Un Vía Crucis único, monjes mallorquines y hierberas: una ruta por las historias “ocultas” de Telde
La obra de Inés Chemida, hija de una noble aborigen y un capitán que construyó en 1483 el Hospital de San Pedro Mártir para atender primero a los aborígenes y luego también a los “pobres de solemnidad”, es una de las historias “ocultas” de Telde dadas a conocer este sábado por el Cabildo, que también desveló que las cruces de las callejuelas de San Francisco se deben a que albergaba el único Vía Crucis de Gran Canaria.
La mañana de este sábado estuvo impregnada de leyendas e historias rescatadas durante la visita organizada por el Cabildo de Gran Canaria para dar a conocer los valores del conjunto histórico de San Juan y San Francisco de la mano del guía Octavio Rodríguez, de la empresa Tibicenas, quien condujo a una treintena de personas por los entornos señoriales de San Juan y el laberinto de callejuelas sobre el malpaís en el que se asienta San Francisco.
El emplazamiento del antiguo convento de San Francisco, vestigios como los orificios de cantería por donde recibían limosna en “metálico” el más pequeño, y en forma de alimentos el mayor, así como la estrecha relación de Telde con las dos caras de la religión, ya que del otro lado estaba la “brujería”, fue desgranada calle a calle, adoquín a adoquín, en ocasiones bajo sombras como la del espectacular laurel de indias que corona la calle de la Fuente
La visita comenzó en la Plaza de San Juan, donde el grupo conoció que la visita, que volverá a celebrarse el próximo jueves y sábado, se denomina Telde, donde nace la historia de Gran Canaria porque no solo se estima que la Bahía de Gando fue el primer punto que pisó el ser humano en la isla por ser el mejor puerto natural, tanto los aborígenes primero como los castellanos después, sino que también albergó la primera construcción castellana, la Torre de Gando, y también acogió la proclamación del primer obispado fuera del continente europeo, el de la Fortuna, y además el Barranco del Real era la capital de uno de los cantones aborígenes, el de Telde.
Así, la Plaza de San Juan, en realidad el kilómetro cero de Telde, se erigió como barrio de la nobleza. Rodríguez explicó que tras la conquista llegó el reparto de tierras y propiedades, y esta zona llana era privilegiada para casonas y huertos, uno de ellos el Parque de Rosalía, por lo que fue elegido para el asentamiento de los más pudientes como demuestra su trazado de calles anchas y su arquitectura. Fue sede de la familia del Conde de la Vega Grande y de la familia del Castillo, que participaron en la conquista y por ello recibieron tierras. También es la cuna de la familia Torón y los hermanos León y Castillo.
San Francisco, donde el tiempo se paró
Aunque su historia está ligada, adentrarse en el callejón que desciende frente a la Plaza de San Juan es adentrarse en otro mundo, el de los menos pudientes, los labradores, todo un mágico laberinto de callejuelas que suben, bajan y serpentea al antojo del malpaís en el que se asienta, y que en más de 500 años no ha cambiado su funcionalidad residencial, ni su silencio, toda una “cápsula” del tiempo en la que perderse apaciblemente paseando ante dos tipos de cruces, las de madera del camino y las que coronan viviendas, y así hasta llegar a lo más alto, al borde del Barranco Real, donde espera la Iglesia de San Francisco.
Desde el borde del barranco se aprecia en la otra ladera los poblados aborígenes de Cendro, cuyas cuevas no han dejado de estar habitadas, y Tara, donde el Cabildo estudia una cavidad porque posiblemente es el templo perdido de Gran Canaria, un calendario astronómico más rústico y antiguo que el de Risco Caído, así como el puente de los siete ojos de Juan León y Castillo.
Sentados a la sombra, el grupo supo que la llegada de los franciscanos se produjo en 1610, que María fue la primera en seguir los pasos de Jesús pocos días después de la crucifixión, y con los siglos los europeos viajaban a Jerusalén para realizar el Vía Crucis porque les valía la indulgencia, hasta que los turcos otomanos cerraron el paso y se reprodujo el camino en todas las ciudades europeas. En Gran Canaria ese recorrido se instauró en San Francisco y las cruces de madera de las calles son sus estaciones.
El Vía Crucis de Telde era especialmente “sanguinario”, pues los latigazos y golpes autoinfligidos por los feligreses para lograr la redención eran especialmente agresivos, tal vez por el tamaño de los pecados, ironizó el guía, quien apuntó que hoy en día existe el ejemplo de Filipinas. El calvario comenzaba en San Juan, subía por la calle Inés Chemida y culminaba en San Francisto, donde serpenteaba para regresar.
¿Fueron lanzados los monjes mallorquines a la Sima de Jinámar?
También llegaron al lugar los monjes mallorquines en el siglo XIV y convivieron con los aborígenes. Cuenta la leyenda que vivieron en cuevas y que con su evangelización se encargaron del inicio de la conquista, la ideológica, pero desde luego no fueron bien recibidos con su propagación de un nuevo dios dado que los aborígenes tenían los suyos.
Además los primeros pobladores sufrían en aquellos momentos la crisis que produjo en toda Europa la pequeña glaciación de la época, así que pasar hambre mientras los monjes disfrutaban del poco alimento que había tampoco les hizo gracia, de modo que acabaron arrojándolos por la Sima de Jinámar, aunque de nada de ello hay pruebas, sí documentación que constata el establecimiento de estos monjes.
¿Brujas o hierberas?
Y como Telde está estrechamente ligada a la cara oculta de la religión, la “brujería”, el grupo supo que una de las posibles justificaciones de las cruces en lo alto de las casas, las otras que impregnan el paseo, era su defensa de las brujas, la mayoría en realidad “hierberas” que manejaban los beneficios de las plantas y curaban a las demás personas.
En cualquier caso, existe la dualidad entre baladero o bailadero en la calle que lleva al barranco y que era por donde las brujas de Telde pasaban la noche de San Juan para bailar en torno al fuego, rito que se asienta sobre el ritual aborigen del baladero, consistente en dejar sin comer a los baifos y ovejas durante días para que sus balidos fueran escuchados por los dioses y mandaran el ansiada agua.
Y así es como, retomando el camino de regreso, el grupo recorrió la calle Inés Chemida y su hermoso acueducto de toba volcánica, cuya construcción acabó con el chorrillo de la calle de la Fuente, en la que comenzó el recorrido, hasta llegar a la Iglesia de San Pedro. Este templo también lo erigió la hija de la noble aborigen y el capitán junto al Hospital de San Pedro Mártir, apenas un par de años después del San Martín del Real de Las Palmas, un lugar que curiosamente no ha dejado de estar dedicado a la curación, pues hoy alberga el Centro de Salud de San Juan.
Entre comentarios de “yo nunca había visto estas calles”, “no conocía esta historia” y “me encantan estas visitas” culminó de este modo el paseo, no sin antes recibir de Octavio Rodríguez tres encargos: leerse la truculenta historia que recoge el libro Las espiritistas de Telde, buscar las leyendas del Llano de las Brujas, y contar las historias que hoy conocieron para que nunca caigan en el olvido.
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