M&M, se derriten en tu oído

Concierto del Festival Internacional de Música de Canarias.

Candelaria Rodríguez Afonso

Las Palmas de Gran Canaria —

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Sí, vaya si se derriten en nuestros oídos. Así, como un bálsamo tibio, iban adentrándose los primeros acordes, hasta los últimos, como un M&M, pero en este caso las M pertenecen a Mozart y a Mitsuko y se puede añadir otra, la de Mahler. Y esas notas, tan bien engarzadas por el Maestro, van adentrándose en nosotros, y apoderándose de un espacio que sin duda les pertenece, nuestro ADN, porque de esta música también estamos conformados, porque nuestro hoy, es la suma de todos los acontecimientos que nos han hecho llegar hasta donde estamos, porque lo han definido muchos “ayeres” de toda índole, sociales, políticos, económicos, y uno muy muy importante y determinante, el cultural, en el que hay una sustancial parte de la herencia artística de W.A. Mozart.

Sentados expectantes en el Alfredo Kraus, supimos desde el primer acorde que nos esperaba una gran noche. Nos lo dijo aquel aroma a Mozart, que emanaba sutil del conjunto orquesta-intérprete, aquél ocre colorido, distintivo de una época en la que la música marcó un antes y un después; nos lo dijo la sutileza interpretativa de unas manos expertas, llenas a su vez de fuerza y de controlada pasión. Y así fue, Mitsuko Uchida nos trajo a casa una inolvidable noche vienesa, de esas en las que Mozart se movía vivaz, entre salones imperiales y noches de billar a la luz de las velas; la pianista nos puso sobre el escenario (ella por exigencias del guión, de espaldas al público, como castigada, y mirando al Atlántico) una noche de recreación de ese momento vital en la evolución de la música occidental, de ese momento crucial de la Europa que comenzaba a forjarse como tal, gracias al cultivo de las mentes, labor en la cual se había empeñado hacia décadas la gran señora del siglo XVIII, mujer de la que poco se habla para sus 40 años de Regencia: Maria Theresia de Austria.

Mitsuko Uchida, que parece haber estado al lado de Mozart mientras este escribía sus conciertos para piano, nos lo ha contado todo, a tal punto de detalle, que mas que haber escuchado un concierto, pareció que estábamos paseando dentro de una película. Llevada por Mozart, nos hizo caminar las frías noches vienesas de aquél invierno de 1785 en el que Mozart conjugaba la composición de su concierto para piano Nr. 22 con la creación de Las Bodas de Fígaro. Pero nada se notó del frío invierno, pues nos mostró lo cálido y acogedor que puede resultar un espacio a la tenue luz de unas velas, junto a la compañía del genio creador, del músico revoltoso y contestatario. Uchida nos quiso transportar en el tiempo y al lugar para mostrarnos en primera instancia la contemporaneidad del siglo XVIII; para ello, nos cogió de la mano y nos hizo caminar por los pequeños callejones que circundan la Stephan’s Dom, nos dijo quienes dominaban entonces la escena cultural y nos explicó que sonaba así, que los instrumentos eran otros, las flautas eran de madera, que las orquestas con menos personas profundizaban en el sonido y la sonoridad de forma especifica para aportar volumen y voluptuosidad. Y de vez en cuando, se acordaba de que había dejado a la Mahler Chamber acompañándola en su paseo sobre el escenario. Entonces nos dejaba allí, contemplando la creación contemporánea del siglo XVIII para regresar al XXI y dirigirse a la Mahler Chamber casi “pro forma”, porque la Mahler también supo darnos a conocer la arquitectura Mozartiana, la estética del momento, el desarrollo orquestal, la práctica del instrumento a la antigua. Increíble su interpretación, compuesta por músicos de diferentes países, de diferentes idiomas y formas de pensar, de distintas filosofías de vida, pero dejando claro que el lenguaje de la Música se coloca por encima de todas las diferencias y que será siempre imprescindible si queremos seguir avanzando.

Y así, transitando entre el XVIII y el XXI, Mitsuko Uchida nos relató magistralmente los dos maravillosos conciertos para piano de Mozart, el número 13 y el número 22. Ambos preciosas piezas de gran valor, que yo invito desde aqui a volver a escuchar, en cualquiera de las tantas versiones que podemos encontrar en la googleteca.

Escuchen bien esos conciertos para que descubran cuánto hay de Bach en ellos y como Mozart bebía de las melodías tradicionales, de los ritmos populares, de la estética que le rodeaba, pero escuchen también cuánto de ellos hay en Beethoven, en Brahms, en el post-clacisismo. Para decubrirlo, les invito a escuchar de nuevo el concierto número 22 de Mozart, interpretado por justamente Uchido, y que pongan atención a partir del minuto 4.38 y hasta el minuto 5 de esta versión:

Y escuchen ahora ese final de la quinta de Beethoven, quien tanto admiraba al genio de Salzburgo. Bueno, yo se que es difícil pasar por la Quinta y no quedarse en ella, pero hagamos un sacrificio y vayamos directamente al minuto previo al momento, al minuto 28, de esta versión dirigida por Daniel Barenboim en los BBC Proms.

Y ahí encontraremos la melodía que Mozart puso en su concierto 22. Otro ejemplo de cómo se inspiraban los compositores en ideas de admirados maestros lo tenemos en el concierto de piano nr. 13, por ejemplo, en el tercer movimiento, en esta otra versión de Uchida.

Escuchen desde el minuto 39 al 42, lo que puede ser el origen o la inspiración de esta maravillosa Canción de Cuna de Johannes Brahms

Regresando al Alfredo Kraus, y al entorno del Festival de Música, cabe añadir que la misma orquesta que nos paseó por el estilo contemporáneo del siglo XVIII, nos quiso luego pasear por el contemporáneo del siglo XXI, de la mano del ya reconocido compositor bávaro Jörg Widmann, descrito por The Guardian como “el anarquista musical que imprime fuertes dosis de pura alegría” . Así que, de la mano de Widmann, hicimos las transición de contemporáneo a contemporáneo y toso porque no lo entiendo, o eso creo.

Y así fue, la obra de Widmann estuvo muy bien acompañada por las diferentes tonalidades de cujún cujún que se pueden dar entre mas de mil personas diferentes. Por suerte, la mayoría sabe poner oídos para atender y entender lo contemporáneo también de nuestro siglo, que curiosamente cuesta mas digerir que lo contemporáneo de tres siglos atrás (una explicación a ello parece ser que se encuentra en los entresijos de la neurociencia). El caso es que la obra de Widmann no fue tan abrupta como alguno podría esperarse de un compositor de 44 años, parece mas bien que esté buscando nuevos horizontes, estudiando lenguajes mas comprensibles, jugando también con la puesta en escena, preciosa en esta caso, dejando sólo una tenue luz cenital, que dejaba observar como las olas se iban acerando al escenario atraídas por esas melodía difícil de descifrar, pero de alegre belleza.

Y así, transitando de siglo en siglo, concluyó una magnífica velada, en la que, después de aquel abrupto tropezón que le dejó vagando por los aires respirando incertidumbre por desinterés y desconocimiento, el Festival ha tenido la suerte de caer en manos delicadas y sobre todo conocedoras de las entrañas de la música y del proyecto, que lo viven con pasión, y que están dispuestas a seguir adelante en la línea original, pero adaptándolo con mucha maña a las nuevas fórmulas y demandas sociales. El Festival gana y ganamos todos. ¡Hasta Mozart nos confesó, antes de que abandonáramos junto a Uchida la Domgasse, que respiraba aliviado!

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