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¿Un Ku Klux Klan ultraperiférico?

11 de enero de 2021 14:37 h

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Estamos viviendo un fenómeno de demonización de los africanos llegados a Canarias en patera en 2020 que, por una parte, reproduce lo sucedido en 2006 (el año con mayor llegada de pateras) y, por otra, se sustenta en tres tipos de mensajes. En primer lugar, se transmite la sensación de que estamos ante un flujo migratorio inasumible para el Archipiélago. Esto conlleva que una parte de la ciudadanía canaria tema un aumento poblacional inasimilable. En segundo lugar, se reiteran mensajes que advierten del daño que puede causar a nuestro sector turístico la inmigración que llega en patera. Y, en tercer lugar, se estimula un sentimiento de agravio por cómo nos “abandona” Madrid ante una afluencia migratoria supuestamente desmesurada y a la que se atribuyen determinados perjuicios económicos.

Ni 2006 ni 2020 han visto incrementos significativos de la población inmigrante de origen africano en Canarias. Tampoco hay evidencia alguna de que la afluencia de pateras dañe la actividad turística. Lo que sí se ha producido es una especie de racismo preventivo, o de xenofobia preventiva, que no se corresponde con ningún aumento significativo de la presencia de inmigración africana, sino con mensajes alarmistas sobre supuestos efectos negativos atribuidos al flujo de africanos. Las personas de  procedencia africana suponen sólo el 1,3% de la población de las islas y representarían el 6% de la población si quienes llegaron en patera, durante los últimos 20 años, residieran en Canarias. Sin embargo, pese a su escaso peso demográfico, son objeto del discurso antiinmigración más beligerante. Y ello nos muestra la facilidad con la que una parte de nuestra dirigencia política y de nuestros medios de comunicación nos pueden montar un Ku Klux Klan ultraperiférico.

En los últimos 15 años la población africana residente en el Archipiélago ha representado alrededor de 1 de cada 10 inmigrantes afincados en las islas. En 2010, eran 31.498 personas que, para 2019, se habían reducido a 28.833 y representaban el 10,4% de la población inmigrante. Y, en 2020, no se alterará esta realidad, pese a ser el segundo año con más llegadas de africanos en pateras. Recordemos que 2006 fue el año con mayor cantidad de personas llegadas en patera (31.678) y que, sin embargo, entre 2005 y 2007, la población africana residente en Canarias se redujo en 1.680 personas (de 26.732 a 25.052). Curiosamente, ese período de reducción de la inmigración africana asentada en las islas fue el de los mensajes alarmistas que hablaban de “invasión”, “avalancha” o “emergencia”.

En realidad, la llegada de pateras influye muy poco en el aumento de la inmigración de origen africano residente en Canarias. Porque la inmensa mayoría son derivados a otros territorios peninsulares, o europeos, o, simplemente, son  deportados. La inmigración africana no es un factor de superpoblación del Archipiélago, ni las pateras han repercutido nunca negativamente en nuestra economía turística. 

Las declaraciones que han señalado a quienes llegan en patera como un peligro para la actividad turística son falsas y alimentan la xenofobia y el racismo contra los africanos. En este sentido, la diputada de Coalición Canaria Ana Oramas hizo un planteamiento xenófobo cuando afirmó que la crisis migratoria, que vive el Archipiélago, es una de las causas de la caída de la actividad turística. En el transcurso de una entrevista, Oramas preguntó: “¿irías de vacaciones a Lesbos o a Moria?” Pues bien, la oleada de refugiados que llegó a Lesbos, en 2015, supuso el 588% de su población. Las personas llegadas en patera a Canarias, en 2020, suponen el 1% de la población del Archipiélago. Esto quiere decir que, para que Canarias hubiera experimentado una afluencia de inmigrantes comparable a la de Lesbos, tendrían que haber llegado 13.000.000 de personas (y no 23.023). La comparación efectuada por Oramas es intelectualmente fraudulenta y profundamente racista porque sirve para despertar hostilidad contra personas identificables por sus rasgos físicos.

Arturo Ortiz, director de Turespaña en Berlín, declaró, a finales de noviembre de 2020, que las televisiones alemanas habían mostrado la llegada de inmigrantes en pateras y que él había preguntado “a los touroperadores sobre la incidencia de este hecho en la imagen de Canarias como destino y su preocupación es cero”. Nada nuevo, por otra parte. En agosto de 2006, la Consejería de Turismo estudió la reacción de los turistas ante la llegada de pateras a Los Cristianos y no hallaron efectos negativos. Y Rafael Gallego, presidente de la Asociación de Agencias de Viaje de Las Palmas de Gran Canaria, declaró que la llegada de pateras no interfería en la “normalidad” de los turistas, pero advertía que lo único que podía hacer peligrar al sector turístico canario eran los discursos “partidistas y alarmistas” empleados por “ciertos representantes institucionales de las islas para hablar de inmigración”. Y esas declaraciones las hizo en un año en que llegó mucha más gente en patera que en 2020.

