¿Cuándo y dónde será la próxima erupción en La Palma? Una evaluación de riesgo trata de resolver la incógnita
La percepción de riesgo volcánico en Canarias ha aumentado considerablemente en el último año tras la erupción que tuvo lugar en La Palma. Las miradas están puestas en la recuperación de la zona afectada. Y es normal. Pero desde ya, las islas deben pensar en cómo trabajarán para mitigar un impacto de tales magnitudes cuando vuelvan a brotar lava y piroclastos de la tierra, según ha defendido en numerosas ocasiones Nemesio Pérez, del Instituto Volcanológico de Canarias (INVOLCAN), y ahora también Joan Martí, vulcanólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Este último, junto a colegas expertos de Chile y Granada, ha publicado un artículo en el que detalla una metodología de evaluación de riesgo volcánico en la isla de La Palma, en donde se exponen mapas de peligrosidad y posibles escenarios. El estudio fue realizado antes de la reciente actividad eruptiva en Cumbre Vieja, pero ha sido ahora publicado en la revista Journal of Volcanology and Geothermal Research. Los investigadores trataron de predecir dónde y cuándo explotaría el siguiente volcán en la isla Bonita a partir de 2015. Según declara Martí a esta redacción, “el modelo probabilístico con lo que ocurrió tiene una coincidencia del 87%”.
Del mismo modo, los científicos llevaron este análisis de riesgo a Islandia, donde también lo aplicaron antes de la erupción del volcán Fagradalsfjall en marzo de este año, y obtuvieron un porcentaje de semejanza muy alto, del 80%. “[En La Palma], pudimos identificar los escenarios más probables para una ventana temporal de previsión relativamente estrecha, así como la probabilidad espacial de ocurrencia de futuras fumarolas y los diferentes riesgos volcánicos que podrían estar implicados”, resalta la investigación. Para intentar predecir otro episodio eruptivo en ambos territorios, solo habría que actualizar los datos.
Martí bromea y describe su trabajo como si fuera un meteorólogo de los volcanes. A partir de datos y registros históricos, apunta, “te das cuenta de que, en el fondo, puede haber una repetición. Son erupciones todas distintas, sí, pero tienen algo que se parece. Y cuando manejas ese tipo de datos, puedes ver si hay patrones de comportamiento. Así que de alguna forma nos podemos permitir estudiar cómo sería la próxima erupción en cuanto a tamaño, intensidad, productos que pudiese generar…”.
La metodología que utilizaron Martí y cía tiene una parte artesanal, como son los trabajos de campo y recogida de datos. Y otro más técnico que involucra a la estadística y los cálculos matemáticos. Según dice, esta evaluación debe basarse en una reconstrucción minuciosa de los registros geológicos e históricos del área volcánica. En Canarias, solo Tenerife cuenta con un plan de actuación insular frente al riesgo volcánico (PAIV) y, por ende, de mapas actualizados de peligrosidad, mientras que el de La Palma aún se encuentra en fase de homologación.
“En todas partes hay que hacer un análisis de este tipo. Después, el estudio de riesgo. Es una asignatura pendiente que tiene Canarias, porque esos problemas se van a repetir, eso seguro”, señala Martí. “Y la cuestión ya no solo concierne a los residentes de las Islas, sino también al número de visitantes que recibe, que es extremadamente alto. En Islandia es exactamente el mismo problema. Aquí hay una población de 350.000 habitantes, pero más de un millón y medio de turistas vienen cada año. En crisis de este tipo, hay que gestionar todo eso. Y no es fácil”.
Una metodología de tres pasos
En el estudio, Martí y el resto del equipo desgranan una metodología de evaluación de riesgos a largo plazo, expuesta por primera vez en una tesis de Máster, con cuatro pasos bien diferenciados. En el primero, se trata de obtener la susceptibilidad o probabilidad espacial, incluyendo el reconocimiento de los elementos volcánicos más representativos. En el segundo, se realiza un análisis temporal a partir del vulcanismo histórico. En el tercero entra en escena el posible desarrollo de los escenarios eruptivos. Y en el cuarto, la obtención de un mapa de peligrosidad.
