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Ponga un canario en su biblioteca

Alexis Ravelo / Alexis Ravelo

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Usted, persona de hábitos sibaritas, que ha mostrado a sus amigos y amigas las excelencias de escritores de lugares como Armenia, Congo Belga, Albania, Bosnia, Turquía y Eslovaquia.

Usted, lector o lectora perfectamente al día, que ya leía a los autores suecos antes de que llegara Larsson, que ya había asistido a la edificación de los pilares de la tierra antes de que se implantara su marina franquicia catalana y ya sabía de todos los secretos vaticanos antes de que el cine los expusiera al vulgo.

¿Va a dejar pasar la oportunidad de ser el primero o la primera entre los suyos en descubrir el nuevo fenómeno literario periférico? ¿Va a permitir que sea ese compañero de oficina estirado, esa vecina “moderna”, ese cuñado pedante, o esa primita resabiada quienes le descubran a estos nuevos e interesantísimos autores?

Piense que en este mundo global, en el que todo lo excéntrico parece tan céntrico y tan explorado, en el que parecen no quedar ya flores salvajes, existe aún una literatura periférica por descubrir, la cual, sin embargo, resulta intelectualmente asequible a su idioma y su cultura sin dejar de ser un producto genuinamente exótico. Me refiero (si está bien informado, lo habrá adivinado ya), a la literatura canaria.

Repare en las evidentes ventajas: alejamiento de la Metrópoli pero cercanía intelectual; africanidad pero en español; referentes americanos pero giros léxicos mucho más familiares para el lector ibérico; crisol de culturas, pero sin necesidad de viajar a Nueva York (carísimo), en caso de querer visitar el escenario de su novela preferida. Y, en cuanto a la moda sueca, recuerde que los canarios fueron los primeros españoles en plantar su semilla en el frío norte (Muchas veces, en sentido literal. Una demanda colectiva de paternidad en los años ochenta lo demuestra).

Y una vez pensado todo esto, no piense más y ponga a un canario en su biblioteca.

Después podrá hablar de la prosa recia de González Déniz, del rico universo de Antolín Dávila, de los deliciosos bocados narrativos de Dolores Campos-Herrero, de los grises ambientes de González Ascanio y las elegantes ficciones de José Manuel Brito.

Podrá hablar, también, de temas de candente actualidad: del polémico asunto de la memoria histórica, con las novelas de Miguel Ángel Sosa Machín como excusa; del pequeño drama de las anónimas víctimas de la crisis, haciendo lo propio con las de Santiago Gil.

Podrá hacer sonreír a sus amistades con los juegos naif de Juan Carlos de Sancho. O presumir de haber constatado primero que nadie la valía de relatistas y microrrelatistas, como la joven Ángeles Jurado o la todavía más joven Judith Bosch.

Si es amante de intrigas y violencias, tiene varios escritores negros entre los que elegir: algunos autóctonos, como Correa o Ravelo; otros afincados hace años en las Islas, como Lozano o Carlos Álvarez (no confundir con el cantante lírico).

Incluso dispone usted de varios ejemplares de canarios afincados en grandes ciudades, como Sabas Martín o José Carlos Cataño (una de cuyas novelas tiene como ganancia secundaria proporcionar un tema originalísimo de conversación, olvidado entre nosotros desde Leopoldo Azancot: el erotismo y el judaísmo).

Y la poesía? Ah, la poesía. Canarias, por si usted desconoce el dato, es tradicional territorio de poetas. Puede empezar por los más jóvenes: Pedro Flores, Tina Suárez, Federico J. Silva, Alicia Llarena, Verónica García, Silvia Rodríguez (no confundir con el cantautor), Cecilia Domínguez, Marcos Hormiga? Son tantos y tan interesantes que usted podrá hablar de uno cada día sin repetirse en mucho tiempo.

Imagínese en medio de esa reunión social en la que ya hace rato que corren el vino y la cerveza, captando la atención de todos al decir: “Recuerdo un poema de un poeta de Lanzarote que?”. Se convertirá enseguida en el centro de interés de sus potenciales amantes y en la envidia de sus rivales amorosos.

Pero, ya que será el primero o la primera en descubrirlos, aproveche su ventaja. Usted, que cuando apareció Mankell olisqueó enseguida a Sjöwall-Wahlöö, no pierda el tiempo y encuentre cuanto antes a los Millares y los Padorno y los de La Torre, a Arozarena y a Isaac de Vega, a Agustín Espinosa y García Cabrera, a Alonso Quesada y Domingo Rivero.

En esta tarea (puede que algo laboriosa, pero de indudable provecho) podrá ayudarse de utilísimos estudios de Jorge Rodríguez Padrón, Eugenio Padorno, Oswaldo Guerra, Antonio Becerra o Nilo Palenzuela, entre otros, sin olvidar a la decana de los estudiosos de la literatura canaria: doña María Rosa Alonso.

Piense en cómo presumirá de haber llegado antes que nadie a los protagonistas de la nueva ola canaria; en la soltura con la que transmitirá sus conocimientos acerca del mestizaje cultural, de la influencia del paisaje en la poética insular; piense en el asombro que despertará al decir a los neófitos: “Pero si los tenías ahí, ante tus narices: justo enfrente de África. Y no los conocías”.

No espere más. Ponga a un canario en su biblioteca.

Quizá al principio le cueste un poco y tenga que dirigirle la palabra a su librero o librera de confianza, porque tal vez (pequeñas desventajas de ser un pionero) hasta dentro de un tiempo no figuren en mesa de novedades. Mucho menos en supermercados, aeropuertos o en esa cadena de negocios que llevan nombre de maniobra textil (o de gesto insultante, si usted quiere) y apellido de gentilicio británico. Esos sitios, como bien sabe, van siempre en el furgón de cola de la cultura, a remolque de lo que ya otros han descubierto. No sea vulgar. Usted tiene demasiada clase para eso. Acuda a los sitios donde re-al-men-te están los libros y solicite a alguno de los autores mencionados en este aviso (que es también advertencia) o a otros canarios que su librero acaso ya conozca.

Porque sí, ya varios editores (ellos no son tontos) han puesto los ojos en diversos canarios y los han fichado. Y, por otro lado, desde hace tiempo los distribuidores (ellos tampoco son miopes) hacen llegar regularmente a cualquier rincón de España los libros de las editoriales canarias (sí, las hay: alguna tienen incluso luz eléctrica y teléfono).

Así pues, no espere más. Que cuando Babelia o El cultural lleguen, usted lleve ya un buen rato ahí. Conviértase en un precursor, en un pionero, en un experto. No deje que se le eche encima lo irremediable y le coja despistado lo que ya se veía venir.

No dude un instante más. Ponga a un canario en su biblioteca. Hágalo hoy y enorgullézcase mañana. No sea esta vez de los últimos en enterarse. Hágalo sin demora. Comparta, además, este mensaje entre personas de su círculo más íntimo. No se lo envíe a todas: sólo a aquellas que lo merecen. Se lo aseguro: se lo agradecerán.

Sin otro particular que comunicarle y esperando que la información proporcionada le sea de utilidad, aprovecha para enviarle un cordial saludo:

Bernardo Betancor.

(Becario Adjunto a la Cátedra de Pirobiología y Concatenaciones Diversas de la Universidad de Patafísica de San Expósito).

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