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Patrañas históricas

Antonio Cavanillas / Antonio Cavanillas

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Con la historia sucede algo parecido. Nada es lo que semeja. Tergiversar lo pretérito o falsearlo se ha convertido en un deporte para algunos dirigentes autonómicos. Es el caso del nacionalismo catalán y ahora de los socialistas que comparten gobierno con ERC. Vaya por delante que admiro a Cataluña, que amo a una tierra en la que viví una temporada cuando mozo, que visito con frecuencia y en la que tengo amigos y familia. El seny sigue predominando sobre la rauxa en aquellas privilegiadas tierras. Conozco la cultura catalana y he novelado sobre dos de sus figuras más señeras: Arnau de Vilanova y Ramón Llull, éste mallorquín hijo de catalanes. Fue Stalin, el asesino en serie más prolífico que ha malparido la humanidad, quien dijo: “Miente mil veces y convertirás el embuste en verdad”. Parece que los actuales dirigentes del principado quieren hacer bueno el dicho.

En los libros de historia catalanes, en las escuelas públicas, se afirma que Cataluña fue un reino, y tal creen a pie juntillas los escolares. Recuerdo la discusión con una guía que nos enseñaba, a mi mujer y a mí, la bellísima catedral de Lérida hace dos o tres años. Para ella la Seu Vella fue edificada por el rey catalán Jaume I durante el siglo XIII.

-Cierto ?corroboré. La última piedra fue puesta en 1278, pero Cataluña era entonces un condado del reino de Aragón y Jaume I era el rey aragonés Jaime I, el Conquistador.

-Se equivoca señor ? Cataluña era ya un reino.

-Creo que el error es suyo, distinguida señorita: Cataluña era un reino en tanto en cuanto miembro, importante desde luego, de Aragón.

-¿Y qué me dice de Jaume II, que levantó en Lleida la primera universidad española, en 1297?

-Pues digo que su Jaume II era Jaime II de Aragón, y que el Estudi General leridano es posterior en antigüedad a las universidades de

Palencia o Salamanca. Otra cosa es lo que os han enseñado. Y antes de seguir le diré que Pedro III el Grande de Aragón es para ustedes, crédulos y desinformados, Pere II; Alfonso III de Aragón, el Liberal, es vuestro Alfons II; Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso, se convierte para vosotros en Pere III y a sí hasta el infinito.

No pude, ni de coña, convencer a aquella cicerone de que le tomaban el pelo. Hay ahora una batalla política por la sardana, que quieren convertir en símbolo patrio, danza nacional. Y me parece bien: pocos bailes regionales tan bellos y emotivos, para mi gusto, como la sardana. No tiene la raza de la jota aragonesa, la morriña de la muñeira ni la alegría de la sevillana, pero posee un no sé qué sutil que embarga el ánimo. Hay sardanas cuya música es verdaderamente mágica.

El catalán inculto, que los hay, cree con fe de carbonero en la grandeza inmarcesible de los almogávares, valientes guerreros que expandieron el imperio catalán al Mare Nostrum oriental. Han creado incluso un uniforme y lo exhiben en los campos de fútbol para animar al Barça. Por cierto, enhorabuena por la copa. El problema es que los almogávares ?de Al-mugáwir, el que hace algaras o incursiones cristianas en tierra mora por oposición a las aceifas- existieron en todos los reinos españoles y sus tropas las integraban catalanes, castellanos, aragoneses, vascos y hasta sicilianos. Y aquel efímero imperio que crearon en el cercano oriente era tan aragonés como catalán.

En busca de invencibles paladines con la espada, Roger de Flor se ha convertido en espejo admirable a imitar por las nuevas generaciones catalanas, ávidas de gloria. Roger es el nombre entre los nombres, que poco a poco va desplazando a Jaume, léase llauma. Sus victorias en el Asia Menor, en los contrafuertes del Monte Taurus, en la Tesalia y en el Ática, hacen hervir de patriótico afán a las juventudes de Ezquerra. El pequeño problema es que Roger de Flor no era catalán de nacimiento aunque sí de adopción, un charnego, vaya. Hijo de Ricardo Blum, halconero del emperador Federico II Hohenstaufen y de una mujer de Bríndisi, nació en algún lugar de la Basilicata, quizá Táranto, en fecha incierta. Antiguo templario, fue expulsado de aquella benemérita orden por ladrón, pues metió la mano en la caja tras la caída de Acre antes de dedicarse al corso. Es verdad que enmendó su turbia trayectoria, ya al servicio de la Corona de Aragón, alcanzando el entorchado de almirante.

Algo parecido ocurre con otro Roger, Roger de Lauria, que es tenido por catalán de pura cepa por los cantamañanas independentistas. El bravo almirante al servicio de los catalano-aragoneses, defensor de Sicilia, terror de los franceses invasores de Cataluña, vencedor de los angevinos en Nápoles, conquistador para su señor Pedro III el Grande de la Isla de D'Jerba, nació en Scale, en la Calabria, aunque muy joven fue llevado a Barcelona criándose tal vez en la Barceloneta de mi infancia. Tras demostrar sus dotes marineras en cien lides, se retiró a Valencia donde murió en las calendas de enero de 1304.

Podríamos estar cinco días enhebrando fantasías moriscas elaboradas por vascos y catalanes pero, por hoy y para no aburrir al personal, terminaré con la historieta que, sobre la senyera, terminan de parir entre el president socialista que no me sale el nombre y no quiero buscar y Joseph Lluis Carod Rovira, en realidad José Luis Vélez Carod Almécija, pues su padre era un guardia civil andaluz radicado en Tarragona. Afirman ambos preclaros charnegos que la bandera catalana data de la época de Jaume I, quien, tras ser herido, marcó con los dedos manchados en su propia sangre cuatro barras sobre su escudo dorado.

Para empezar, la enseña de las cuatro barras no es catalana de origen sino aragonesa. Y añadir que el rey Conquistador, al menos históricamente, no fue herido nunca en combate. La bandera aragonesa, que sirvió después a Valencia y Cataluña como enseña con algunos añadidos, es algo posterior a Jaime I. Arnau de Vilanova, el genial higienista catalán, arriesgado teólogo obsesionado con el fin del mundo y la llegada del Anticristo, médico personal del rey D. Jaime II, refiere en sus escritos haber escuchado del monarca un sueño del que le consultó el significado. En el sueño aparecía la sombra de su padre, el rey Pedro III, entregándole cuatro barras de oro puro, todas iguales y del mismo peso, encomendándole las llevara a la ceca de Zaragoza para hacer de ellas buenas monedas de oro con la efigie de los reyes de Aragón desde el Conquistador. Vilanova interpretó la ensoñación en el sentido de que las cuatro barras de oro representaban a los cuatro evangelios y aconsejó al monarca que, desde entonces, la enseña aragonesa llevara cuatro listas doradas.

Yo, desde luego, escéptico sobre la naturaleza humana y sobre historia, una cosa que en palabras de Gómez de la Serna es algo que nunca ocurrió contado por uno que no estaba allí, me libraré muy mucho de opinar sobre el origen de la bandera catalana. Lo que sí espero es que dejen de contar fantásticas historias a los niños y les permitan expresarse en libertad y sin imposiciones lingüísticas propias de dictadores.

Antonio Cavanillas

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