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Los votos de la ira

María Neupavert

Las Palmas de Gran Canaria —

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“Las compañías poderosas no sabían que la línea entre el hambre y la ira es muy delgada.”*

El 29% de la población de Canarias está en riesgo de exclusión social. Los datos son devastadores, un auténtico mazazo que produce escalofríos de solo pensarlo. El VIII Informe Foessa viene a confirmar lo que muchos ya sabíamos con solo pasearnos por nuestros barrios. Fulano no llega a fin de mes. Mengano lleva tres años en el paro. Y Zutano trabaja 60 horas a la semana en ese bar de la esquina, aunque cotiza solo por 30 porque claro, es imposible que el negocio sea rentable con otras condiciones, y del convenio de hostelería mejor no hablemos.

La precariedad y la pobreza tienen efectos directos sobre la calidad de vida de las personas. Sin embargo, menos se habla de las consecuencias indirectas que esta marginación acarrea para nuestros vecinos. Ya lo decía BobPop en un vídeo que se hizo viral hace unos meses. Ser pobre te desgasta, te deja sin energía, te absorbe todo resquicio de fuerza para ser subversivo. No solo dejas de ir al mercado para hacer la compra en una gran superficie, sino que también, al llegar a casa, prefieres encender la televisión y consumir cualquier cotilleo que pararte a leer el análisis de lo que está ocurriendo en la vida política.

Pero resulta que los que tienen hambre también tienen dignidad, aunque la mantengan escondida en una caja fuerte debajo del colchón. Los que tienen hambre están enfadados con lo vivido en los últimos meses, enrojecen o enmudecen o todo junto cada vez que alguien saca el tema mientras se toman un cortado, o buscan el mando apresuradamente para cambiar de canal cuando, a la hora de la comida, los telediarios escupen relatos que no terminan de convencer. Qué complicado tratar de catalogar los sentimientos. Podría tratarse de ira, sí, pero también podría ser indignación, humillación, resignación, abnegación, hastío, hartazgo.

“¿Hay alguien que se preocupe por mí?”, piensan desolados.

“Y los propietarios se van a agarrar a sus posesiones aunque tengan que matar hasta el último hombre para conservarlas. Tienen miedo y eso les pone furiosos. Ya lo verán. Ya lo oirán.”*

A veces, la dignidad sale de su caja fuerte para estirar las piernas, que no todo va a ser estar encogidos y agazapados. Y es en esos ratitos cuando toma conciencia del grotesco espectáculo al que estamos asistiendo. Los mensajes que nos llegan desde el partido socialdemócrata español por excelencia son tan peligrosos como insultantes.

De repente, el valiente Cid Campeador que se enfrentó a todo un aparato logístico por defender los valores e ideas de los trabajadores reniega impúdicamente de la democracia. Porque decir en plena entrevista que casi 4.000.000 de personas no merecen tener su representación en el Ejecutivo es lo mismo que decir que sus anhelos, sus ideas de justicia y bienestar social, sus proyectos energéticos o sus propuestas para afrontar la brecha salarial son tan infantiles que nadie va a tenerlas en cuenta, a dónde vamos a parar.

La arrogancia se vuelve entonces tan insoportable que alcanza cotas insospechadas. Expresiones como “robar” el gobierno o pedir una “mayoría más rotunda” reflejan hasta qué punto se está negando el pluralismo de nuestra sociedad. Los electores exigen ahora un mayor entendimiento entre las fuerzas políticas, y eso debería ser asumido como un signo de fortalecimiento y saneamiento de nuestras instituciones, una señal de progreso. Nunca la aparición de un nuevo partido debería ser considerada como una amenaza, al menos no en sistema democrático. Y mientras que el PP parece haber asumido con cierta naturalidad (al menos de cara a la galería) la existencia de fuerzas competidoras, en el PSOE tratan de desbancar, desprestigiar y vilipendiar al que un día llamaron su “socio preferente”.

Lo cierto es que la escena del crimen está llena de pruebas incriminatorias. Las cloacas del Estado han estado funcionando a todo gas para vender una imagen nociva y distorsionada de Podemos: desde los pagos imaginarios del gobierno venezolano hasta la dura campaña contra Victoria Rosell. Todo ha demostrado ser falso. Tan falso como la sonrisa de Pedro Sánchez en el balcón de Ferraz la noche del 28 de abril, cuando muchas personas se atrevieron incluso a sacar a su dignidad del salón para darle un paseo y que tomara un poco de aire fresco (¡qué atrevimiento!).

Pocos sospechaban entonces que aquella salida iba a costarles un constipado con graves consecuencias para su salud.

“Y el pequeño hecho evidente que se repite a lo largo de la historia: el único resultado de la represión es el fortalecimiento y la unión de los reprimidos.”*

¿Qué hacer, llegados a este punto? La respuesta no es sencilla. Frente a la idea de orden se vende un panorama de caos e inestabilidad. Frente a lo seguro, lo desconocido. Pero la dicotomía abarca mucho más que esto. Esta vez, acudir a las urnas significará votar por un sistema corrompido o apostar por la regeneración. Las papeletas irán mucho más allá de las siglas de un partido. Porque lo que está en juego es mantenerse en la idea de que solo los más preparados, los señores de traje y corbata y las señoras con zapatos de tacón son los que pueden sacar adelante un país. O por el contrario apostar porque algún día, tú o yo o el vecino que trabaja 60 horas en el bar pueda llegar a darnos voz porque a fin de cuentas nos representa más que nadie, padece nuestros miedos y nuestras inquietudes y está tan capacitado como cualquier otro para buscar la solución a nuestros problemas.

Hay quien piensa que los del 29% de la exclusión social están demasiado atareados con salir adelante como para pararse a pensar en lo ocurrido. Creen que con un par de mensajes distorsionados en unos cuantos programas de televisión será suficiente para hacerles creer una sola versión de los hechos. Sin embargo, hay algo con lo que los gurús y asesores no cuentan. Y es con que Dignidad se mantiene, día tras día, bien encogidita en su caja fuerte debajo del colchón porque qué remedio si hay que pagar los materiales del colegio de los niños y la factura de la luz y también el alquiler y hasta el bono de guaguas, pero que en la oscuridad de su escondrijo no para de rememorar ese sentimiento de esperanza e ilusión que la embargó la noche del 28 de abril. Porque en el fondo sabe que las cosas pueden ser diferentes, que a lo mejor ha llegado el momento de dejar de hacer caso a esos tertulianos y obedecer más a su instinto, ese que en ocasiones le dice, en un leve susurro apenas perceptible, que al menos por una vez se puede permitir el lujo de tomar conciencia de su realidad y votar a gusto, a ver qué pasa.

Entonces, el 10 de noviembre, los de la exclusión social, los del barrio, los que agachan la cabeza casi como un acto reflejo, puede que duerman más tranquilos que nunca, a pierna suelta, con la certeza de haber actuado correctamente y con su dignidad bailando alegre y sin miedo por las plazas y calles de cualquier pueblo o ciudad de nuestra tan querida y denostada España.

* Fragmentos de la obra “Las uvas de la ira”, de John Steinbeck, publicada en 1940.

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