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Mamandurrias
El BOC nº 10 del lunes 15 de enero, publica un anuncio de la Dirección General de la Función Pública por la que se autoriza la compatibilidad a D. Diego Acosta Armas para desempeñar una actividad pública principal; personal eventual, puesto de trabajo 22820, secretario de dirección, en la Dirección General del Gabinete del Presidente del Gobierno de Canarias; y actividad pública secundaria (yo diría que absolutamente secundaria. ¡Qué vergüenza!), concejal en el Ayuntamiento de La Frontera, El Hierro. El puesto referido lleva aparejado una remuneración de 23.629,38 euros; 5.000 euros más que lo que percibía en su anterior puesto de personal de limpieza de la casa del presidente.
Algunos (espero que muchos) coincidirán conmigo en lo descorazonador que es constatar que ciertos individuos, cuando entran en política lo hacen para atender a sus intereses personales, solucionar sus problemas y necesidades, ocuparse sólo de los propios y trajinar para mantenerse en cualquier puestito, mientras se cobre del erario público; y si es sin hacer nada, pues mucho mejor.
Para entender cómo es posible que estas cosas sucedan, es necesario acudir a estudiosos del asunto.
Establece Max Weber la diferencia entre “político por vocación” y “político como profesión”; el primero sería el que actúa inspirado por la ética de sus convicciones; y el segundo sería aquel que pone por delante de todo su interés personal o de partido.
Tiene relación directa esta diferenciación con otra paralela entre vivir para la política o vivir de la política. Quien vive “para” la política actúa según el mandato de convicciones, principios e ideales para el bien del ciudadano. El que vive “de” no desea gobernar para defender los intereses de los ciudadanos, sino que actúa al servicio de sus propios intereses y de sus jefes o partidos. Son según el Profesor Parra, catedrático de filosofía y estudioso del asunto, “son políticos de nivel y perfil económico, que convierten la política en su fuente de ingresos”.
Respecto a estos últimos dice el filósofo José Luis López Aranguren, profesor de ética en la Universidad Complutense de Madrid, y Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, que “todo en ellos consiste en permanecer; mantenerse contra viento y marea en el ejercicio del poder, y en ello comprometen la hacienda, la vida y el honor. La ambición de poder forma parte de su ADN”.
Sostiene el Profesor Parra que estos políticos no tienen otro norte que la obediencia ciega al partido; son corruptores del lenguaje y la palabra, y no es infrecuente que caigan también en la corrupción política; que va desde la financiación irregular de los partidos hasta la apropiación de bienes públicos y el comercio de influencias pasando por el ejercicio de retorcer el presupuesto para colocar a los propios. Tienen como mecanismo de defensa la negación. Niegan cualquier cosa que les pueda perjudicar en su cargo, y prefieren actuar contra la propia conciencia, a enfrentarse al partido que les garantiza el puesto, y que jamás habrían conseguido por méritos propios, como ir en listas electorales que les garantice un buen puesto, bien remunerado.
La proliferación de estos individuos es lo que ha llevado a muchos ciudadanos a la desconfianza y el descrédito hacia aquellos que se creen poseedores de la verdad; y salen a la calle en diferentes “mareas” para protestar por el retroceso social y en defensa de lo público frente a los intereses personales o grupales.
Estos ciudadanos, (“las mareas”) en palabras de Bertolt Brecht no quieren ser “analfabetos políticos que no oyen, no hablan, no participan en los acontecimientos políticos; que no saben que el coste de la vida, el pan, los zapatos, de las medicinas, dependen de decisiones políticas”.
Decía el escritor satírico alemán Christoph Lichtenberg que “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen les pierden el respeto”. No nos extrañemos pues de que los ciudadanos nos pierdan el respecto cuando realizamos acciones que no resisten un mínimo paso por el filtro de la ética.
La verdad no es una; sino dos, decía Hannah Arendt. La factual, verificable por los sentidos que es apreciada directamente y sin filtros ni dudas por todos; y la racional que es susceptible de apreciación personal, y por lo tanto manipulable. En algunos casos, la ausencia de información y posibilidad directa de constatación de la primera, nos hace objeto constante a manipulaciones tan esperpénticas como “el finiquito en diferido”.
Muy conocido es el trabajo de Noam Chomsky Las diez estrategias de manipulación que ilustra como los políticos manipulan a los ciudadanos, y que algunos en esta isla tienen como catecismo. Quédense con cuatro de esas estrategias: Nº1 La estrategia de la distracción, la Nº2 Crear problemas y después ofrecer soluciones, la Nº5 Dirigirse a los ciudadanos como criaturas de pocas edad, y la Nº7 Mantener al ciudadano en la ignorancia y la mediocridad
D. Benito Pérez Galdós, escribió un ensayo titulado La fe nacional y otros escritos sobre España, que aunque escrito en 1912 y sobre España resulta sorprendente por su aplicabilidad al tiempo y al caso. Decía D. Benito: “...no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve y no mejoran en lo más mínimo las condiciones de vida…no acometerán el problema económico, ni el educativo… no harán más que burocracia pura, caciquismo,… trabajo de recomendaciones, favores (y enchufes) a sus amigotes…”
¿Son necesarios Weber, Aranguren, Brecht, Lichtenberg, Arendt, Chomsky, Parra, Galdós para explicar tan bochornoso asunto? La genial Esperanza Aguirre lo hubiese despachado con una palabra que no inventó, pero sí generalizó: mamandurrias.
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