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Salir de la náusea (2)

Joaquín Sagaseta / Joaquín Sagaseta

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El brusco deterioro en las condiciones de vida y trabajo del conjunto de las capas populares, la brutal agudización de las desigtualdades, el infierno de la inseguridad en el presente y en el futuro mas cercano -de una generación perdida se habla ya con la misma naturalidad que se comenta la perdida de una cosecha-, el saqueo medio-ambiental que amenaza con hacer imposible en plazo próximo la existencia de la vida humana sobre la tierra...ha propiciado un formidable movimiento de contestación que le estalla al sistema en el rostro, que aguanta las peores embestidas, arrastra y unifica a amplias capas de la sociedad que hasta hace muy poco se encontraban paralizadas por sensaciones de impotencia, desengaño o fatalidad, o bien permanecían neutralizadas por las aparentes bondades del sistema.

Por su extensión sin precedentes, por la forma súbita y en gran medida espontanea en que se gesta y reproduce, por el basto consenso que obtiene... lo que ha venido llamándose movimiento 15 M y Democracia Real, marca el tono de la época. Resulte a la postre triunfante o no, el tono es una hegemonía de códigos progresistas que crece sobre la ruinas de los iconos derribados de la ideología liberal. Esa significación histórica ya nadie se la arrebata.

Ciertamente, el liberalismo es dominante, controla el poder, pero ya no es dirigente, y ello es condición previa para la reconstrución de la izquierda y, por añadidura, para que se ponga al orden del día la cuestión del poder político.

No se cuestiona esta o aquella manifestación del sistema, sino al sistema mismo y a las políticas que despreciaban objetivos globales. De lo que se tiene apetencia ahora es de fines transformadores.

La movilización por la democracia real interpreta y condensa no solo los sentimientos que han prendido en la sociedad, sino la posición de progreso en un momento que que la contradicción que pasa a primer plano, la que polariza y antagoniza, es la lucha entre el desmantelamiento del estado social o, por el contrario, su defensa y desarrollo. Se trata de dos concepciones opuestas de la sociedad, formas y contenidos que en el estadio terminal del sistema capitalista se han tornado irreconciliables: el gran capital no puede convivir con el estado social y democrático de derecho y los pueblos no pueden vivir sin el “so pena de hundirse en la condición del cooli chino” (Engels, Anti Düring).

Algunos han considerado que aquellos imponentes movimientos introducian un elemento disgregador de la oposición de izquierda política y sindical organizada -por lo común se refieren con no poca presuntuosidad a ellos mismos-. Incluso se llega a pensar y a decir que por su dosis de espontaneidad, dispersión organizativa, improvisación programática...estamos, poco mas, que frente a un artificio maléfico dirigido contra aquella izquierda o, en el mejor de los casos, ante una suerte de casualidad sin mayor significación.

Sorprende, cuanto menos que quienes de esa forma valoran las sacudidas de aquellos movimientos ni siquiera reparen en el efecto alentador de esa eclosión de vida en los desertizados campos de la izquierda. ¿Conspiraciones? ¿Casualidades? Cuanto menos debería asaltarles la duda de que movilizaciones de tales magnitudes cuantitativas y cualitativas no caben en esos ropajes, como aquella sospecha que perturbó a Groucho Marx el día en que fué a apostar en las carreras: qué casualidad, tantas casualidades por casualidad.

Por poco que mire hacia atrás, esa izquierda política y esa izquierda sindical podían tal vez esperar que el recalentamiento de la caldera no condujera a nada, pero en lo que no podían confiar es que si la caldera no aguantaba ocurriera algo muy diferente.

La bancarrota de la socialdemocracia de derecha, en su desplome se lleva consigo injustamente al conjunto de la izquierda . Pero la cuestión no es esa, lo decisivo no es el resultado sino el movimiento que conduce a ese resultado.

