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Gobierno de Canarias: ¿alguien al mando?

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Primero fue la inmigración, o por ser más concretos, la acogida de menores migrantes no acompañados. El Gobierno de Canarias, por boca de su presidente, Fernando Clavijo, y de su portavoz, Alfonso Cabello, abrió un debate público muy agrio en el que se mezclaba ineludiblemente la incapacidad para dar una respuesta adecuada al creciente número de migrantes menores de edad, es decir, cumplir con las competencias en custodia que tienen asignadas las comunidades autónomas, con un sutil rechazo a su presencia en Canarias que pregonan las personas xenófobas reacias a compartir calles, plazas, playas y servicios públicos con personas pobres de otras razas.

El debate sobre los menores inmigrantes se ha apagado sin que se haya resuelto de acuerdo con las exigencias que el Gobierno de Canarias se empeñó en lanzar a los cuatro vientos con mucho ruido, culpando, cómo no, al Ejecutivo central de todos los males. 

La exigencia de que todas las comunidades autónomas asuman con solidaridad una cuota de inmigrantes en acogida se ha tropezado con la cerrazón del Partido Popular, que comparte Gobierno en Canarias con el partido de Fernando Clavijo, Coalición Canaria. Y en otros territorios, con Vox, que no solo no quiere oír hablar de esa solidaridad sino que aboga por expulsarlos a todos del territorio nacional, a ser posible mediante una patada en el culo de cada uno de ellos.

La pretendida reforma de la Ley de Extranjería para obligar con ella a las demás autonomías a arrimar el hombro no se ha materializado aún y veremos qué pasa en la conferencia sectorial que se celebrará el próximo martes.

Mientras tanto, el ruido del Gobierno de Canarias ha desaparecido por completo sin que el problema, o lo que sus miembros han calificado siempre como un problema, haya desaparecido. Sigue habiendo más de 5.500 menores migrantes acogidos de aquella manera en Canarias y sigue habiendo comunidades del PP, o del PP y Vox, manteniendo su negativa a colaborar.

Íntimamente ligado a las políticas migratorias que necesariamente está acometiendo España y la Unión Europea está el segundo charco en el que se ha metido en estos primeros nueve meses de legislatura el presidente canario: las maniobras militares de Marruecos frente a las costas del Sáhara Occidental. Marruecos es un actor indispensable en la lucha contra las mafias que controlan gran parte de los flujos migratorios y, además, en el control del terrorismo yihadista, dos fenómenos que afectan directamente a Canarias.

Lejos de mantener una posición discreta y prudente y actuar como se requiere a un responsable público, Clavijo se dedicó a vociferar acerca de la ilegalidad de las maniobras, acerca de la falta de información por parte de Marruecos hacia el Estado español, y de este hacia Canarias, reclamando en los medios de comunicación una reunión con el ministro de Exteriores de nuestro país por el peligro que a su juicio suponían esas maniobras para nuestra principal industria, la turística.

El ministro de Exteriores español, como buen diplomático que es, respondió con prudencia y hasta desveló que había programado una reunión con el asirocado presidente de Canarias que no se pudo celebrar por problemas de agenda… ¡de Clavijo!

Ahora el presidente canario dice que las maniobras de Marruecos a 185 kilómetros de Canarias son perfectamente legales y ya no incomodan ni asustan a los millones de turistas que siguen llegando a esta tierra.

Precisamente de turistas va la tercera ocurrencia del presidente de Canarias en este su segundo mandato. Desde el mismo instante en que se convocó la manifestación contra la masificación turística o contra el actual modelo turístico, Clavijo se puso de frente. Hay que respetar a los turistas que vienen a gastarse su dinero, dijo a la prensa. Entendió en ese momento que la convocatoria iba de echar a los turistas y eso no podía ser. Y menos de Tenerife, que es de donde partía en esos momentos en exclusiva, la iniciativa de la manifestación del 20-A.

Clavijo, que durante años ha promocionado a Canarias como territorio atractivo para la inversión por los bajos salarios de las personas que trabajamos aquí, ha pasado de repente a reclamar la democratización del turismo, de nuestra principal industria, para revisar su modelo, “pero no a cambiarlo porque es de éxito”. O sea, revisarlo para dejarlo como está. No está claro todavía a estas alturas si lo que pretende con su doble mortal con tirabuzón es reventar la manifestación cívica del día 20 con unos anuncios tan poco creíbles o alimentarla para ganar popularidad.

Su credibilidad en esta materia es bastante precaria teniendo en cuenta que tanto él como su partido no solo han promocionado el actual modelo hasta límites tan poco democráticos como los vergonzosos salarios que paga el sector, sino que se ha opuesto a medidas tan exitosas en otros lugares como la tasa turística.

La ocurrencia del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife de gastarse 80.000 euros de dinero público en promocionar siete terrazas de hoteles de la ciudad dándole una subvención a la patronal Ashotel en plena polémica no hace más que alimentar las suspicacias.

Clavijo gobierna con el PP, bueno es recordarlo. Si no hay rumbo en el Gobierno o no se sabe quién esta al mando, también le incumbe.

Primero fue la inmigración, o por ser más concretos, la acogida de menores migrantes no acompañados. El Gobierno de Canarias, por boca de su presidente, Fernando Clavijo, y de su portavoz, Alfonso Cabello, abrió un debate público muy agrio en el que se mezclaba ineludiblemente la incapacidad para dar una respuesta adecuada al creciente número de migrantes menores de edad, es decir, cumplir con las competencias en custodia que tienen asignadas las comunidades autónomas, con un sutil rechazo a su presencia en Canarias que pregonan las personas xenófobas reacias a compartir calles, plazas, playas y servicios públicos con personas pobres de otras razas.

El debate sobre los menores inmigrantes se ha apagado sin que se haya resuelto de acuerdo con las exigencias que el Gobierno de Canarias se empeñó en lanzar a los cuatro vientos con mucho ruido, culpando, cómo no, al Ejecutivo central de todos los males.