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El cambio climático, las plagas y el aumento de costes hunden la cosecha de papas en Canarias

Recogida de papas en Canarias.

Iván Alejandro Hernández

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Annus horribilis para la papa en Canarias. Agricultores en las Islas hablan de pérdidas de entre 50 y hasta 70% en producción. El factor climático, con periodos de sequías con reiterados episodios de altas temperaturas intercalados con lluvias ocasionales en momentos inesperados, ha jugado un papel determinante en contra del cultivo. La plaga de la polilla guatemalteca, que desde 1999 merma la siembra en el Archipiélago e impide su exportación, ha causado estragos en los terrenos. Y el aumento de costes de los abonos o las semillas también ha hecho desistir de plantar ante la escasa rentabilidad que se vaticinaba.

“Los cambios bruscos de temperaturas y las lluvias espaciadas han desestabilizado mucho las producciones”, manifiesta Armando Rodríguez, técnico de la Consejería del Sector Primario en el Cabildo de Gran Canaria, especializado en el cultivo de papas. Lo ilustra recordando el ciclo del cultivo desde que en septiembre del año pasado “vino una lluvia inusual” que hizo que se adelantara la plantación de la papa esperando que cayera más agua para recolectar en Navidad, cuando los precios son buenos. 

“Pero no cayó nada más hasta mediados del mes de enero y de ahí hasta mitad de marzo llovió considerablemente y bajaron las temperaturas”, indica Rodríguez, lo que a su vez también perjudica a la papa porque “le afecta tanto una temperatura muy alta como muy fría”. “Después, en marzo, llegó una ola de calor brusco que la rompe totalmente”, añade.

El cultivo del turbérculo precisa de temperaturas tibias y frescas con humedad constante en el suelo, especialmente en dos momentos clave: cuando tuberiza, es decir, unos 45 días después de haber nacido la raíz, y cuando se recolecta. Además, su ciclo completo precisa de unos 5.000 metros cúbicos de agua por hectárea. En este punto, la inestabilidad de las lluvias en un territorio ya de por sí escaso de pluviometría ha provocado que el tradicional cultivo de secano sea insuficiente.

“Hay que tener un riego instalado. Si llueve, pues se aprovecha el agua, pero tengo que tener apoyo. Es como si tengo sed y solo puedo beber un vaso de agua, cuando mi cuerpo me pide una botella. O que solo me diesen agua el miércoles y el viernes. Las plantas necesitan agua para crecer y si no tenemos agua, poco se puede hacer”, explica Rodríguez.

El ejemplo en este sentido lo ilustra la papa antigua de Canarias, la única con denominación de origen en España, que ha sufrido especialmente las consecuencias del clima, al ser un cultivo esencialmente de secano. “Ha sido sobre todo por el clima, porque no ha llovido cuando tenía que llover y ha habido poca agua cuando se necesitaba”, dice Judith Delgado, agricultora con una hectárea en Tenerife e integrante de la asociación de cosecheros Papa Bonita.

Esta variedad la siembra en enero y la recoge en julio; nunca la riega, se nutre de la bruma y de las lluvias de marzo a junio, pero “este año llovió mucho a principios de junio y la papa empezó a florecer otra vez, ha sido muy extraño”, indica Judith Delgado. Los factores climáticos han mermado su producción en un 50% de unos 1.000 y 1.500 kilos de semillas. Ello sin contar las unidades afectadas por la polilla guatemalteca, pues si se suman la que quedaron inservibles, Judith Delgado dice que tan solo ha logrado salvar un 30% de lo plantado.

Ante años con mala cosecha -como el “horroroso” 2011 cuando perdió el 99% de su producción por la polilla- Judith Delgado dice que lo más importante es “guardar semillas, vender lo que se pueda y hacer acopio del consumo”. Tan solo puede adquirir semillas certificadas de la variedad de papa antigua de Canarias en Cultesa, que califica como “muy productiva”, aunque recuerda que su familia cultiva este tubérculo desde hace 401 años y trata de priorizar las propias.

Altos costes

En el norte de Tenerife, una mala cosecha puede empobrecer a un barrio para el que el cultivo tradicional de papas es vital, ya sea como una actividad principal o extra. Es el caso de Benijos, en La Orotava, donde vive y tiene sus cultivos Otilia Cabrera, presidenta de la asociación de vecinos de la localidad, quien antes comercializaba su producción y que, ahora, solo mantiene “para comer”.  Según cuenta, el principal problema en esta área ha sido la subida de precios en semillas y abonos.

