El volcán de La Palma ha iniciado su despedida: “Con toda probabilidad asistimos al final de la erupción”
El vulcanólogo Juan Carlos Carracedo opina que “con toda probabilidad asistimos al final de la erupción” en Cumbre Vieja, en La Palma, y cree que el plazo de diez días que se ha dado el comité que asesora al Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca) “es más burocrático que científico”.
Otro vulcanólogo, Vicente Soler, del CSIC, que participa en las deliberaciones del Pevolca, indica que esos diez días es “una forma de ser precavidos” y de dar tiempo a que “el magma comience a solidificarse en su parte más somera”, lo que excluiría por completo una hipotética reactivación del volcán.
“No me parece excesivo el plazo de diez días. Los políticos se conceden cien días”, añade con ironía Soler.
Ambos coinciden, en declaraciones a Efe, en que el volcán de Cumbre Vieja comenzó a mostrar “signos de debilidad” hace semana y media, y en que la fase de explosividad del pasado fin de semana fue una especie de “último estertor”, apunta Carracedo; de “despedida y cierre”, anota Soler.
“Sacó a la superficie todo lo que le quedaba. Y como no tiene la posibilidad de nuevo aporte -de magma- se ha extinguido”, sostiene Juan Carlos Carracedo.
Vicente Soler hace hincapié en que hace doce días no se observa la sismicidad que preconiza una posible realimentación del sistema volcánico y que en este tiempo ha ido evacuando la sobrepresión de magma en su zona más superficial hasta que el tremor bajó a niveles preeruptivos.
Mientras, la emisión de dióxido de azufre (SO2) “casi ha desaparecido” si se compara con los valores de días anteriores.
La deformación de la superficie persiste, y el vulcanólogo del CSIC cree que será permanente, como sucedió con la erupción del volcán submarino Tagoro, en El Hierro, hace diez años.
Además, los drones no han detectado flujos de lava, “ni siquiera remanentes. Solo se ven incandescencias”, indica.
“No es descartable que se produzca una pequeña sobrepresión y genere un pequeño pulso de actividad de corta duración. Pero no hay nada que haga pensar en una reactivación del volcán”, asegura Soler.
Juan Carlos Carracedo corrobora esta tesis, al reparar en que todos los parámetros que miden la energía de la erupción han remitido o cesado, por lo que “es muy difícil que el volcán vuelva a entrar en una fase de mayor actividad”.
Abunda en que si hubiera sismicidad profunda o intermedia, prueba de que “aún hay lava almacenada con tendencia a salir”, podría haber dudas al respecto.
Y añade que si hubiera magma en los conductos eruptivos, conforme pasan los días “se enfría, se vuelve más pastosa y se solidifica” y produciría un tapón que requeriría de una gran energía desde abajo para destaponarlo.
“No hay ningún síntoma de que eso pudiera suceder. Lo lógico es pensar que la erupción ha terminado”, asevera Carracedo.
Insiste este vulcanólogo en que la erupción que comenzó el 19 de septiembre en la zona de Cabeza de Vaca ha sido “muy parecida” a todas las fisurales de carácter estromboliano; si acaso ha tenido “pequeños matices” diferenciales, como su duración, la forma de correr la lava por la topografía previa, o su tamaño, “enorme”.
“Quedará como el elemento paisajístico más destacado” en el Valle de Aridane, así como “recordatorio del mucho sufrimiento que ha provocado. No solo ha destruido casas y propiedades. Ha causado un gran daño psicológico y emocional”.
Vicente Soler cree que esta erupción deja “muchas enseñanzas”, empezando por la forma en que comenzó la erupción.
Confiesa que no esperaba “un desenlace tan rápido”, apenas nueve días después de que se detectara el enjambre sísmico que la precedió.
Hace hincapié en que ésta es la primera vez que la comunidad científica española puede “monitorizar debidamente” una erupción, lo que generará “multitud de estudios y publicaciones”.
“Al relato histórico se une ahora el científico, y eso ayudará a las personas a las que les toque gestionar la siguiente erupción en Canarias, que sucederá. No hay que meter la cabeza bajo el ala”, proclama Soler.
Juan Carlos Carracedo indica que ésta es “una de las erupciones más muestreadas, monitorizadas, observadas”, y confía en que toda esta actividad científica ayude a conocer el comportamiento de los volcanes “desde el cráter hacia dentro, donde más desconocimiento hay”, para mejorar en la gestión de emergencias de este tipo.
Ello a pesar de reconocer que desde el punto de vista de la protección civil y “a diferencia” de otras erupciones, como la del Teneguía o el Tagoro, la gestión de la emergencia “ha funcionado de manera impecable”.
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