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Terrestre ? Marino, ¿pero cuánto?

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A simple vista es fácil reconocer que los ecosistemas marinos son diferentes de los terrestres; no nos encontraremos un árbol que crezca en las profundidades marinas ni una ballena que se alimente en un pinar. Pero las diferencias entre estos dos mundos son más acusadas de lo que en principio podríamos pensar.

La biomasa que nos podemos encontrar en el medio terrestre es varias veces superior en comparación con la del medio marino, sin embargo, se encuentra limitada a una pequeña franja de espesor de hasta unos 100 metros y, por esta razón, no se encuentran formas de vida en capas altas de la atmósfera. Por el contrario, el medio marino es tridimensional porque existe vida en todas las capas de agua desde la superficie hasta las profundidades abisales. Este factor es crucial porque la profundidad media de los océanos es de 3.500 metros y cerca del 70% se encuentra a más de 200 metros.

Además, los productores primarios más importantes en la Tierra son vegetales con tamaños apreciables y sésiles, es decir, sin facultad para moverse de un lugar a otro. En cambio, en el medio marino son microscópicos y móviles (fitoplancton), porque son arrastrados por las corrientes. Lo más sorprendente ocurre en el otro extremo de la red trófica con los carnívoros y herbívoros donde algunos representantes marinos superan en tamaño a los terrestres, por ejemplo, comparen una ballena con un elefante. Pero esto no es lo más llamativo, la variedad de los ciclos de vida en las especies marinas supera con creces a los de los representantes terrestres. En el mar muchos organismos han desarrollado fases dispersivas pelágicas, para poder colonizar otros lugares sirviéndose de las corrientes marinas para desplazarse, y fases bentónicas, con una alimentación, crecimiento y, en definitiva, un modo de vida, diferente al del estado adulto.

Estas fases contribuyen a que existe un flujo genético de organismos entre hábitats marinos que se encuentran muy alejados entre sí, como las islas oceánicas, y muchas especies aprovechan esta circunstancia para desarrollar un poder reproductivo muy elevado, en especial entre los individuos de mayor edad.

Esta estrategia permite que muchas especies puedan sobrevivir durante un cierto tiempo a la sobreexplotación pesquera, tal y como ha ocurrido con muchas especies de interés comercial antes de que se llegara al colapso de sus poblaciones. Por otro lado, esta forma de reproducción conlleva que las poblaciones sean muy variables en número y difíciles de predecir. ¿Quién sabe si este año será bueno para atún o no? ¿Habrá mucha sardina?, etc? Solo podemos hacer conjeturas a partir de las capturas de años anteriores, del tiempo atmosférico, etc?

Todavía pretendemos establecer similitudes entre el medio marino y el terrestre, y muchas políticas ambientales marinas se basan en directrices que son aplicadas en el medio terrestre.

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A simple vista es fácil reconocer que los ecosistemas marinos son diferentes de los terrestres; no nos encontraremos un árbol que crezca en las profundidades marinas ni una ballena que se alimente en un pinar. Pero las diferencias entre estos dos mundos son más acusadas de lo que en principio podríamos pensar.

La biomasa que nos podemos encontrar en el medio terrestre es varias veces superior en comparación con la del medio marino, sin embargo, se encuentra limitada a una pequeña franja de espesor de hasta unos 100 metros y, por esta razón, no se encuentran formas de vida en capas altas de la atmósfera. Por el contrario, el medio marino es tridimensional porque existe vida en todas las capas de agua desde la superficie hasta las profundidades abisales. Este factor es crucial porque la profundidad media de los océanos es de 3.500 metros y cerca del 70% se encuentra a más de 200 metros.