Miscelánea del aburrimiento político
No me gustaron en su día las alusiones despectivas de Pablo Iglesias al que llamó “Régimen de 1978”. No fue de sus invenciones más afortunadas semejante ofensa a quienes lucharon y padecieron bajo el franquismo y a los que perdieron la vida en el intento de allanar el camino a esa Constitución que, con todas sus deficiencias e impotencias, ha servido de mucho desde aquella fecha a hoy, cuando a la vista está la necesidad de una reforma que las elimine y aborde cuanto en 1978 quedó en el tintero por entender que no podía tirarse de la cuerda sin romperla. El grupo de constituyentes redactores lo integraron siete diputados: tres centristas representantes de las distintas corrientes del partido creado por Adolfo Suárez para sacar adelante la cosa; junto a ellos, un representante de los sectores del Movimiento que habían evolucionado desde el franquismo a la aceptación de la democracia, y por último un dirigente del PSUC, el partido de los comunistas catalanes y otro del PSOE. Los siete fueron capaces de llegar a acuerdos suficientes que alejaran la posibilidad de enfrentamientos y hasta de una nueva guerra que muchos consideraban poco menos que inevitable.
La comisión constituyente, como digo, llegó a acuerdos suficientes para tener la fiesta en paz aunque quedaran en el aire muchas cosas y otras tantas que ni siquiera se abordaron. Y como ha señalado López Burniol, España tenía a principios del siglo XX cuatro problemas de los que pueden considerarse superados tres: el Ejército, la Iglesia y la cuestión agraria, por lo que queda aún pendiente sólo el cuarto, el de la estructura territorial del Estado. Respecto a éste, el mismo autor considera que el problema catalán es, en realidad, el problema español porque, indica, “cada vez que España se libera de la ortopedia dictatorial que compensa la debilidad congénita del Estado, el problema fundamental al redactar la correspondiente Constitución es el de la estructura territorial del Estado”. Ocurrió, indica, con Primo de Rivera, en los primeros momentos de la II República y al inicio de la Transición. Eso en el siglo XX, porque en el XIX tuvimos la fracasada Constitución federal contra la que desempeñó un papel relevante León y Castillo, que la hundió en el Parlamento con un brillante discurso.
El actual conflicto catalán no hace sino confirmar esta visión del devenir político español. Bueno, el catalán y otros más o menos en potencia, aunque sea el catalán el que está ahora mismo en efervescencia debido a que la derecha española es torpe y malintencionada, pues la política que preconiza con Cataluña lleva al enconamiento de posiciones. La torpeza de Rajoy, la de buscar réditos electorales en el resto del país tratando a Cataluña de forma nada amigable, ha acabado, al cabo de los años (desde 2004 a esta parte) agravando una situación que no parece tener ya vuelta atrás. Sobre todo cuando Pablo Casado, ahora máximo dirigente del PP y Albert Rivera, de Ciudadanos, exigen a Pedro Sánchez mayor rigor con Cataluña y poco menos que desembarque en allí a sangre y fuego y endurezca la aplicación del artículo 155, como si la cuestión del acomodo-desacomodo de Cataluña en España fuera asimilable al caso de una hinchada futbolera salida de madre. Los intentos de Pedro Sánchez, lo de reducir la hinchazón del encono tratando de abrir un espacio de entendimiento y diálogo, lo han querido presentar al electorado del resto de España como claudicación, una clara rendición ante el secesionismo catalán, con el que Sánchez ha llegado a acuerdos, aseguran, dejando al Estado a merced de Quim Torra y sus no más presentables compañeros de viaje. Trata la derecha, tan patriótica ella, de impedir que Sánchez encuentre una vía que ponga en piedras de ocho la solución del conflicto. Tiemblan ante la posibilidad de que les fastidien el discurso. Me resulta desolador el descarado recurso del PP y Cs a la mentira y contemplar la quiebra de la antes confortable convivencia catalana, producto de una cultura y una determinada forma de ser ciudadana a la que procura la derecha españolista violentar con especies de que son ellos, los catalanes, quienes gobiernan España y dan órdenes a Sánchez.
Del lado catalán y por mucho que se metan con él, a la derecha española les ha venido de perlas que sea un sujeto como Quim Torra el presidente de la Generalitat. A sus insultos a los españoles se añade la idea latente de que Franco le hizo la guerra sólo a los catalanes mientras los españoles se amontonaban en el tendido a contemplar los esfuerzos por aniquilarlos. Un tipo primitivo el muy Honorable. El nacionalismo separatista catalán, como tantos otros, se nutre también de mitos acerca de los orígenes de su pueblo, su evolución histórica y todas esas cosas que les sirven de alimento. Mientras sea la cultura y las tradiciones quienes entienden y atienden ese acervo se beneficia la creación artística; si son los políticos los que la agarran, malo.
