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Los liberales en su laberinto

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Invitar al oligopolio de las eléctricas a una “subasta” para fijar el precio de la electricidad y pedir de ellos un comportamiento “moderado”, es como invitar a cenar a Hannibal Lecter y confiar en que elija del menú la sopa de calabaza. Esperar que el precio de la electricidad resulte del “limpio juego de la competencia” en una “subasta”, es una candida estupidez o es puro cinismo.

La “subasta” misma es una farsa. Por definición en aquellas actividades económicas secuestradas por el capital monopolista, el precio será precio de monopolio, el concertado por los monopolios.

Hace ya mucho tiempo que las leyes del desarrollo capitalista dejaron atrás, en las esferas fundamentales de la economía, los tiempos del “capitalismo de libre competencia”.

Si el ministro Soria y el Gobierno del PP se tiran de los pelos por el precio resultante de la “subasta”, semejante sufrimiento nada tiene que ver con cartas marcadas que alteran ilícitamente la “libre concurrencia”, porque esa libre competencia abandonó desde hace mucho tiempo el mundo de los vivos, no existe en los dominios del monopolio. En puridad, ni existe “subasta”, la subasta misma está subsumida y desvirtuada por el monopolio.

Tampoco debe indignarse el Gobierno por la avaricia y el desmedido afán de ganancia de las empresas monopolistas, eso, lejos de ser un vicio, es una virtud para quienes se disputan la primacía en el darwinismo económico/social -pese a Darwin- que es ley de la acumulación de capital. Por lo demás, es la gran virtud para la propia ideología que inspira todos los pasos del Gobierno, del partido y de la clase que lo sostiene.

El afán de ganancia es motor necesario del capitalismo, y se abre paso, si es preciso, a hachazos.

Los liberales, como el hechicero dominado por su hechizo, se han encontrado en un escenario limite de antropofagia interna de los que se reproducen invariablemente en el capitalismo, consustancial a la lógica de su desarrollo, fomentada e impulsada por los propios gobiernos liberales.

Ocurre que una fracción del capital pone en peligro el dominio político de la clase en su conjunto. Ello es lo que realmente aterra al Gobierno. Solo faltaba esta en un momento en que, prácticamente, todas las manifestaciones de la vida social están preñadas de su contrario y van unificándose en la conciencia social como impugnación global del sistema.

En el caso, no solo se exacerban las contradicciones con las clases y capas explotadas por el lado de las necesidades más primarias para la vida, sino además se agudizan los conflictos entre las distintas fracciones del capital que también resultan directa e inmediatamente concernidas por el coste de un recurso, como la energía eléctrica, básico, estratégico, para el mundo de la producción y del comercio.

No es la competencia falseada, es el sistema, las leyes de su desarrollo, las que conducen ineluctablemente a la concentración de capital y a ello le siguen, con igual inevatibilidad, situaciones como esta.

El liberalismo está atrapado en su laberinto, de él no se sale sin negarse a si mismo y al tenerse que negar a si mismo para librarse de este -o de los que vienen- escenario canibalesco, más se desautoriza en sus fundamentos y más crece su contrario: el bloque social que demanda profundas transformaciones que quiebren el poder político económico del gran capital y sus oligarquías.

Invitar al oligopolio de las eléctricas a una “subasta” para fijar el precio de la electricidad y pedir de ellos un comportamiento “moderado”, es como invitar a cenar a Hannibal Lecter y confiar en que elija del menú la sopa de calabaza. Esperar que el precio de la electricidad resulte del “limpio juego de la competencia” en una “subasta”, es una candida estupidez o es puro cinismo.

La “subasta” misma es una farsa. Por definición en aquellas actividades económicas secuestradas por el capital monopolista, el precio será precio de monopolio, el concertado por los monopolios.