Por supuesto, en 2006, hubo cargos públicos de Coalición Canaria con el mismo nivel de irresponsabilidad que en 2020. El presidente Adán Martín pidió la reunión de “un gabinete de crisis del gobierno central” para abordar la situación “insostenible”. El diputado Mardones habló de “situación explosiva” por la llegada de pateras y Paulino Rivero advertía que si persistía el “abandono” del Estado habría “un conflicto social e institucional”. Y, según el presidente del Cabildo de Tenerife, Ricardo Melchior: el “Estado español debería asumir la responsabilidad de defender sus fronteras para impedir que sigan siendo invadidas impunemente”. ¿Invadidas impunemente? ¿Así debe expresarse un dirigente de Coalición Canaria o, más bien, un dirigente tribal de Sentinel del Norte, la isla del Índico donde disparan flechas a los forasteros? 

Desde el Partido Popular, José Manuel Soria, con su característico desprecio por la inteligencia del prójimo, denunciaba el “efecto llamada” del nuevo Estatuto de Autonomía de Canarias porque aludía a los orígenes norteafricanos de la población del Archipiélago, algo con lo que “damos a las mafias el recado de que ésta es su tierra”. Todos hicieron cuanto pudieron para desencadenar una histeria colectiva antiafricana y contra el Gobierno central. Se constituyeron temporalmente en un Ku Klux Klan ultraperiférico ante la “amenaza” de que aumentara la inmigración africana. Nunca hablaron del color de la piel, pero siempre señalaban a los de la piel más oscura. Hicieron eso que, en el resto del mundo, se llama racismo.

Mientras uno de cada trece inmigrantes que viajaron en patera a Canarias, durante el pasado año, perdía la vida en la travesía, el senador Fernando Clavijo afirmaba que “las mafias y la migración van a seguir existiendo gracias a la actuación del Gobierno” de Madrid. Al portavoz de CC en el Parlamento autonómico, José Miguel Barragán, le preocupaba que el “ninguneo e indolencia” de Madrid pudiera “derivar en brotes de xenofobia que no podamos controlar”. Por su parte, el portavoz del Partido Popular en el Congreso, José Ortiz, rechazaba derivar inmigrantes a la Península por tratarse de un mensaje “equivocado” a las mafias. Declaró que el Gobierno de Madrid es “cómplice” de las mafias y lo “toman como el pito del sereno a nivel internacional”.

Llegados a este punto, la dirigencia ultraperiférica no pudo evitar entrar en éxtasis victimista. El senador Clavijo denunció que, al Gobierno de Madrid, “no les importamos nada” y “no es que no nos dejen atrás, sino que nos dejan abandonados”. Los ministros de Madrid “se ríen de Canarias, se ríen de nosotros…”. Barragán afirmó que “el trato que da a Canarias el Gobierno de Pedro Sánchez es colonial y para ellos nosotros no somos españoles ni europeos, somos extranjeros que dan la lata”. Alguien tendrá que explicar a la gente de las pateras que su paso por Canarias nos convierte en víctimas de Madrid… Que África nos ayude…

El repunte migratorio de 2020 (con 8.655 inmigrantes menos que en 2006) apenas tendrá influencia en el aumento de la población inmigrante y, por supuesto, no perjudicará al turismo. En noviembre, el portavoz del Gobierno canario afirmó que, de 18.000 personas llegadas en patera hasta ese momento, 10.000 ya estaban fuera de las islas. En octubre, la pandemia había reducido la ocupación de las plazas hoteleras al 22,8% y, sin embargo, había voces indignadas porque el 2,6% de los hoteles estaban ocupados temporalmente por inmigrantes. En Mogán, mientras su alcaldesa echaba leña al fuego de la xenofobia, con su ruidoso rechazo al uso provisional de hoteles, la criminalidad caía un 30%, en comparación con el mismo período del año previo. No obstante, hubo vecinos que protestaron indignados, ante inmigrantes africanos, para recriminarles un altercado confuso y que había sido distorsionado. Pues bien, el desenlace de la crisis migratoria lo veremos dentro de unos meses: no habrá inmigrantes en los hoteles, volverán los turistas a medida que se vaya superando la pandemia, crecerá la criminalidad en Mogán hasta los niveles normales y quedará el poso de racismo que se ha alimentado irresponsablemente en estos meses pasados. 

La dirigencia ultraperiférica ha sacado la peor cara de su nacionalismo victimista cuando se ha transformado en Ana Oramas-Trump y Fernando Clavijo-Bolsonaro y, además, se han puesto a sembrar para que Vox recoja la cosecha. El inacabable guión de victimización frente a Madrid acaba alimentando el racismo y la xenofobia cuando se mezcla con el naufragio en patera de África. 

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