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Para Ángel, “el de Rosalía”

Angel, el de Rosalía

Raúl Álamo

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No resulta fácil para mí relatar el adiós a un gran amigo que, a pesar de nuestra diferencia de edad y de nuestro común genio y figura, creo que si en estos momentos le preguntase por cómo ha sido nuestra amistad, y el pudiese contestar ahora, me habría dicho: somos amigos de los de verdad y nuestras vidas parecen tener puntos en común.

Angel Acosta, “Angel el de Rosalía”, nació en los difíciles años de la década de los 30.

Fue el mayor de cuatro hermanos e hizo de padre de sus siguientes hermanos: Terencio, al que le llevaba unos siete años, Tomás y Fila.

Su fortaleza, producto de una vida muy dura de sus progenitores en los campos de Isora, le llevó a tener que padecer una desgracia, el perder a su padre aún siendo niño, pero su empuje junto al de su madre Rosalía, le llevó a empeñar sus manos y su cuerpo en sacar a su familia delante.

Conoció lo que fue mover las grandes piedras para construir el primer espigón de muelle de La Estaca, sus manos se encallecieron tirando de los botes a remo y de la liña para llegar al pesquero en el que estaban esperando las viejas y las cabrillas que, primero a hombro, y más tarde en viejos camiones, subían a la Villa en cestas para vender al son de “pescado fresco”.

Muchas miradas al horizonte a ver si atracaba el correillo para desarrollar su trabajo de obrero portuario, lo que más tarde se llamó estibador; impacientes esperas a ver si el mar dejaba salir a curriquear y enganchar un buen peto; y siempre el mejor regalo para Angel, llegar a casa para encontrase con los mimitos de la gran Inés, y las deseosas y placenteras miradas de sus hijos Angelín, Geni y Rosi; todos ellos gente sencilla, cercana, afable, amable, …. una genética que, como el salitre del mar, se ha sabido adherir e incrustar en sus respectivas personalidades.

Posiblemente, parte de la superación y logros de Terencio se gestaron con su hermano, que fue en sus inicios padre y escudero. Aquellos principios de lo que hoy es Supermercados Terencio se reducían a un Peugeot 404 rubia, conducido por Angel (porque Terencio aún no tenía carnét de conducir), y en él que recorrían los pueblos repartiendo verduras y lo que se terciase, porque el objetivo de ambos siempre fue sacar a sus familias adelante.

Angel “el de Rosalía” fue gran padre, buen marido, mejor hermano y un gran amigo de todos sus amigos, que son muchos. Su buen corazón lo llevaba siempre dentro, nunca lo mostró en todo su esplendor porque no necesitaba demostrarlo.

Hoy ha dejado de palpitar porque el timón de su barco marca las coordenadas de una proa al cielo, el que le espera. DEP gran amigo, esta tarde te despediremos. Mis condolencias a toda su familia.

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