La ‘muerte’ natural de Torres-Dulce
En cierta chistografía figura el del forense que certifica la muerte natural de un hombre con un tremendo cuchillo de matarife clavado en el corazón: era natural, comprenderán, que estuviera muerto.
El chistecito fue lo primero que se me vino a la cabeza al enterarme del cese/dimisión de Eduardo Torres-Dulce en la Fiscalía General del Estado. Quizá fuera porque, en verdad, todo el mundo la esperaba y debe considerarse natural que un Gobierno, de la catadura del pepero, lo pusiera en la puerta de la calle por lo derecho o lo indujera a coger puerta creándole una situación insostenible. Resulta curioso que Torres-Dulce, que muchos consideraban fiel servidor del Gobierno, acabara así por una serie de desacuerdos que él mismo llamó “los tiempos de la Justicia”, que no coinciden con las urgencias del Ejecutivo y su partido para alejar y echarle tierra a sus feos asuntos; unas veces por conveniencias electoreras, otras para fortalecer a los amigos encausados y en todas para ciscarse de la gente.
No voy a aburrirles repitiendo eso tan sobado de que no debería ser el Gobierno quien nombre al Fiscal General; ni que sean las cuotas parlamentarias las que determinen la composición de los altos tribunales y de los órganos rectores de los jueces. Aunque fueran los socialistas, creo que Alfonso Guerra, si mal no recuerdo, quien anunció la muerte de Montesquieu, es decir, la sumisión a las conveniencias del Ejecutivo de los Poderes Legislativo y Judicial. Eso permite a un Gobierno, como el que nos ocupa ahora mismo, torpe y falto de escrúpulos democráticos, librar batallas políticas en los tribunales y utilizar su mayoría parlamentaria para legislar mediante decreto-ley para imponer “reformas” como las que padecemos y dejar medio zumbadas a las clases medias y a las populares en la miseria. Las cosas han llegado al extremo de que no son pocas las ocasiones en que el Gobierno ha sacado adelante iniciativas legislativas con su mayoría y el voto negativo de la oposición en peso. Una serie de leyes para las que el PSOE, por ejemplo, anunció su derogación en cuanto llegue a La Moncloa; si llega, claro. Una de esas leyes es la de Educación, la de Wert; o la de Seguridad Ciudadana, que dejó en amable anécdota la “patada en la puerta” del socialista Corcuera o corcuese. Esto de medio cambiar de régimen en cada legislatura para seguir igual de mal ya cansa. El tosco talante del ministro de Interior, Fernández Díaz, se puso de manifiesto al replicar a los críticos de su política de inmigración que está dispuesto a enviarles los inmigrantes para que sean ellos quienes los atiendan. Su actitud dejó claro el escaso peso del Gobierno pepero en el marco de la UE que ni siquiera agradece a España, panda de ingratos, que con su espectacular recuperación económica y dos piedras sea ahora la que tira del carro del continente y alrededores. Son ellos quienes viven ahora por encima de sus posibilidades gracias a que nos estamos quedando nosotros sin posibilidades de vivir. “Todo por la Patria”.
Para sustituir a Torres-Dulce, Rajoy ha designado a Consuelo Madrigal que cuenta, al parecer, con una trayectoria en la carrera fiscal reconocida por las organizaciones profesionales que han acogido bien su nombramiento. Es considerada conservadora y según algunos analistas revela que el presidente del Gobierno ha optado por dotar a la Fiscalía General de un perfil técnico. Lo que no sé si es un reproche al cesado/dimitido por hacer política al tratar de defender los tiempos de la Justicia con una insolente reivindicación de su autonomía frente a los designios del Gobierno.