“No basta que el pensamiento quiera realizarse, es necesario que la realidad sienta apetencia de ese pensamiento” subrayaba Marx -Critica a la Filosofía del Derecho de Hegel- . Lo mínimo que puede decirse es que la realidad sentía apetencia del 15 M. Como muestra tragicamente la historia, por sí misma la apetencia no es criterio de verdad, pero lo que interesa es ¿por que esa apetencia y no otra? ¿Que es lo que ha mediado?.

La cuestión es determinar como ha sido posible que tras tres décadas desde el inicio del periodo de reacción la izquierda real y el sindicalismo que se proclama de clase, no ha delimitado sus fronteras, las lineas divisorias que lo disociaran con claridad de aquella socialdemocracia, ni logrado que esa separación fuera claramente percibida y ademas sentida como necesaria.

¿No será justamente que se ha asumido la vieja y liquidadora filosofía de que el fin no es nada y el movimiento lo es todo? ¿No se habrán sacrificado de hecho los fines para engolfarse en el electoralismo, en el cretinismo parlamentario, en políticas aldeanas de genero chico? El propio concepto, aceptado con naturalidad, de clase política ¿no comprende a la vez la aberración y su repelente? ¿Qué clase es esa? ¿cuáles son sus intereses específicos que la distinguen de las otras clases?

Si es a través de la ideología como el sentimiento y la sensación se convierten en conciencia y conocimiento, décadas de abdicación ideológica, de ideología reducida como cabeza en mano de jíbaro, de apoliticismo sindical ¿no han tenido nada que ver en las perdidas de identidad y en consecuencia de necesidad de partidos y sindicatos?

Si a partidos y sindicatos se les debe considerar medios para determinados fines y en no poca medida se les juzga por su propia existencia ¿ha sido edificante su realidad interna? El aplastamiento de la renovación por losas de burocratiasmo y verticalismo, la antagonización de las discrepancias internas primero y las degollinas partidarias después ¿eran desconocidas? ¿Y el espíritu de secta ? ¿Por qué la masiva desafiliación y sangría de militantes? ¿Es otra casualidad que en aquella casualidad hayan intervenido activamente muchos miles de hombres y mujeres de ideología definida, incluso de militancia partidaria?

No considerar todos esos extremos, y muchos mas, quedarse en lo anecdotico, en determinadas apariencias circunstanciales, es pasar por el 15 M sin que el 15 M pase por nosotros y, de suyo, dar la espalda a un movimiento histórico-necesario, pleno de significaciónes y enseñanzas. Justamente lo contrario de lo que necesita la reconstrucción de la izquierda. No en vano estos modos de movilización “han sido a menudo una especie de expiación de los pecados oportunistas del movimiento obrero” (Lenin, La Enfermedad Infantil del Izquierdismo).

La discusión sobre si el apartidismo del 15 M es un vicio o una virtud tiene mucho de abstracto o especulativo. Ha sido y es como es, en sus caracteres determinantes, porque la inflamación de su entorno económico y social en relación con la realidad de la izquierda así lo condicionaron. No es un movimiento apartidista, rebelde, que no entra en la cuestión del poder, por definición ideológica, sino porque su indignación y pluralidad carecía de recepción política donde reconocerse.

El 15 M, como todo, tiene sus causas y sus efectos, esta en movimiento y el movimiento presupone contradicción. Las contradicciones de 15 M no son triviales, siempre ocurre así en momentos históricos donde las tensiones se agudizan. La índole de las reclamaciones que lo hicieron nacer y desarrollarse, su carácter , su base social y un contexto de máximo encono político/social, del que nada ni nadie puede librarse ni eximirse, lo presionan con fuerza. En este sentido es cierto que no cabe descartar el riesgo de que traspase la frágil frontera que separa al apartidismo del abstencionismo político y el antipartidismo, si ello ocurre así, el agua irá al molino de la derecha y el movimiento cambiará su carácter y sus dimensiones.

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