Sobre este blog

¿Cómo se logra tener una opinión? En realidad, ésta es una pregunta que me llevo haciendo los últimos dieciséis años, justo en el momento en el que empecé a escribir esta columna. Para mí, las principales herramientas han sido la experiencia, la observación, el contexto histórico y, sobre todo, evitar los estereotipos y los prejuicios que éstos acarrean. Unas veces lo he logrado con mayor acierto y otras, no, pero si algo he tratado de dejar claro a lo largo de estos años es que, cuando se da una opinión, debe estar sustentada por algo más que las ganas de unir una palabra con otra.

¡Cobarde! ¡Pecador de la memoria!

Eduardo Serradilla

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Propongo, de manera solemne y tautológica, como la ocasión lo requiere, que se elimine la asignatura de historia del mundo, antiguo y contemporáneo, incluyendo la de nuestro país, de los planes de estudio vigentes o, en su defecto, de esos legajos oficiales que dicen servir de guía para educar a las nuevas generaciones. Además, y siguiendo la misma línea de pensamiento, propongo que se cierren las bibliotecas, se prohíba a los investigadores acudir a los archivos nacionales -más de lo que ya se les prohíbe- y, de paso, se desmonten todas las hemerotecas existentes.

Piensen, si no, qué bien le puede acarrear a un país el conocer los protagonistas y hechos que han cincelado su historia. Eso es lo mismo que quienes se empeñan en buscar huesos polvorientos, enterrados de cualquier forma en una cuneta, para luego pedirle responsabilidades a quienes solamente querían acabar con la “Babilonia moral” que asolaba el imperio nacional y católico español. Si les diéramos carta de naturaleza a sus exigencias, acabaríamos todos con el mismo dolor de cabeza que, ahora, deben soportar aquellos que, con su mejor voluntad y espíritu de sacrificio, apoyaron las torturas, los asesinatos y las purgas cometidas por todos aquellos sátrapas de buen corazón y puño de hierro que hicieron lo que hicieron “para salvar a sus respectivos países de…”.

Sobra decir que hace décadas que se debería haber prohibido el estudio de nuestra historia a personas ajenas a la mentalidad nacional. Cada vez que lo hacen descubren un nuevo legajo que, por causas nunca bien aclaradas, no fue destruido cuando debería y luego se desata la controversia que tan nefastos resultados le acarrea a la moral pública… La historia la escriben, la alteran y la adulteran los vencedores y el resto sólo debe acatarla, como si se tratara de un dogma de fe inamovible. De ahí que también propongo que las autonomías tengan libertad y carta de naturaleza para contar su “historia”, como les plazca. Eso sí, siempre y cuando no se apropien de símbolos, personajes y/o santos ajenos o que forman parte de la mitología propia de terceros países.

El siguiente paso debería ser el borrado de todas las imágenes, todos los archivos gráficos, sonoros y videográficos, almacenados por los medios de comunicación de masas y/o por los organismos públicos encargados a tal efecto. Se recomienda no ensañarse en demasía con dichos sistemas de almacenamiento, no vaya a ser que alguien, indebidamente, acabe delante de un tribunal acusado de un crimen que, por supuesto, nunca fue su intención cometer. Por último, propongo que se eliminen de los planes de estudio los programas de intercambio de estudiantes Erasmus, Séneca y cualquier otra iniciativa de la misma índole que suponga un menoscabo de la moral y la salud mental de quienes entrarán en contacto con los modos y las maneras del exterior. De esta forma, nadie regresaría de vuelta a casa con ideas y/o cuestiones que pudieran poner en solfa el status quo de nuestra sociedad.

Estas normas, a las que se podría añadir alguna que otra hoguera simbólica en medio de las principales urbes nacionales -espacio donde ardieran aquellas leyes y tratados que pretendan justificar el uso de la memoria histórica, histérica o de género- ayudarían a que la maltrecha moral nacional regresara a la senda que nunca debió abandonar.