Ya veremos por donde sale Madrigal, la primera mujer que accede al cargo. De momento, tiene sobre la mesa el caso Gürtel, el feo asunto de los papeles de Bárcenas y el de la caja b, del que no sabemos si acabará recorriendo las demás letras del abecedario. No lo tiene fácil ni sé cómo podrá abordarse el fondo político del problema, es decir, el hartazgo de la opinión pública que, si por un lado, puede ayudar a la cúpula de la Justicia a sacudirse presiones gubernamentales, por el otro puede subirlos a la picota si no pone “técnicamente” en su sitio a quienes los han nombrado. Es en la Justicia donde mejor se aprecia la profundidad de la crisis institucional. Las imágenes facilitadas en los últimos días de juzgados con expedientes almacenados hasta en los retretes y con estanterías que se han venido al suelo de cargadas, lo que no es, ni mucho menos, alegoría del peso de la Justicia sino expresión del intento de que no le caiga arriba sino a los robagallinas que con un par de folios de sumario van aviados.
La precampaña de Fernando Clavijo
Como Dios ayuda a quien madruga, Fernando Clavijo, candidato de CC a la presidencia del Gobierno, se ha lanzado ya a la precampaña de la precampaña de la campaña de las próximas elecciones. Acabo de leer un artículo suyo, al menos por él firmado, en el que afirma que Canarias necesita un “gran pacto social”. Acompaña semejante descubrimiento del Mediterráneo con una serie de generalidades que no sé si obedecen a que solo buscaba hacer bonito; o si es que ha preferido no extenderse en el contenido del pacto que propone, no vaya a ser que lo rechacen sectores de la población que le resten su grandeza. Por no faltarle, incluye Clavijo el estribillo de que es muy consciente de las grandes dificultades para ponerlo en marcha cosa que, sin dejar de ser cierta, me obliga a preguntarme si se trata de una cura en salud o de sentar las bases del pretexto futuro de no haberlo alcanzado, poniéndose el esparadrapo antes de la herida. Desde luego, no hay duda de que ha superado la fase de aprendiz político y ofrece ya cierto dominio del arte de la conduerma pejiguera. Mucho ha llovido (en Canarias algo menos) desde los días en que Rousseau acuñó el concepto que hoy presenta diversos contenidos que debería precisar el aspirante en estos momentos. Por ejemplo, el pacto que dio lugar al Estado social y de Derecho al que se refiere la Constitución; y ya que de Constitución hablo, no está de más recordar que el fundamento de las democracias parlamentarias es eso, un gran pacto social. Como no lo concreta y visto que las lenguas de doble filo hablan de sus querencias por entenderse con el PP, sospecho si no será que no quiere dificultar esa futura e hipotética alianza con Soria mediante la reivindicación del Estado social y de la integridad de la Constitución, resquebrajada a golpe de decretos leyes.
Sin embargo, esa ambigüedad, por calificarla de alguna manera, la deja a un lado Clavijo a mitad de su artículo sin abandonar, eso nunca, los grandes palabros. Aboga por la “simplificación y descentralización administrativa” para llegar a donde pretendía: la gestión del suelo al que al que quiere liberar, aunque no la cite expresamente, de las garras de la COTMAC (Comisión de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente de Canarias) que ha convertido la tramitación de expedientes, dice él, en una carrera de obstáculos. Vaya por delante que no trato de romper una lanza por la COTMAC y no me sorprendería que sean ciertos sus excesos burocráticos. Pero no lo es menos que muy bien pueden obstaculizar los expedientes el empeño de los promotores urbanísticos que presionan para hacer las cosas a su gusto, llevándose por delante lo que haga falta.
En este sentido, como muestra de las cabras que guardamos, recuerdo a un conocido que, en tiempos ya lejanos e irremediables, se marcó un edificio de apartamentos de aquí te espero. Al hombre le molestó una crítica que le hice y se plantó en la Redacción dispuesto a llevarme al lugar de autos para que apreciara su exquisito cuidado con el Medio Ambiente. Yo ya había estado allí, pero me hice el nuevo por la curiosidad de ver por donde iba a salir. Fue inútil que le explicara que unos parterres (con plantas autóctonas, eso sí) y algo de césped entreverado nada tienen que ver con el medio ambiente. Su mentalidad venía a ser la que caricaturizaban los Piedra Pómez al proponer que se “azulejiaran” de cumbre a costa todos los barrancos de la isla para acabar con aulagas, matos, lagartos y demás porquerías. A Dios gracias no hay presupuestos para tanto.
