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El 'pollo' de Manuel Sirgo

Si en lo personal, uno puede teorizar y/o defender con todas las armas a su alcance la inocencia de tus amigos, como profesional debes atenerte a las pruebas que se coloquen sobre la mesa y actuar en consecuencia.

La realidad nos demuestra que luego, cada cual actúa movido, en muchos casos, por motivos que poco o nada tienen que ver con dichas pruebas, aunque eso es otra cuestión.

El caso es que nada más leer la noticia en la que se acusaba a un miembro de la academia de cine española ?Manuel Sirgo- de colgar en la red películas de manera fraudulenta, mi cabeza me empezó a repetir que aquello era imposible. No tenía pruebas para pensar así, pero algo me decía que alguien, o “alguienes” se había aprovechado de la buena fe de Manuel para acceder al material que, tras ser volcado en la red, había sido detectado por la policía.

Tiene gracia que, ahora, uno de los verdaderos responsables dijera en su declaración lo mismo que pensé yo. Vamos, que todo sucedió, porque Manuel Sirgo es “un pedazo de pan”, y...pues eso, que nos aprovechamos de él y pirateamos una de las películas que luego fue detectada por la policía“.

Lo cierto es que la expresión “pedazo de pan” no me suena igual pensada en mi cabeza que leída en el periódico, porque con decir que, el hasta ahora presunto culpable de un acto de vulneración de los derechos de la propiedad intelectual es un buenazo y que, por eso, ha acabado siendo víctima de un lío como el que ha debido pasar en los últimos días, no se soluciona el tema en cuestión.

Me encantaría saber qué le pasa al común de los ciudadanos de nuestro país con un tema tan importante como lo es, o debería serlo, el trabajo de los demás. En cualquier sitio, de una forma o de otra, el trabajo ajeno se respeta, se guarda e, incluso, se premia. En España, el aprovecharse del trabajo ajeno es moneda de cambio, bajo excusas que tienen que ver con el elevado precio de algunos soportes -argumento que puede ser válido, pero que la piratería no soluciona-, o amparándose en la picaresca, ella, tan española y tan nauseabunda a la vez.

Sea como fuere, la falta de cabeza de dos personas ha propiciado que el BUEN nombre de un creador como lo es Manuel Sirgo aparezca relacionado en un asunto que nada tiene que ver ni con su trayectoria personal, ni profesional.

Manuel Sirgo es, no sólo el ganador de un Goya por su sensacional corto Pollo ?galardón el cual he tenido en mis manos- sino el responsable de la serie de animación Las Tres Mellizas, uno de los mejores y más exportados ejemplos de lo que la animación española puede dar de sí.

Su profesionalidad le ha llevado a trabajar fuera de nuestro país, en estudios tan reputados como lo son Warner Bros y Walt Disney.

Recuerdo que, la primera vez que coincidimos -gracias a una invitación del colectivo de cine Vértigo, con motivo de la edición del año 2004 del encuentro Ibértigo- Manuel Sirgo me comentó que le parecía un disparate anunciar las películas de animación basándose en las personas que doblaban a los personajes principales. Para él aquello era una locura y una clara muestra del menosprecio hacia el trabajo de todos los animadores y el resto del equipo técnico implicados en una película de animación.

Al año siguiente, y tras visitar las oficinas de su productora en Madrid, 12 Pingüinos, tuve la oportunidad de invitarle a las actividades desarrolladas durante la edición número trece del ya desaparecido Salón Internacional del Cómic de Santa Cruz de Tenerife.

Durante los días en los que compartimos lugar de trabajo en la sede el evento ?la sala de arte y exposiciones de La Recova, en Santa Cruz de Tenerife- Manuel demostró, no solamente sus capacidades para el dibujo, dibujando un centenar de pollos y otras tantas mellizas a todos aquellos que se acercaron a él durante las sesiones de firmas, sino sus amplios conocimientos sobre el mundo de la animación. Además, Manuel me demostró que siempre hay tiempo para aprender, para detenerse y ver lo que hacen los demás en otras partes del mundo, tal y como sucedió durante los días en los que se pudo ver el trabajo de los animadores del colectivo eslovaco Stripburger.

Luego de aquel encuentro, Manuel Sirgo y yo hemos continuado manteniendo contacto periódico, además de disfrutar con sus nuevas propuestas tales como Clips, todo un derroche visual y con ese toque trasgresor tan del gusto de Manuel Sirgo.

Debo admitir, sin embargo, que el trabajo que más me gusta de Manuel Sirgo es Osos, uno de los mejores cortos de animación de cuantos he visto en la última década y una obra que debería disfrutar de un reconocimiento el cual, por razones que se me escapan, por lo menos algunas de ellas, continúa siendo ignorado por quienes presumen de querer y defender el cine de animación.

Osos sí que es una prueba no sólo del talento de Manuel Sirgo y los miembros de su estudio 12 Pingüinos, sino de las virtudes como persona de su creador que, desde que le conozco, ha luchado por elevar el cine de animación a la categoría de arte, lejos de las sinrazón de quienes piensan que los directores de este tipo de cine no son “verdaderos” directores.

Sé que, tras este tipo de sucesos, la sombra de la duda sobrevolará la persona y el trabajo de Manuel Sirgo, dada la propensión de las personas a transformase en “inquisidores de tercera” con demasiada facilidad. No obstante, me encantaría que, por una vez, todo esto sirviera para que muchos se dieran cuenta de que ni se debe traicionar la confianza, ni la lealtad de los demás y que el respeto hacia los demás empieza por valorar el trabajo ajeno, casi antes que a la persona.

Sirvan estas palabras para resarcir el desatino vivido en los últimos días por Manuel Sirgo y su entorno, y deseo que la próxima vez que se hable de él en los medios de comunicación sea para reconocer su trabajo como animador. No por asuntos que mejor desaparecieran del imaginario colectivo de una vez por todas.

Eduardo Serradilla Sanchis

Si en lo personal, uno puede teorizar y/o defender con todas las armas a su alcance la inocencia de tus amigos, como profesional debes atenerte a las pruebas que se coloquen sobre la mesa y actuar en consecuencia.

La realidad nos demuestra que luego, cada cual actúa movido, en muchos casos, por motivos que poco o nada tienen que ver con dichas pruebas, aunque eso es otra cuestión.