Deben ser tres, puede que cuatro, los canarios que no estaban pegados a la televisión a primera hora de la tarde del domingo viendo la cascada de informaciones que llegaban sobre la erupción volcánica en la isla de La Palma.
No soy capaz de hacerme una idea de lo que te pasa por la cabeza cuando desde tu casa ves, escuchas y hueles un volcán explotando. Por más que vea las imágenes una y otra vez sé que no son fieles a la realidad (por mucha calidad que puedan tener) porque no hacen justicia a lo que está aconteciendo en nuestra Isla Bonita.
La idea de que eso mismo puede suceder en cualquier momento en cualquier isla nos golpeó con fuerza a todos los canarios y canarias desde la primera noticia que tuvimos de esta erupción volcánica. Sabemos de sobra que hemos construido nuestra vida encima de volcanes y conocemos la historia de Timanfaya, Garachico y el Teneguía, pero lo cierto es que después de tantos años -y viendo que el fenómeno de La Restinga quedó en tan poca cosa- ya pensábamos que seguramente no nos tocaría de cerca nada significativo.
Así que desde el domingo estamos en una especie de estado cercano a lo hipnótico viendo durante horas y más horas todo tipo de imágenes, escuchando testimonios y buscando respuestas, sin saber muy bien qué es lo que nos preguntamos, porque en realidad lo único que queremos es que alguien diga que todo esto ya ha terminado.
Después de casi tres días de erupción, y tras tanta debacle y destrucción, ya no hay lugar para esos memes que surgieron el fin de semana y que, entre el nerviosismo y la tensión, nos sacaron una sonrisa, como los relacionados con el vecino que estaba convencido de que el almuerzo previsto se podría celebrar igualmente porque habría tiempo para salir pintando después, o la vecina que tras hablar con una turista descolocada por la situación le dijo que aprovechara para vivir unas vacaciones diferentes. También circularon los que hacían mención a que al presidente Ángel Víctor Torres ya solo le faltan dos plagas para formar parte de la Biblia y los que mandaban apoyo al tiempo que hacían chufla a la presentadora a la que un micro abierto traicionó tras permanecer un montón de horas en directo.
Ahora que los escribo reconozco que me vuelven a hacer gracia, supongo que a ustedes cuando los lean también. Y en ese maremágnum de sensaciones andamos; unas veces conmovidos por la solidaridad entre desconocidos y por el buen hacer de las Fuerzas y Cuerpos del Estado, otras extasiados con las imágenes de la lava fundente y otras a lágrima viva tras ver la destrucción que la propia naturaleza es capaz de crear y sin saber bien cómo va a ser el futuro más inmediato de tantas y tantas personas afectadas.
Personalmente he encontrado un pequeño consuelo y es que he caído en la cuenta de que este desgraciado fenómeno nos está reconciliando con los medios de comunicación tradicionales, esos que nos han acompañado durante toda la vida y a los que hemos arrinconado en los últimos tiempos para darle más protagonismo a las redes sociales.
Las redes están ahí, por supuesto, pero se han comportado de una forma diferente porque esta crisis está poniendo en valor la información de calidad, y le está dando el lugar protagonista a los expertos y a la ciudadanía palmera y, lo más importante, está dejando al margen a quien no aporta, a quien ensucia, a quien confunde y a quien crea ignorancia.
Las informaciones que se comparten por todos lados son las de las televisiones, radios y periódicos con un bagaje y una responsabilidad social acreditada.
El transistor o las aplicaciones móviles que permiten escuchar en directo la radio han recuperado su lugar prioritario como servicio público, por no hablar de las televisiones -empezando por la autonómica- con despliegues rara vez vistos y que dan respuesta a cualquier pregunta que se pueda hacer un espectador. Los periódicos, tanto en papel como digitales, siguen siendo los que realizan los análisis más completos y acertados, y leerlos supone toda una experiencia formativa para los que creíamos que sabíamos mucho de volcanes y que ahora nos damos cuenta que no sabemos nada.
No tienen espacio las elucubraciones, ni los negacionistas, ni las teorías de la conspiración, ni nadie que no sepa bien de lo que habla. Las declaraciones políticas tienen valor, como no podría ser de otra manera, pero el foco está puesto de lleno en los especialistas, en los que están en primera línea y saben a lo que se enfrentan, y en los palmeros y palmeras con los que toda Canarias se solidariza cuando cuentan sus experiencias.
No hay consuelo para La Palma. No lo hay, pero lo habrá. Tiene que haberlo.
Mientras tanto no nos queda otra que seguir pegados a la radio, a la televisión y a los diarios para seguir aprendiendo, para asimilar que las peculiaridades que nos hacen vivir en una tierra tan única y privilegiada como la nuestra conllevan fenómenos tan crueles como estos, pero, sobre todo, para sentirnos conectados con las palmeras y los palmeros a los que sentimos como de nuestra propia sangre y a los que queremos ayudar a compartir su dolor aunque únicamente podamos acompañarles desde la distancia.
¡Fuerza La Palma!