Volviendo a Clavijo, su propuesta, “con todas las garantías”, me lleva a preguntarme a quien tocará vigilar el respeto de esas garantías todas si desaparece la COTMAC. La lógica y la experiencia inducen la sospecha de que quiere que ese cuidado quede por cuenta de los alcaldes. Lo que me recuerda una Memoria de la Fiscalía de Canarias de hace años en la que se hacía responsable de los desastres urbanísticos, muchos de ellos auténticos delitos medioambientales, a los alcaldes. No señalaba con el dedo a ninguno, faltaría más, seguramente porque su autor o autores eran conscientes de que no todos los alcaldes son iguales y que no pocos de los atentados no surgían de su voluntad sino de las presiones de los que podían “apretarles” (los “tosnillos”, mismamente) a través de los dirigentes de sus partidos. Sé que para más de uno fue un alivio poderle decir a algún que otro promotor que debía pasar por la COTMAC. Mucho escoció, recuerden, aquella memoria de la Fiscalía que se olvidó rápidamente.
Insisto en que no faltarán razones para criticar a la COTMAC, pero una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas. Es evidente que Clavijo se sitúa con su propuesta, la única concreta que contiene su artículo, en la órbita de José Manuel Soria que no oculta su deseo de eliminar la COTMAC. No debería, pues, quejarse el candidato nacionalista de que se dé por sentado que va del bracillo del muy ministro y que ha adoptado actitudes del peor neoliberalismo. No es de recibo que si un departamento gubernamental no funciona habría que plantearse primero si desempeña una función necesaria y proceder a ponerle remedio. Prescindir simplemente de él sirve a otros intereses y no está de más recordar que organismos con funciones similares a las de la COTMAC hay en otros sitios y funcionan.
La Triana desaparecida
Tras la campaña de Navidad desaparecerán, para siempre, al menos dos establecimientos de Triana; de los de toda la vida. Dicen que es el signo de los tiempos con lo que no estoy de acuerdo. Entre otras cosas porque hay ciudades, como Barcelona por ejemplo, donde los pequeños comercios han seguido funcionando a pesar de las grandes superficies y de los centros comerciales que ofrecen la posibilidad de comprar, de tomar el aperitivo, comer y cuanto se le ocurra a cualquiera para pasar una jornada de ocio. El secreto, la existencia de patronales de ese pequeño comercio con las cosas claras y de autoridades que no las tienen menos claras y procuran crear las condiciones mínimas para permitir que los pequeños establecimientos sigan sumando su nada desdeñable cantidad de puestos de trabajo. Lo que no es el caso de Triana donde la miopía de los comerciantes y el por ahí me las den todas del ayuntamiento y de los responsables institucionales del comercio hacen que ya no queden en la zona, como rastro de su tradición, sino alguna relojería, la tostadora de café y la óptica de Herrera como ejemplo de buen hacer incluso arquitectónico.
Hay cantidad de casos que reflejan esa miopía. Uno de ellos, que no sé si considerar pura leyenda urbana, por más que mucho se comentó en su día. Me refiero a la oposición del comercio trianero a que se instalara en la zona El Corte Inglés. Según tengo entendido iba a levantarse en el solar de lo que hoy es Hiperdino, pero acabó yéndose a Mesa y López, a la que convirtió en zona comercial donde encontraron su lugar establecimientos del pequeño comercio, incluido algunos de los trianeros de siempre. Otro caso fueron las pegas puestas a la peatonalización de la calle a la que se dotó de canaletas para hacer posible la utilización de las primeras tarjetas que fueron, asimismo, rechazadas. Por no hablar de lo que tardaron algunos comercios en aceptarlas como medio de pago. Ya en el terreno de lo utópico, hace más de veinte años hubo un proyecto para promocionar la zona a partir de su historia, sus personajes y un más que notable anecdotario que iba desde su inicial condición marinera, cerca de la Caleta de los Abades y el posterior Muelle de Las Palmas hasta hoy, o sea, el ayer de hace más de cuatro lustros. La incardinación en la historia de la ciudad y de la isla de la zona, con sus comerciantes pendientes de las cotizaciones de la fruta canaria en los mercados para determinar los pedidos de mercancías; las inversiones en la perforación de pozos a partir de los beneficios obtenidos por los establecimientos; la venta de telas a los comercios de los pueblos y un largo etcétera hubiera proporcionado a Triana una textura histórica de la que formaba parte su vieja apariencia, perdida por supuesto, de calle comercial londinense con sus establecimientos con reclamos en inglés. Lo que mosqueaba tanto a los venidos de tierra adentro que comerciantes hubo que colocaron en sus escaparates avisos de “Se habla español” para que se decidieran a entrar. Al parecer se pretendía que la publicación, que sería el centro del proyecto, promocionara los establecimientos y sus artículos y la distribuyeran los propios comerciantes mediante una bandeja sobre el mostrador o un expositor; pero no hubo manera. En el fondo, se pretendía presentar la zona como una gran superficie en horizontal y al aire libre. Según supe por los autores del proyecto, la cosa no salió debido a un listado de colaboradores en el que figuraba el nombre de algún rojo reconocido o tenido por tal, que de todo había.