Para el análisis espacial, los investigadores emplearon mapas geológicos de La Palma elaborados por el Instituto Geológico y Minero de España (IGME), literatura científica y teledetección, así como trabajo de campo. En total, hallaron 529 centros emisores que en algún momento expulsaron lava en la isla, cerca del 75% localizados en el sur. Y también identificaron 126 fisuras eruptivas, el 76% encuadradas en Cumbre Vieja.
“Esta parte es crucial. Es lo más fundamental de todo. Si la erupción en La Palma hubiera sido en la zona este de la isla, por ejemplo, los escenarios habrían sido totalmente distintos. Todos los datos que recogemos los trabajamos y aplicamos métodos probabilísticos para reconocer qué zonas tienen mayor probabilidad”, explica Martí.
A continuación, el análisis temporal tuvo en cuenta todas las erupciones históricas reportadas en La Palma, incluida la de Tacande o Montaña Quemada, que algunos documentos datan de 1470 y otros de 1492. Se empleó otro modelo, en este caso HASSET, para medir si habría un evento eruptivo en un plazo de dos décadas a partir del año 2015. El cálculo dio una probabilidad del 74% de que surgiera un nuevo volcán. Solo tardó seis años en hacerlo.
El tercer capítulo, por su parte, viene a precisar los posibles escenarios de la erupción. Por dónde discurrirá la lava, en qué zonas caerá ceniza y qué tipos de material expulsará el cráter. Todo ello analizando la topografía del lugar, modelos digitales del terreno, el espesor que tendría el magma, los futuros pronósticos de rachas de viento, etc.
“Aquí volvemos a estudiar todas las erupciones anteriores. En este caso, en La Palma, han sido básicamente con lavas, con un poco de piroclasto, ceniza, etc. Pero nosotros queremos saber también por dónde discurrieron las lavas, de qué tipo eran, cuántos kilómetros recorrieron… Todas las características. Y luego reproducimos esas lavas con modelos de simulación que hemos desarrollado”, explica Martí.
Aun así, siempre hay incertidumbre, matiza el vulcanólogo: “Los volcanes no son sistemas lineales. Dependen de muchos factores que nosotros no controlamos. Por eso, cuando decimos 'volcanes del mismo tipo', yo creo que eso es un error. No hay volcanes iguales. Los hay que se parecen. Y las erupciones todas son distintas”.
Para cada peligro que se ha explicado, el estudio dibuja un mapa de riesgo. Pero estos han sido combinados para representar en una sola ilustración el mapa de peligrosidad volcánica de La Palma con cuatro grados: peligrosidad muy baja, baja, media y alta. El resultado es una imagen de la isla que podría asustar a más de uno.
“Lo ideal habría sido hacer estos mapas antes de plantar la primera casa. Que así tú tengas el mapa y puedas valorar qué zona tiene más o menos peligro. Al interponer la información científica que tenemos ahora sobre la realidad que hemos construido, pues claro que asusta”, reconoce Martí. El experto considera que este tipo de información debería estar en manos de quienes toman decisiones y así efectuar análisis coste-beneficio en cada proyecto.
“Habría que preguntarse cómo podemos gestionar esta zona en concreto para que sea lo más viable posible vivir aquí. Porque no podemos construir en cualquier sitio, ya que las pérdidas son humillantes, pero tampoco ir pensando que quizá un día tendremos esas pérdidas cuando la frecuencia de las erupciones es de tantos años. Hacer un balance de todo esto, en definitiva”, remacha el científico del CSIC.
Un presumible paso para discutir estos asuntos pasa por aprobar, no solo los planes de actuación insular frente a riesgo volcánico, sino también una estrategia canaria para la reducción del riesgo en este contexto. Nemesio Pérez, del INVOLCAN, es quien lleva meses haciendo esta reclamación. El Gobierno de Canarias, por su parte, no lo tiene encima de la mesa y se remite al Plan Especial de Protección Civil y Atención de Emergencias (PEVOLCA) que coordinó la gestión durante el volcán de La Palma.
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