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Obispos y muertos en Honduras

Está claro que los frutos que está recibiendo José Manuel Zelaya en su madurez son amargos. El ejército de su país lo secuestró hace 8 días y lo deportó a Costa Rica. Ha recibido el apoyo de todas las organizaciones internacionales, pero los golpistas no lo dejan volver. Y ayer Zelaya se encontró con que su viejo profesor de Física y Química, el padre Oscar Andrés Rodríguez, la máxima autoridad de la iglesia católica hondureña, daba la bendición pública al golpe de Estado.

El cardenal se ganó ayer un puesto en la historia más macabra de Latinoamérica. Su imagen entre la bandera de Honduras y el poster de Jesucristo, con su traje de obispo, pidiendo a Zelaya que no regresara a su país, criticando a las organizaciones internacionales que piden la vuelta de la democracia a Honduras, negando el golpe de Estado y proclamando que “los tres poderes del Estado, Legislativo, Ejecutivo y Judicial están en vigor legal y democrático, de acuerdo con la constitución de la República de Honduras”. Los golpistas obligaron a emitir a todas las televisiones el discurso del cardenal. Sabían que los iba apoyar. Sabían que iba a acusar a Zelaya de cualquier baño de sangre que se pueda producir en Honduras. Por eso los mismos que llevan una semana imponiendo un toque de queda y censurando a los medios de comunicación, ayer obligaron a emitir el mensaje golpista del cardenal Rodríguez.

Horas después miles de personas caminaron en dirección al aeropuerto de Toncotín de Tegucigalpa a recibir a José Manuel Zelaya. Escribo este artículo mientras veo en directo la retransmisión de Telesur. Miles de personas se acercan a la pista. Los militares no pueden contener a tantos manifestantes que, según periódicos como El Heraldo de Tegucigalpa, son “decenas de personas”. Los manifestantes gritan: “Este gobierno ha sido derrotado a nivel internacional. Ha sido derrotado el cerco mediático. Queridos soldados de nuestra patria, no tenemos nada contra ustedes. No se comprometan. No se interpongan a nuestro paso”. La periodista Adriana Sivorí habla de disparos y gases lacrimógenos. Se ve a gente corriendo. Sangre en la carretera, se llevan a alguien en una ambulancia. Se oyen los gritos: “fueron los golpistas asesinos”.

Los hondureños no son iraníes y los golpistas no están en el eje del mal de la prensa internacional. Por eso los titulares de las portadas de los periódicos no nos dirán que el ejército inició un baño de sangre, ni hablarán de dura represión a una manifestación pacífica. No, lo que nos cuentan “El frustrado regreso de Zelaya a Honduras deja dos muertos y varios heridos”. Las crónicas nos dicen que los muertos se producen por “los choques entre el ejército y partidarios de Zelaya”, se pone en el mismo nivel a milicos que disparan y manifestantes desarmados. Hay que acudir a determinados medios para que nos cuenten lo que pasa. El capitán del avión cuenta a Telesur solicitaron aterrizar, que dijeron que tenían a bordo a un representante de la ONU, pero les dijeron que no podían aterrizar, que si lo intentaban serían interceptados. Los militares pusieron camiones en medio de la pista para impedir el aterrizaje. Cuando los manifestantes intentaron entrar en la pista para despejarla los milicos comenzaron a disparar.

¿La culpa del muerto o de los muertos también será de Manuel Zelaya? ¿Aparecerá nuevamente el cardenal Oscar Rodríguez en la televisión para culpar a su antiguo alumno de los primeros asesinatos cometidos por los militares golpistas? Les dije al principio que se fijen en este nombre: cardenal Oscar Rodríguez. En los círculos del Vaticano ha sonado como el candidato a ser el primer Papa de Latinoamérica. Mientras desde Roma se mira con desconfianza a religiosos como Pedro Casaldáliga, obispo retirado de Sao Felix de Araguaia de Brasil, que ayer expresó su solidaridad con el pueblo de Honduras y pidió que se respete la democracia, la voluntad del pueblo el pueblo unido, que se respete la democracia. Son las dos caras de la iglesia católica en Latinoamérica. También el periodismo hondureño, el español y el internacional está demostrando sus dos caras. Los que apoyan a los golpistas (aunque de una forma menos descarada que el cardenal Rodríguez), los que tapan las vergüenzas de los que ayer ordenaron disparar contra un pueblo que defiende la democracia y los medios alternativos que nos están contando la dura política represiva que practican los golpistas hondureños.

Juan García Luján

Está claro que los frutos que está recibiendo José Manuel Zelaya en su madurez son amargos. El ejército de su país lo secuestró hace 8 días y lo deportó a Costa Rica. Ha recibido el apoyo de todas las organizaciones internacionales, pero los golpistas no lo dejan volver. Y ayer Zelaya se encontró con que su viejo profesor de Física y Química, el padre Oscar Andrés Rodríguez, la máxima autoridad de la iglesia católica hondureña, daba la bendición pública al golpe de Estado.

El cardenal se ganó ayer un puesto en la historia más macabra de Latinoamérica. Su imagen entre la bandera de Honduras y el poster de Jesucristo, con su traje de obispo, pidiendo a Zelaya que no regresara a su país, criticando a las organizaciones internacionales que piden la vuelta de la democracia a Honduras, negando el golpe de Estado y proclamando que “los tres poderes del Estado, Legislativo, Ejecutivo y Judicial están en vigor legal y democrático, de acuerdo con la constitución de la República de Honduras”. Los golpistas obligaron a emitir a todas las televisiones el discurso del cardenal. Sabían que los iba apoyar. Sabían que iba a acusar a Zelaya de cualquier baño de sangre que se pueda producir en Honduras. Por eso los mismos que llevan una semana imponiendo un toque de queda y censurando a los medios de comunicación, ayer obligaron a emitir el mensaje golpista del cardenal Rodríguez.