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El Premio Planeta
La primera escritora que ganó el premio Planeta fue Ana María Matute, en 1954. Era la tercera edición del galardón y ganó con una novela titulada “Pequeño teatro” que iba de un titiritero y de otras cosas y asuntos que gustaban a la genial cuentista. Dos años después, ganó Carmen Kurtz, en 1964 Concha Alós, en 1966 Marta Portal, y en 1975 Mercedes Salisachs, y así sucesivamente hasta nuestros días. Teniendo en cuenta las circunstancias especialmente patriarcales de aquellas épocas –y de esta- el premio que instauró José Manuel Lara ha promovido a bastantes escritoras.
En esta edición, setenta años después de la de Matute, ha ganado otra escritora, Paloma Sánchez-Garnica, con una novela, “Victoria”, que apetece mucho. “No me preguntes las razones” le contesto a María Azucena, amiga de la infancia que me inquiere sobre el asunto. Será por el ambiente o por la época que recrea, o por los periodistas, la guerra fría y la libertad de prensa, o por Berlín. Será por lo que sea, en un mes la podremos leer. Casi por las mismas razones, no apetece tanto la finalista, “Fuego en la garganta” de Beatriz Serrano “Eres un poco demagogo” me increpa María Azucena. “Un mucho” le digo “y además soy fan de este premio, de sus premiados y premiadas y de la parafernalia de la proclamación y entrega en la noche de Santa Teresa.”
La elección del día la hizo el editor patriarca en homenaje a su mujer, Teresa Bosch Carbonell, auténtica inspiradora de las andanzas empresariales de Lara, que fueron múltiples y variadas hasta fundar y consolidar la editorial Planeta, hoy grupo multimedia que lo mismo Contrata a Sonsoles Onega o Vicente Vallés que a Ferreras o Wyoming para sus canales de televisión.
De todos los premios Planeta, recuerdo con especial interés el de Xavier Benguerel, “Icaria, Icaria…” (1974) y “Las últimas banderas” (1967) de Ángel María de Lera, ambos de temática y ambientes anarquistas y barceloneses. Qué casualidad. La nómina es rica y variada. De nuevo María Azucena me pregunta por las razones de mis gustos y esta vez le sonrío y reconforto con un “soy una persona un poco extraña” que no la deja desconcertada sino que confirma sus enérgicas sospechas. “Por eso me vas a invitar a un ”spritz“ me dice rauda al tiempo que me coge de la mano y me lleva a la barra del Harry’s Bar de Venecia, en el transportador de ”La Revuelta“: ”Aquí no hacemos esa porquería, señora, solo Bellinis.“ Nos damos la vuelta y en la plaza de San Marcos, en el Florian, nos tomamos unos cafeses y unos guisquises. ”En esta plaza, in illo tempore, el escritor Vila-Matas le negó ayuda a mi amigo Giménez-Frontín, también escritor, para comer y volver a Barcelona.“ ”No me lo creo. Eso es uno de tus inventos adolescentes“ me responde insolente. ”Adolescente o no, ocurrió en aquellos años de gloria de los sesentas, y ahí mismo, bajo los arcos.“
Ya de vuelta, en la plaza Real de Barcelona, no encontramos a unos periodistas canarios que todavía estaban de celebración del Planeta. Habían ido a la cena. “¿Qué tal?” les preguntó María Azucena. “Pues muy bien: la reina Letizia lucía un precioso traje.” Fin de la crónica.
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