Espacio de opinión de Canarias Ahora
Va de himnos
Pero, si nunca, ni en los tiempos en que podía imponerse todo, se impusieron estrofas literarias para el himno -ni las firmadas por Pemán-, ¿por qué intentarlo ahora, en tiempos de pluralidad y escepticismo?... Un himno sin palabras es preferible, en nuestra sociedad, supongo, a otro patrioteril con términos que disgusten a unos o a molesten a otros, simplemente con razones ideológicas o gustos literarios. Que el COE, tras hacer examen de conciencia y considerar las críticas recibidas, haya retirado la candidatura de la composición poética (es un decir) premiada para oficializarla a través del Congreso y que haya suspendido también la presentación solemne de la cosa para la que de modo inaudito se había prestado Plácido Domingo, es una rectificación que sí se merece un aplauso. Como tantas rectificaciones, si no implica necesariamente sabiduría, sí indica, al menos, cordura y una cierta capacidad de autocrítica.
Los himnos tradicionales -los cantables, digo- han sido mamados desde la cuna por quienes los entonan. Forman parte de su cultura e idiosincrasia. Pero, implantar hipérboles nuevas acerca de las virtudes de los hijos de un país cualquiera -el nacimiento en tal o cual lugar es casual y no algo escogido por el individuo- parece tarea anacrónica además de imposible en el mundo actual. Tararear una melodía identitaria y enardecedora es asumible por todos. Sólo implica, tal vez, puro entusiasmo y una suerte de hermandad transitoria con los conciudadanos. Asumir conceptos, metáforas, sobre superioridad y heroicidades de un territorio y de los naturales de ese territorio, es otra cosa: una bobada. Según los himnos todos los habitantes de todos los estados del planeta son valerosos, idealistas y chachis. Una falacia universal. Los himnos de nueva factura no tienen éxito. Si preguntan ustedes a la gente cuál es el nuestro, el de las Islas, la inmensa mayoría ni lo sabe. Algunos responderán: el pasodoble Islas Canarias. Y si ustedes les informan de que, institucionalmente, lo es el Arrorró, se asombrarán y nadie podrá balbucir siquiera una estrofa de la letra que se creó para el caso. No es ignorancia, sino apatía y desinterés más que comprensibles. José H. Chela
Pero, si nunca, ni en los tiempos en que podía imponerse todo, se impusieron estrofas literarias para el himno -ni las firmadas por Pemán-, ¿por qué intentarlo ahora, en tiempos de pluralidad y escepticismo?... Un himno sin palabras es preferible, en nuestra sociedad, supongo, a otro patrioteril con términos que disgusten a unos o a molesten a otros, simplemente con razones ideológicas o gustos literarios. Que el COE, tras hacer examen de conciencia y considerar las críticas recibidas, haya retirado la candidatura de la composición poética (es un decir) premiada para oficializarla a través del Congreso y que haya suspendido también la presentación solemne de la cosa para la que de modo inaudito se había prestado Plácido Domingo, es una rectificación que sí se merece un aplauso. Como tantas rectificaciones, si no implica necesariamente sabiduría, sí indica, al menos, cordura y una cierta capacidad de autocrítica.
Los himnos tradicionales -los cantables, digo- han sido mamados desde la cuna por quienes los entonan. Forman parte de su cultura e idiosincrasia. Pero, implantar hipérboles nuevas acerca de las virtudes de los hijos de un país cualquiera -el nacimiento en tal o cual lugar es casual y no algo escogido por el individuo- parece tarea anacrónica además de imposible en el mundo actual. Tararear una melodía identitaria y enardecedora es asumible por todos. Sólo implica, tal vez, puro entusiasmo y una suerte de hermandad transitoria con los conciudadanos. Asumir conceptos, metáforas, sobre superioridad y heroicidades de un territorio y de los naturales de ese territorio, es otra cosa: una bobada. Según los himnos todos los habitantes de todos los estados del planeta son valerosos, idealistas y chachis. Una falacia universal. Los himnos de nueva factura no tienen éxito. Si preguntan ustedes a la gente cuál es el nuestro, el de las Islas, la inmensa mayoría ni lo sabe. Algunos responderán: el pasodoble Islas Canarias. Y si ustedes les informan de que, institucionalmente, lo es el Arrorró, se asombrarán y nadie podrá balbucir siquiera una estrofa de la letra que se creó para el caso. No es ignorancia, sino apatía y desinterés más que comprensibles. José H. Chela