“Un saco de abono de entre 25 y 20 euros estaba a unos 16 o 17 euros, pero este año se pagaba a 28 euros. Y la semilla fue tres cuartos de lo mismo: se compraba a 20 euros y este año subió 8 o 9 euros más. Suponía hacer una fuerte inversión de dinero para plantar con la sequía, que hay mucha gente que no tiene riego. Y ello implicaba echar un montón de dinero a un terreno con poca probabilidad de sacarle rentabilidad”, señala Cabrera.

Precisamente, la rentabilidad es uno de los mayores problemas a los que se han tenido que enfrentar los agricultores de esta zona, según recuerda Cabrera: “En Benijos o Icod se abusaba, se pagaba el kilo a 30 céntimos”, cuando, al menos, cubrir los costes debe rondar los 0,60 euros. Entre otras razones, las causas se enraizaban con el deterioro que sufrió la cooperativa Benijos, de la que Cabrera era socia, que se encargaba de recoger y dar salida a la producción de la zona. “Había unos 300 agricultores y en sus cámaras cabían más de 1 millón de kilos, pero se fue deteriorando (…) se pagaba menos de lo acordado a los agricultores y entonces la gente se fue desencantando”.

Cuando las deudas obligaron a echar el cierre a la cooperativa, hace más de una década, el Cabildo de Tenerife compró sus instalaciones, que luego arrendaba a otras sociedades. La última en alquilar fue la Organización de Productores de Frutas y Hortalizas (OPFH) Garañaña, una entidad que forma parte de un grupo empresarial dedicado a la producción y comercialización agraria, sobre todo de papas, cuya gerente es Ángela Delgado, a su vez presidenta de la Asociación de Agricultores y Ganaderos (Asaga). Delgado combina su labor como representante del sector primario, productora y comercializadora, con la de importación de papas de Israel a través de la sociedad Cadimisa.

Cabrera apunta que la importación de papas del extranjero es otro de los factores que contribuye a bajar el precio que se le paga a los productores locales. Como ejemplo, cuenta que los intermediarios “juegan” con la papa importada para ofrecer precios a la baja a los productores locales. Matiza aclara que no está en contra de traer tubérculos de terceros países porque entiende que “lo que se planta en las islas no da para abastecer a todo el año”. Pero sí reconoce que le gustaría que “cuando estuviera la zafra de la papa norte, se controlara la importación para que el producto alcanzara un precio que fuese rentable para los agricultores”, indica. Por ejemplo: “Si la importación llega a finales de agosto, que no la traigan a inicios de ese mes, para que en esas tres semanas pueda venderse la papa del país a buen precio”.

Con la finalidad de conseguir un precio justo para los productores locales, intentó impulsar junto a representantes de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos o de Sí Podemos Canarias la Mesa de la Papa. Sus integrantes demandaban el cumplimiento de la Ley de la Cadena Alimentaria, que obliga a que se pague a los agricultores por encima de sus costes de producción. Además, alzaron la voz contra las importaciones que coinciden con los momentos de mayor recolección de papa local, que ubicaban entre mayo y septiembre.

“Los intermediarios tienen compromisos con productores de Israel, Egipto o Gran Bretaña, pero también deben tener compromisos con los agricultores canarios. Los grandes intermediarios tienen que comprometerse con los agricultores de las Islas”, reivindica Cabrera.

Daniel Godoy es gerente de Agrícola Papacan SL, una de las compañías más importantes de producción y comercialización de papas en Gran Canaria. “La cosecha ha sido de las peores de los últimos años. Hacía tiempo que no se daba algo así. Tenemos capacidad para producir un millón de kilos, pero nos vamos a quedar en 250.000 y 300.000 kilos, un 70% menos”, asegura. El cambio climático es una de las causas a las que atribuye este escenario, pero, sobre todo, lo achaca a la polilla guatemalteca, para la que cada vez hay menos herramientas para combatirla ante la imposibilidad de usar determinados productos.

Y Godoy cita otro factor que a su juicio ha sido fundamental: los recursos humanos. “La falta de mano de obra es un problema añadido que ha hecho que mucha gente haya desistido de plantar porque no se consigue personal para recolectar. Literalmente hemos renunciado a plantar una parte de la superficie porque no conseguimos mano de obra. Es preferible producir menos y centrar los recursos humanos para que esas papas salgan bien, en lugar de plantar mucho y no poder atender los cultivos”, detalla. Lo que ha ayudado a compensar parte de las pérdidas es que, al haber menos producto en el mercado, “los precios al público se han disparado”, añade.

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