Por añadidura, esta serie de normas no solamente evitaría la enajenación de las mentes más jóvenes, sino que los preclaros, infalibles y todopoderosos cargos electos de nuestro país no tendrían que dar explicaciones antes los continuos errores de transcripción de la canallesca, los fallos de montajes de los técnicos o aquellos errores inherentes a unos formatos corruptos y caducados que recogen de manera torticera aquello que ellos NUNCA, NUNCA han dicho, ni tan siquiera pensaron.

Como se verá, de esta forma se terminarían los malos entendidos y todos, todos, viviríamos mucho mejor, sin tanto sobresalto y con las cosas, de nuevo, atadas y bien atadas, para la tranquilidad de quienes manejan los hilos de, ésta, nuestra cacareada y, como ya dije al principio de estas líneas, maltrecha sociedad.

De no cumplir estas sencillas normas, podría pasar que algún libertino ose publicar un texto que atente contra la esencia misma del sentir patrio y ponga en solfa todo lo que se está tratando de recuperar, metro a metro, cual la épica castellana de la reconquista frente al invasor musulmán.  

Sin ir más lejos, conozco un caso fragrante. El periodista y escritor Ernest Herningway, ganador del premio del actualmente depauperado premio Nobel de Literatura en el año 1954, osó no solamente escribir una novela -Por quién doblan las campanas (For Whom the Bell Tolls, 1940)- que ponía en entredicho buena parte del discurso nacional católico, sino que, y en el colmo de la osadía, se le ocurrió escribir un artículo titulado ¡La humanidad no les perdonará!, artículo que el rotativo soviético Pravda publicó el 1 de abril de 1938. La columna, basada en las experiencias del escritor durante el tiempo que permaneció sobre suelo español, describía los devastadores efectos, los horrores y las posibles consecuencias derivadas de los ataques de la aviación y la artillería fascistas -alemanas e italianas- durante la contienda. Las mismas fuerzas aéreas que, según muchos preclaros cargos electos actuales, tampoco bombardearon, ni experimentaron nuevas técnicas de destrucción durante la contienda sobre el territorio nacional.  

El artículo terminaba con el siguiente párrafo: Los fascistas tendrán éxito mientras puedan chantajear a los países que les tienen miedo. Pero los hermanos y padres de sus víctimas jamás les perdonarán y jamás lo olvidarán. Los crímenes que se cometen por el fascismo sublevarán en su contra al mundo entero. 1

Sus palabras son una inequívoca muestra de lo que puede llegar a ocurrir si, en vez de derogar las leyes y los esfuerzos que pretenden conservar la historia y la memoria de nuestro país, se hace todo lo contrario y se fomenta su conservación, difusión y estudio entre las nuevas generaciones para evitar que se cometan los mismos errores del pasado. 

Sin historia y sin memoria, por muy “pecadores de la pradera” que podamos ser, siempre seremos ciudadanos de segunda, expuestos a que una manada de despreciables alimañas se aproveche de nuestra debilidad, ignorancia e indefensión ante su mala gestión y su pésima deontología profesional.

© Eduardo Serradilla Sanchis, Helsinki, 2019.

© 2019 Paramount Pictures

 

1- Hemingway, E. (1982, August 6). ¡La humanidad no les perdonará! EL País.

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¿Cómo se logra tener una opinión? En realidad, ésta es una pregunta que me llevo haciendo los últimos dieciséis años, justo en el momento en el que empecé a escribir esta columna. Para mí, las principales herramientas han sido la experiencia, la observación, el contexto histórico y, sobre todo, evitar los estereotipos y los prejuicios que éstos acarrean. Unas veces lo he logrado con mayor acierto y otras, no, pero si algo he tratado de dejar claro a lo largo de estos años es que, cuando se da una opinión, debe estar sustentada por algo más que las ganas de unir una palabra con otra.

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