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Sumar, restar y dividir

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Me preocupan mucho las elecciones europeas del próximo 9 de junio. Sobre todo, por el más que seguro avance de la extrema derecha en las urnas y sus terribles consecuencias. Una ultraderecha que tiene una enorme capacidad de contagiar a la derecha de siempre, que termina aceptando sus postulados más reaccionarios, más incompatibles con los derechos humanos, más dañinos. En torno a la cohesión social, la inmigración y las políticas de asilo, los avances logrados por las mujeres, los derechos LGTBI o la lucha contra la Crisis Climática.

No sosiega precisamente observar las tenebrosas imágenes de los fascistas desfilando agresivamente por Milán como si el Duce todavía gobernara en Italia. O la reciente reunión ultra de Madrid. Ni que, según distintos sondeos, las extremas derechas aparezcan como triunfadoras de estas elecciones en numerosos estados europeos en medio de un general ascenso de la ideología ultra. Vimos hace bien poco su crecimiento en Cataluña, en este caso sobre todo por la eclosión de una formación xenófoba independentista que compite y comparte ideología con la muy españolista Vox. Europa parece que carece por completo de memoria, olvidando lo que los antecesores de esos partidos causaron hace menos de 90 años.

Tampoco anima mucho que se vaya perfilando un pacto entre el Partido Popular Europeo y formaciones como Vox, los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni o la Agrupación Nacional de Marine Le Pen. Ya lo anuncia Ursula von der Leyen, ya lo reclama Meloni, ya lo confirma Feijóo. Eso sí, a la derecha tradicional les parecen estupendos socios los herederos de Mussolini (los Hermanos de Italia de Meloni) y aún les resulta difícil tragar con los sucesores de Hitler, la neonazi Alternativa por Alemania; cuestión de tiempo, todo se andará.

En las derechas europeas se viene cocinando el giro a las posiciones más ultraconservadoras, con graves consecuencias para las libertades y para los derechos alcanzados por las mujeres o por el colectivo LGTBI, pero también para el cuidado del planeta.

Izquierdas

Me intranquilizan, también, las divisiones de las fuerzas progresistas. Una especie de repetición permanente de algunas escenas de La Vida de Brian. Menos mal que, en el caso del Estado español, Izquierda Unida puso sensatez y no aceptó las tesis internas de quienes pedían formar una candidatura propia en esos comicios de junio como respuesta a lo que consideraban como mala ubicación en la plancha de Sumar. La frustrante experiencia de los comicios autonómicos celebrados en Galicia y en Euskadi debería servir como acicate para lograr los máximos niveles de unidad posibles. 

En Canarias sí se ha dado un interesante proceso de unidad electoral entre organizaciones que han puesto en un segundo plano sus diferencias, poniendo por delante lo mucho que les une y la necesidad de hacer frente al tsunami ultraderechista. Parece que al menos algunos actores de la izquierda, con responsabilidad, entienden la trascendencia del actual momento político. Para otros, la capacidad de fragmentar e imposibilitar entendimientos forma parte de su ADN, pleno de verdades absolutas e inmutables. 

Aunque nos pueda parecer muy lejano el Parlamento Europeo, sus decisiones nos afectan muy directamente. Y una contra revolución política e ideológica como la que está en marcha supondrá, otra vez, recortes en los servicios públicos y un profundo retroceso en el estado social; y, por el negacionismo de la ultraderecha, reducir la agenda climática a mero simbolismo sin efectos prácticos para salvar a este planeta tan castigado por el ser humano, por un modelo económico profundamente depredador. 

Achicar espacio

Afortunadamente en estas elecciones del 9J hay varias formaciones y coaliciones de izquierdas con posibilidades de alcanzar representación en Europa y de tratar de achicar espacio a la derecha y a la ultraderecha. Mejorables, sin duda. Con contradicciones, claro. La perfección absoluta, sin fisuras, solo la suelen creer tener los totalitarios.

Por lo señalado, en estos momentos todos los votos progresistas resultan imprescindibles; apoyando a la candidatura que cada uno considere la más adecuada. Opciones hay. No están los tiempos para frivolidades de ningún tipo. Mucho mejor sumar que dividir, restar o quedarse irresponsablemente en casa teorizando sobre presentes o futuras primaveras mientras la extrema derecha se encuentra completamente movilizada. Para multiplicarse, ocupando todos los espacios, e imponernos su más crudo e inhumano invierno. 

Me preocupan mucho las elecciones europeas del próximo 9 de junio. Sobre todo, por el más que seguro avance de la extrema derecha en las urnas y sus terribles consecuencias. Una ultraderecha que tiene una enorme capacidad de contagiar a la derecha de siempre, que termina aceptando sus postulados más reaccionarios, más incompatibles con los derechos humanos, más dañinos. En torno a la cohesión social, la inmigración y las políticas de asilo, los avances logrados por las mujeres, los derechos LGTBI o la lucha contra la Crisis Climática.

No sosiega precisamente observar las tenebrosas imágenes de los fascistas desfilando agresivamente por Milán como si el Duce todavía gobernara en Italia. O la reciente reunión ultra de Madrid. Ni que, según distintos sondeos, las extremas derechas aparezcan como triunfadoras de estas elecciones en numerosos estados europeos en medio de un general ascenso de la ideología ultra. Vimos hace bien poco su crecimiento en Cataluña, en este caso sobre todo por la eclosión de una formación xenófoba independentista que compite y comparte ideología con la muy españolista Vox. Europa parece que carece por completo de memoria, olvidando lo que los antecesores de esos partidos causaron hace menos de 90 años.