El polvo de talco, los diabletes danzantes y los carneros que tiznan salen cada febrero a las calles del Archipiélago, envueltos en la tradición y dispuestos a competir con la sátira murguera, las plataformas drags y los diseños de las candidatas a reina. Es la otra cara de las carnestolendas: el Carnaval alternativo y diferencial canario.
Mucho antes de que sonaran las batucadas de las comparsas en Canarias y que se premiara su ritmo y armonía, los diabletes danzaban por las calles de Teguise, en Lanzarote, asustando y golpeando con una fusta hecha de cuero de cabra.
El cronista oficial de Teguise, Francisco Hernández, sitúa la tradición en el siglo XV con la llegada a Lanzarote de los franciscanos que instauran las fiestas del Corpus y, dentro de ellas, “una especie de representación del bien y del mal en la que cogieron a los aborígenes para representar a los diabletes danzantes”.
Estos Diabletes simbolizan al “macho cabrío” y en ellos aún subyace el componente etnohistórico ligado a la fecundidad de la antigua Roma cuando a mediados de febrero los “luperci” recorrían las calles desnudos golpeando a las mujeres con una tira de piel de macho cabrío “la februa” en un ritual que buscaba propiciar la fecundidad de las mujeres estériles.
En Lanzarote, los mahos -antiguos pobladores de la isla- danzaban cada Corpus acompañados por los sonidos de los tambores de los negros traídos como esclavos por los señores de la isla hasta que, en el siglo XVIII, la Iglesia prohíbe su representación dentro del Corpus. La máscara servirá de aliada para introducir la danza en las fiestas del Carnaval.
Los Diabletes han sobrevivido a la Iglesia, han cambiado los cueros curtidos de cabra por ropas de lona o “murselina” con rombos pintados de rojo y negro y han renovado sus máscaras de macho cabrío por las de buey con cuernos y lengua. Pese a los cambios, los jóvenes siguen saliendo cada sábado antes del miércoles de ceniza a saltar, corretear y asustar a los curiosos.
La adaptación marinera de los Diabletes la encontramos en los Buches de Arrecife. Los golpes con la fusta se sustituyen aquí por los buches -vejigas de pescado inflado- en una tradición que parece remontarse a la época en la que los marinos regresaban de su estancia en el Banco Pesquero Sahariano y golpeaban con los buches a todo aquel que encontraban a su paso.
Iván Padrón lleva más de 20 años participando en los Carneros de Tigaday, después del parón del año pasado no sabe si este martes de Carnaval volverá a perseguir vestido con pieles de carnero y con cascabeles atados a la cintura a los niños y curiosos que transiten por las calles de La Frontera, en El Hierro.
El joven explica cómo aún se sigue preparando la vestimenta en un ceremonial parecido a cómo lo hacían los abuelos con el curtido de las pieles, su lavado con agua de mar y el secado al sol, lo que sí ha cambiado es el material para tiznar, “antes era con carbón y ahora con betún”, específica.
En La Palma no se asusta a nadie en Carnaval, pero sí se mancha de polvos talco en una de las fiestas carnavaleras con más proyección del archipiélago: Los Indianos de La Palma.
Cada lunes de Carnaval, las calles de la capital palmera se polvorean de blanco y de sonidos cubanos para recibir a los emigrantes que, tras hacer Las Américas, regresan triunfantes a la isla.
En un día en el que vestirse de un color que no sea el blanco parece prohibido, la nota de colorido la pone la Negra Tomasa, un personaje en el que se entremezcla el mestizaje afrocubano y cuya llegada cada lunes de Carnaval a la Plaza de España sirve de pistoletazo de salida a la fiesta de Los Indianos.
Otras muestras del Carnaval arraigado a las tradiciones las encontramos en Las burras de Güímar, unas brujas convertidas en burras para poder hacer hechizos la noche de la quema de la sardina aunque este año finalmente se quedarán sin salir, o el Mataculebras en el Puerto de la Cruz, una tradición afrocubana representada por los Negritos y el Mayoral (amo vestido de blanco) que, a base de látigo, impone matar la culebra, símbolo del mal.
En Puerto del Rosario, el Carnaval diferencial llega por mar, después de que el grupo Así Andamos decidiera, a mediados de los noventa, buscar un evento que distinguiera el Carnaval de Fuerteventura de los grandes actos capitalinos.
Después de un cónclave carnavalero de tres años entre los miembros de Así Andamos con reflexiones, risas y alegatos, la fumata llegaría en 1998 con la creación de los Achipencos (Artilugio carnavalero hidrodinámico impulsado por energías no contaminantes, obviamente).
Carlos Romero, uno de sus impulsores recuerda cómo en la primera edición salieron cinco artilugios. Dieciocho años después superan los cuarenta en una competición donde no se premia a quien antes cruce la bahía capitalina “sino el ingenio y la flotabilidad”.