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Pobreza en Canarias (V): o cuando pedir dignidad es el acto más revolucionario
Nunca pensé que aquellas cajas de arroz del banco de alimentos que encontramos en una cueva de perros en Santa Cruz allá por 2012 iban a esconder un asunto tan importante. Fue nuestra primera denuncia por las irregularidades y corruptelas habituales del reparto de alimentos a familias precarias en Tenerife. Después de esa vinieron muchas, de comida caducada, comida en la basura, comida que se pierde, siempre la misma comida empaquetada, con gente que vive de lo que debería ser altruista, y las colas de la vergüenza, y faltas a la dignidad, y empresas que hacen el agosto durante todo el año, y políticos que quedan bien, y la caridad cristiana, vertical, adoctrinante, camuflada en los Bancos de Alimentos y no tanto en Cáritas, y medios que se lucen, y mucha gente lavando conciencias para poder pensar que todo está bien. Y detrás de cada denuncia reclamando dignidad un enemigo más, un insulto, y otro desprecio, condenado al ostracismo por muchos medios, y es entonces cuando me voy dando cuenta de lo que en verdad se juega aquí con este asunto del acceso a la comida.
Por el camino se nos unió una plataforma vecinal muy combativa de un tal Lolo Dorta, tomamos un poco de fuerza y volvimos a pedir que la gente pobre pudiera comer con dignidad comida sana y suficiente, sin humillaciones; y pedimos también una tarjeta de alimentos para que cada familia sin recursos pudiera comprar en el mismo supermercado que todo el mundo; y exigimos controles y fiscalizaciones, y volvimos a denunciar a los políticos del clientelismo, a los chiringuitos disfrazados de solidaridad y a las empresas del 35%. Y ya puestos a defender la causa compartimos reivindicaciones con una tal Inma Évora y su PAH exigiendo viviendas dignas para los sin techo y los con techo, y ya que estábamos metidos en faena denunciamos también junto a una tal Elsa Baute y su asociación de niños peregrinos el escándalo de la institucionalización masiva de niños de familias pobres en Canarias. En definitiva, reclamamos como mejor solución un más justo y equitativo reparto de la riqueza de Canarias que es mucha, para acabar así con todos los circos de la miseria y sus tinglados adjuntos repartidores de migajas. Ahora lo veo con claridad, estamos locos: ¡pedir una vivienda digna!, ¡alimentos!, ¡unos mínimos ingresos para que los niños pobres puedan crecer con sus familias!... ¡Repartir la riqueza! Creo que todavía deben andar riéndose más de uno de los de las clases pudientes con nuestras reivindicaciones. Estamos pidiendo nada menos que la subversión del sistema de clases, ese que ha existido siempre y probablemente nunca cambie, nada más revolucionario, pedimos un imposible.
Imposible, al menos en Canarias. Aquí, no se dan ni de lejos las condiciones para alcanzar unos mínimos de justicia y equidad social. No digo nada nuevo si digo que tenemos a la peor de las clases políticas posibles, la más políticamente correcta, la más acomodada, y la más alejada de los problemas de la gente, en los parlamentos y fuera de ellos. Y así, sin continuidad política, cualquier lucha o reivindicación social queda apagada, silenciada, ninguneada, y al final se olvida o queda en nada. Cierto, a veces en nuestras denuncias contamos con los medios de comunicación de nuestro lado, a veces, sólo a veces, otras veces son los perfectos mamporreros de sus señores. Y tampoco podemos esperar más arrojo de una profesión que no está lo que se dice bien remunerada, donde me constan las dificultades de muchos directores de medios para poder pagar a final de mes. Y en el mejor de los casos la presión mediática tampoco consigue gran cosa, la clase política ya sabe que la opinión pública se lo traga todo y al final votan a los que votan, y están tranquilos en sus sillones. Pero lo peor sin duda viene cuando salimos a la calle a buscar apoyo y participación de la misma gente que lo está pasando mal y de los que no lo pasan tan mal pero son también actores de esta sociedad: nada de nada. La realidad es que somos plataformas sociales sin gente, faltando así a la misma esencia de las plataformas sociales, que si por algo se caracterizan en teoría es por aglutinar a mucha gente desencantada en torno a una causa. No hay conciencia cívica por estas latitudes, aquí impera el “¿qué hay de lo mío?” y el “¡sálvese quien pueda!”, es lo que hay. Y así no es de extrañar lo que leía hace poco en uno de esos rankings a modo de estudios que se hacen, decía que Santa Cruz de Tenerife es la provincia española donde menos se manifiesta y protesta la gente, y Navarra la que más. Convendría comparar el nivel de bienestar social de ambas regiones para comprobar la correlación. También hay otro estudio por ahí que dice que en Canarias está la gente más feliz, y ya lo tenemos todo dicho. Supongo que por aquí hay muchos esclavos que adoran sus cadenas y son felices en su miseria, espíritu de supervivencia se llama, el ser humano es adaptativo, no podemos reprocharles nada tampoco esta vez. Y es que son tantos los siglos de servilismo, de caciquismo, de colonialismo, es tanta la diferencia de clases que quizá no podemos esperar otra cosa. Pero el asunto no termina aquí, porque en todo sistema esclavista que se precie, en todas las sociedades de sometidos que han existido, siempre hubo entre los sometidos algunos grupos con unos mínimos privilegios que se encargaban de fustigar o perseguir a los rebeldes de entre su misma clase para recordarles cómo son las cosas. Así, no es casualidad que en estos días estemos sufriendo ataques, abandonos y traiciones de la misma gente que está más abajo en el escalafón de las clases sociales, únicamente por luchar por la dignidad de las personas que menos tienen. Paradójico, y significativo.
“El desierto avanza”, escribió Nietzsche allá por 1888 profetizando largos siglos de nihilismo en Europa. El desierto avanza por Canarias, y no sólo el que provoca la falta de lluvia. Meditando seriamente lo de volver a casa, so pena de que me llamen loco, y ahora ya con razón.
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