Cámara en mano, nos adentramos por la avenida que va de La Puntilla a El Confital, con la sana intención de ir preguntando el nombre de cada cala y cada peña de la bahía. Como sospechábamos, no hubo consenso. Encontramos a quienes llaman a todo La Puntilla, desde Las Canteras hasta El Confital, y también distintos nombres para el mismo lugar. En más de una ocasión, al preguntar a algún grupo abrimos el debate de las nomenclaturas, los límites y recuerdos.
Al final, entre unas y otras logramos componer un mapa toponímico que, adivinamos, no estará al gusto de casi nadie. Lo desplegamos aquí, con la esperanza de activar la inteligencia y la memoria colectivas, a ver si con la colaboración de quienes lo lean, somos capaces de reconstruirlo conjuntamente o, al menos, llegar a algunos acuerdos.
La zona del aparcamientos de La Puntilla, donde está el molino de César Manrique, es conocida como Los Caletones. Y la franja de mar más pegada a esa orilla es El Pasillo, “por donde no se puede navegar con marea llena.”
Comenzamos el paseo y, antes de llegar a Casa Camilo, llegamos a La Barranquera.
Seguidamente, La Caleta, que con marea vacía tiene algo de arena rubia.
A continuación, pasamos por delante del Roque de Las Gaviotas.
Después del Mirador de Los Ausentes, llegamos a Los Nidillos.
Delante de Los Nidillos está el Roque de Morán, que “antes era más alto”, la erosión acabó con él.
A continuación encontramos Punta Flaca, separada por una cala de callaos de Punta Gorda.
La bahía siguiente es la conocida como El Cabrón, presidida por el islote del mismo nombre. En primera línea de mar hay una edificación de color rojo que en su día bombeaba agua. Hasta ahí tenemos consenso. Luego, hay quienes aseguran que subía agua salada para llenar las piscinas de La Isleta y quienes cuentan que fue algo parecido a una rudimentaria depuradora, que lanzaba las aguas negras del barrio a la marea. La fotogénica casa roja merece otro reportaje, así que seguiremos preguntando.
Lo que viene a continuación es conocido con el nombre de Los Rodeos.
Y, por último, El Confital que, nos explican, debe su nombre a confite, una especie de burgado abundante en la zona.
Hace unas décadas, nos cuentan, toda esta costa estaba ocupada por secaderos de pescado y “cuando venían los días de las moscas no podíamos ni abrir las ventadas.” Ahora la recorre una amplia avenida, salpicada de miradores, restaurantes y otros locales comerciales. Una zona frecuentada por isleterxs, turistas y mucho deportista, que la ha incluido en ruta de entrenamiento rumbo a las pistas de El Confital.
Seguramente, como anunciábamos al principio, habrá discrepancias en los nombres. Nos ocurrió desde que dimos el primer paso, contrastando la información a lo largo del camino. Aporten sus matizaciones y podremos enriquecer el recorrido.