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¿Podemos? Se va pudiendo y sin pedir permiso

Nunca se miente tanto y de modo tan compulsivo como ante unas elecciones. El devenir se trunca en promesas y el presente se esconde apresuradamente bajo la alfombra. Por arte de “birlibirloque”, el mismo que ayer te echaba las manos al cuello, se presenta ahora como tu más exaltado adalid, sacude el polvo de tu chaqueta y te propina afectuosas palmaditas en la espalda.

Todo vale en un escenario electoral: Repartir a ¡troche y moche! pastillas para el olvido, generar alucinaciones colectivas, esparcir la propia podredumbre para que todos parezcamos iguales, traficar con la esperanza y sobre todo, mentir, porque mentir no sólo es gratis, sino que se admite como natural y consustancial al mismo ejercicio político.

La casta se revuelve con desenfreno en las vísperas de los comicios. Igual da, que da lo mismo, haber incumplido los programas de ayer, tener abiertas mil y una causas por corrupción o haber conducido a la inmensa mayoría de la ciudadanía al empobrecimiento y a la precariedad cuando se ha tenido la ocasión de gobernar. Decía Octavio Paz, que “ningún pueblo cree o confía en su gobierno, sino que a lo sumo los pueblos se resignan” y la casta no se avergüenza de ello, sino que lo usa como baza. La política les corresponde y se limita a lo que ellos practican tan prodigiosamente -o al menos eso pretenden hacernos creer-. Por eso no toleran el “intrusismo”; no pueden permitir que nada ni nadie, ajeno a ellos mismos, pretenda entrar en la arena del debate político y mucho menos “la gente” y eso es, precisamente, lo que se está atreviendo a hacer Podemos.

El horizonte de las elecciones europeas del próximo 25 de mayo y lo mucho que en ellas nos jugamos, ha precipitado la materialización de una opción no sólo novedosa en su entidad, sino en su propio modelo de configuración y en sus maneras de plantear la construcción de una alternativa. Podemos surge como una propuesta de organización horizontal abierta a la participación ciudadana, en la que cualquiera puede expresar sus inquietudes y expectativas, sin necesidad de someterse a una disciplina partidista. Surge como una oportunidad para el empoderamiento colectivo de aquellas y aquellos que no se sienten representados por la casta y sin más vocación que la de ser “gente” en movimiento, dispuesta a ejercer el papel que le corresponde, como sujetos políticamente activos en pro de sus derechos fundamentales. “ Nace para convertir la indignación en cambio político, y para construir democracia a través de la participación ciudadana y la unidad popular”.

En tan solo unas semanas, en un proceso de participación creciente y sin precedentes, Podemos asume la determinación de participar en las elecciones europeas, establece un proceso abierto de primarias para la elección de su candidatura y elabora un programa a partir de las aportaciones de los círculos -asambleas- que se van multiplicando por toda la geografía. Cualquier hijo de vecino, que dispusiera de un teléfono móvil, ha tenido la oportunidad de votar a las y los candidatos; cualquiera que lo deseara, ha podido contribuir a la confección y aprobación de su programa -sin la exigencia de un carnet vinculante, ni una cuota de afiliación-.

En coherencia con sus principios, se ha propuesto abordar la campaña electoral sin acudir a los modelos tradicionales de financiación: Aquí no hay cabida para las aportaciones empresariales a lo “Bárcenas”, ni para los favores crediticios de las grandes entidades bancarias; sino que es la propia gente la que sufraga los gastos, con sus limitados recursos económicos -euro a euro- a los que suma su más entusiasta trabajo.

Estos elementos, junto a la transparencia y la horizontalidad que rigen su funcionamiento, hacen de Podemos una opción ilusionante, a la que se enganchan día a día cientos de personas nuevas y esto empieza a generar cierto nerviosismo entre quienes se sienten designados de por vida -según sus reglas y las de los poderes que les amparan- para jugar el juego de todos.

No es de extrañar que desde los grandes holdings del negocio de la información, se haya pasado por estrategias cambiantes a la hora de abordar este fenómeno social:

El primer intento ha sido el de la invisibilidad -lo que no se ve no existe-, dificultando el acceso masivo de la población al conocimiento de esta alternativa; pero las redes sociales y la existencia de algunos medios independientes, abren las puertas a un mundo informativo paralelo y por ahora de difícil control.

En segundo lugar se recurrió -se sigue haciendo- a intentar desvirtuarla y trasladarla al territorio de lo maldito. A las líneas editoriales de las grandes corporaciones se suma, a diestro y siniestro, la periódica aparición de ejércitos de contertulios -de verbo tan fluido como flexible código deontológico- dispuestos a convertir en verdad indiscutible todo tipo de falacias, como la de la financiación de Podemos desde la “Revolución Bolivariana” -el nuevo “oro de Moscú” para los padres del miedo-.

Pero parece que ninguna de estas técnicas esté resultando eficaz porque, a pesar de ellas, el fenómeno social sigue creciendo y generando simpatías. Así que se recurre al método de la desmotivación y aparecen en escena las encuestas.

Según quien la encargue una encuesta tiene la virtud de convertir en axioma aquello que se quiere que creamos y así, en pleno declive del bipartidismo, algunas consultas aseguran que PP y PSOE verán redoblados sus apoyos electorales. En otros casos, basta con recurrir nuevamente a la invisibilidad escondiendo a una determinada opción bajo el epígrafe “otros” -se matan dos pájaros de un tiro, eludiendo referirse a sus resultados directos y evitando colaborar en su divulgación-. En otras tantas ocasiones, se llama subliminalmente a un supuesto voto útil, haciendo hincapié en el efecto perverso que genera la aparición de nuevas opciones y una posible dispersión del voto.

Pero tampoco las encuestas consiguen desmoralizar a los miles de mujeres y hombres que se identifican con Podemos. Se sigue trabajando con ahínco, porque el “partido” no se juega en las encuestas, sino en las urnas y, en palabras de Pablo Iglesias, “no vamos a jugar para perder, empatar o marcar el gol de la honrilla, sino porque estamos decididos a jugar con todas nuestras fuerzas y para ganar”. Tal vez por eso y a pesar de las encuestas, el propio presidente del gobierno ha tenido a bien salir a la palestra para pedir el voto en favor de las organizaciones tradicionales. ¿En qué quedamos?

Ocurra lo que ocurra, Podemos no tiene vocación de flor de un día ni se ha marcado como objetivo “colocar” a determinadas personas en un escaño europeo, sino que apareció para quedarse.

Digan lo que digan, “se va pudiendo”.

Nunca se miente tanto y de modo tan compulsivo como ante unas elecciones. El devenir se trunca en promesas y el presente se esconde apresuradamente bajo la alfombra. Por arte de “birlibirloque”, el mismo que ayer te echaba las manos al cuello, se presenta ahora como tu más exaltado adalid, sacude el polvo de tu chaqueta y te propina afectuosas palmaditas en la espalda.

Todo vale en un escenario electoral: Repartir a ¡troche y moche! pastillas para el olvido, generar alucinaciones colectivas, esparcir la propia podredumbre para que todos parezcamos iguales, traficar con la esperanza y sobre todo, mentir, porque mentir no sólo es gratis, sino que se admite como natural y consustancial al mismo ejercicio político.