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Redefinir turismo de calidad
¡Era al revés!, ¡al revés! Todo este tiempo devanándonos los sesos discutiendo acerca de qué se entendía por turismo de calidad, y resulta que la respuesta estaba en el viento. Exactamente, en el devenir saturado e irrespirable. Todas las sospechas recaídas sobre el turismo de masas, el de borrachera, el de sol y playa en exclusiva, y todas las preguntas acerca de cómo mejorar esta situación, qué nuevos productos pudiéramos ofrecer, y resulta que solo había que cambiar el plano de la mirada. Solo teníamos que cambiar el enfoque. Volver la mirada hacia nosotros los autóctonos. En vez de mirar a los visitantes, mirarnos. Tanto tiempo devanándose los sesos pensando que el turismo de calidad era algún producto distintivo, distinguido, caro, elitista, ultra novedoso y exótico que pudiera ofrecerse a los turistas, y resulta que había que cambiar el plano, el escenario, el sujeto y la mirada. Para redefinir el turismo de calidad, urge situar en el centro del plano a la comunidad anfitriona, receptora, local y residente. Autóctona. Al pueblo canario. Hay que sacar al turista del centro de la mirada y poner a la gente del país.
Efectivamente, era al revés. Décadas soportando que la ideología turística ocupara y taponara todos los resquicios de dudas y sospechas que albergábamos sobre los costes sociales de esta industria, sobre cómo revertirlo en aras de ganar en calidad, sobre qué de nuevo podríamos ofrecer si ya no nos quedaba nada en el almacén del país. Ya no nos quedaba ningún souvenir que inventar. Pero es que estábamos mal situados para poder rebatir la hegemonía del discurso al uso, la ideología turística, el discurso del récord de ocupación y del paraíso para vivir. Por eso, se ha tenido que esperar a que se activen muchas colectividades a lo largo y ancho del planeta para enfrentar una turistificación hostil, miserable y cutre-artificiosa, que produzcan herramientas intelectuales y conocimiento amplio para concluir en una nueva, necesaria e irremediable, conceptualización del turismo de calidad. Sí, las definiciones sociales son dinámicas. Así, por turismo de calidad debemos entender aquél que respeta y no interfiere en la vida cotidiana, los itinerarios y costumbres ordinarias, el que no compite con la economía y las rentas de las gentes del país, el que no compromete el presente y el futuro de las nuevas generaciones de los pueblos anfitriones y autóctonos, el que no destruye ni altera el paisaje social y ambiental, el que no destruye lo auténtico de las poblaciones receptoras que, paradójicamente, es lo que el nuevo turista busca. Por turismo de calidad debemos entender el que no se destruye a sí mismo y a quienes lo acogen. Lo demás son disquisiciones que, si en algún momento tuvieron sentido, ya no. Los tiempos han cambiado, el capitalismo se ha reinventado y los pueblos también.
Quizás, el turismo de calidad ya no existe porque, sencillamente, es un imposible. Una contradicción en sí misma. Ello nos ahorraría el problema de definirlo y de escribir estas líneas. Total, como ya las tengo escritas, aquí las dejo. Y termino: si aceptamos esta redefinición tenemos que aceptar revolucionar con tremendas dosis de innovación y creatividad la agenda de las instituciones públicas responsables de las áreas de turismo. Sobre todo, en economías dependientes, significa cambiar el modelo de gestión al servicio exclusivo del negocio rápido multinacional, aplicado a tiempo completo a la promoción y mercantilización del paraíso y sus gentes. Aplicado a la destrucción del paraíso que su propaganda ha creado. En serio, salvo en la elitista Inglaterra del XIX, nadie se creyó nunca lo del exotismo, pero es que ahora es muy hortera. No hay gusto distinguido en Bourdieu que lo soporte. Y hay gobiernos y gentes del mundillo del ocio vacacional con un gusto muy cutre y un olor a bronceador y cóctel que tira para atrás. También ellos tienen que redefinirse. Si el nuevo visitante busca lo auténtico, y todas las regiones turísticas del planeta son un símil, habrá que cuidar lo único auténtico; las gentes y paisajes del lugar. Si los autóctonos estamos saturados y hacinados, pobres y explotados, difícilmente podremos ser pintorescos. Si nuestro entorno se vende a colonos que gentrifican y nos expulsan de manera abrupta o silente, difícilmente pueden esperar que echemos una sonrisa. Lo de la amabilidad ya lo dejamos para otra ocasión.
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