felipe y Letizia también se sabe más bien poquito. Cumplen su agenda escrupulosamente y a las mil maravillas, eso sí. Pero, a excepción de 10 días de obligado postureo en Mallorca, desde hace años pasan sus vacaciones de verano fuera de España y en lugares totalmente blindados para la prensa porque en España no se sienten bien tratados. Una circunstancia que repiten en Navidad y Semana Santa y que ni siquiera este año se han planteado cambiar por aquello de que el sector turístico español ha sido, sin duda, el más castigado por la crisis económica desatada por el coronavirus.

Así que, quitando a Froilán y Victoria Federica, que no se pierden una fiesta, es muy probable que haya muchos días al año en el calendario en los que ni una sola persona de la Familia Real ni de la Familia del Rey están en territorio nacional.

Tampoco es que sea una gran novedad. Cuando el emérito aún era el jefe del Estado y se rompió la cadera en Botsuana cazando con Corinna nadie sabía que estaba allí, y la reina Sofía ese día también estaba en Grecia celebrando la Pascua. Los españoles no lo sabíamos, pero por aquel entonces los monarcas ya llevaban casi tres décadas haciendo vidas separadas.

Así que, visto lo visto, no hay ninguna duda de que debe estar garantizada la presunción de inocencia para Juan Carlos de Borbón (como para el común de los mortales) pero habrá que ver si, en su caso, hacer hincapié en esta circunstancia no será un arma de doble filo porque si la ciudadanía confía en su inocencia es porque alberga la esperanza de que él y su familia sí que son las personas ejemplares que la mayoría de la población española deseaba y creía que eran durante cuatro décadas.

Pero si la justicia dictaminase que no lo es…

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