Item más: la caradura del PP
Me he referido ya a Pablo Iglesias y al PP. Al primero, ya saben, porque suele írsele la húmeda, cosa que se quita con la edad. En cuanto al segundo, habrán observado que no acaba de desaparecer su desvergüenza. Me refiero al uso que hace el PP de la Comisión senatorial que controla, revisa o lo que sea la financiación de los partidos políticos. La forman sólo senadores del PP y quisieron el otro día obligar a Iglesias a reconocer la financiación de Podemos por el Gobierno venezolano. Todo ello sin explicar qué rayos quieren conseguir los chavistas con semejante dispendio. Aunque no es menos cierto que ya no mencionan a los iraníes como financiadores para que los podemitas le ayuden a islamizar España.
Diréles que es comprensible el interés del PP por la financiación en el extranjero al que se ve obligado un partido tan patriota que hasta ahora sólo se ha financiado con dinero nacional, de los españoles y no va a poder hacerlo en adelante. En principio, pues ya se sabe que comer y rascar, todo es empezar. Y conste que es la Justicia quien señala al PP, que yo no quito ni pongo un maldito euro.
Luis Aznar, senador popular, fue el encargado de interrogar a Iglesias. Le preguntó, repreguntó y volvió a preguntar si el Gobierno venezolano le había o no subvencionado y como el hombre se le escurría, siguió repitiendo la misma pregunta para obtener idéntica respuesta de a mí que me registren.. Iglesias aprovechaba la insistencia del senador pepero para largar ideas y opiniones, sabedor de que la tremenda ejecutoria corrupta del PP no era, precisamente, la recomendación más indicada para indagar la depravación ajena en virtud del principio universal de que más alega quien más tiene que le digan.
En medio del espectáculo, recordaba yo las solemnes afirmaciones de los dirigentes peperos acerca de su respeto a la Justicia, su plena disposición a aceptar y acatar sus decisiones y viva el rey , que todavía no han llegado a la fase de vitorear a Cristo Rey, en la que ya está Vox. Es por lo que resultaba chocante que Iglesias llegara a la Comisión “forrado” con un buen número de decisiones judiciales que negaban la financiación venezolana ante las numerosas denuncias y que Aznar insistiera una vez y otra hasta asegurar que la INTERPOL tiene cumplida información y pruebas de los cestones de bolívares que han venido de allá para acá; aunque, como es natural, no diera detalles ni información alguna de las cuantías. Aburren a las ovejas.
Por si fuera poco, Iglesias se retractó de cuanto dijera de bueno del Gobierno venezolano y reconoció el desastre en que anda sumido aquel país. Es de sabios rectificar porque quien tiene boca, se equivoca.
No me gustaron en su día las alusiones despectivas de Pablo Iglesias al que llamó “Régimen de 1978”. No fue de sus invenciones más afortunadas semejante ofensa a quienes lucharon y padecieron bajo el franquismo y a los que perdieron la vida en el intento de allanar el camino a esa Constitución que, con todas sus deficiencias e impotencias, ha servido de mucho desde aquella fecha a hoy, cuando a la vista está la necesidad de una reforma que las elimine y aborde cuanto en 1978 quedó en el tintero por entender que no podía tirarse de la cuerda sin romperla. El grupo de constituyentes redactores lo integraron siete diputados: tres centristas representantes de las distintas corrientes del partido creado por Adolfo Suárez para sacar adelante la cosa; junto a ellos, un representante de los sectores del Movimiento que habían evolucionado desde el franquismo a la aceptación de la democracia, y por último un dirigente del PSUC, el partido de los comunistas catalanes y otro del PSOE. Los siete fueron capaces de llegar a acuerdos suficientes que alejaran la posibilidad de enfrentamientos y hasta de una nueva guerra que muchos consideraban poco menos que inevitable.
La comisión constituyente, como digo, llegó a acuerdos suficientes para tener la fiesta en paz aunque quedaran en el aire muchas cosas y otras tantas que ni siquiera se abordaron. Y como ha señalado López Burniol, España tenía a principios del siglo XX cuatro problemas de los que pueden considerarse superados tres: el Ejército, la Iglesia y la cuestión agraria, por lo que queda aún pendiente sólo el cuarto, el de la estructura territorial del Estado. Respecto a éste, el mismo autor considera que el problema catalán es, en realidad, el problema español porque, indica, “cada vez que España se libera de la ortopedia dictatorial que compensa la debilidad congénita del Estado, el problema fundamental al redactar la correspondiente Constitución es el de la estructura territorial del Estado”. Ocurrió, indica, con Primo de Rivera, en los primeros momentos de la II República y al inicio de la Transición. Eso en el siglo XX, porque en el XIX tuvimos la fracasada Constitución federal contra la que desempeñó un papel relevante León y Castillo, que la hundió en el Parlamento con un brillante discurso.