No les hablo de los desmanes urbanísticos porque, total, para qué. Hoy Triana es lo que es y ha entrado, menos mal, en la era de las terrazas durante tanto tiempo proscritas mientras el comercio tradicional desaparece y los que han venido a sustituirlos tienen las ideas algo más claras.
Por cierto: no sé si recuerdan ustedes la que se formó con el viejo edificio del comienzo de Triana, junto al ex Guiniguada. Se consiguió, en buena hora, parar el disparate que se pretendía perpetrar en aquella casona relacionada con una curiosa historia que tenía que ver con los Austria. Sin embargo, allí sigue muerta de risa y sin perro que le ladre. Si poco cabía esperar del Ayuntamiento, bien pudieron los defensores del Patrimonio de la ciudad completar su atinada actuación de entonces con proyectos y propuestas. A lo mejor los hay, pero la realidad es que no tengo noticia de ninguno.
El bicentenario de Mogán
Cuadros históricos de la Revolución de Septiembre en Las Palmas es el título de un libro de Julián Cirilo Moreno “ex federal y ex Teniente de la 1ª de Voluntarios de la Libertad” como él mismo se titula en el arranque. Está fechado en 1899 y bien merece una reedición para que el personal de hoy se regocije con el desenfado y el humor del autor que da no pocos datos acerca de cómo se vivió aquel acontecimiento en Gran Canaria. Aprovecho la oportunidad del bicentenario del municipio para esta anotación.
El acontecimiento, habrán adivinado, fue la revolución de 1868 que mandó al exilio a la reina Isabel II. Cuenta Cirilo Moreno de la reunión de la Junta Revolucionaria, en la que él actuó de secretario y en la que se dio cuenta de la adhesión de los municipios de la isla al levantamiento: estaban todos con la “nueva situación” y solo faltaban los pronunciamientos de Mogán y Agaete. La Junta decidió, entonces, enviar dos representantes de la Junta a recabar que se retrataran.
Comienza el capítulo hablando de Mogán en aquel extremo sur de la isla casi inaccesible por tierra con sus “sierras de montañas, empinadas cumbres y tajadas estribaciones”; el que por mar era “casi inabordable para nuestros pailebotes, pues unas veces impiden el arribo a tus playas la calmas chichas de Juan Grande y otras los ventarrones del Descolorado; que dicen suavizando el realismo duro del verdadero nombre, los púdicos mapas ingleses de nuestras islas”. Ni que decir tiene que el verdadero nombre del Descolorado era Descojonado, dicho sea con perdón en aras de la precisión topográfica.
Sigue Cirilo Moreno en ese plan, en tono coñón, con la respuesta moganera al requerimiento de la Junta:
“Que hacía mucho tiempo que en el pueblo de Mogán se estaba trabajando para echar abajo a los Borbones”.
La respuesta dio pie a Cirilo Moreno para recordar que si una “pequeña piedrecilla desprendida, un grano de arena, hizo dar en tierra con la colosal estatuta de Nabucodonosor. ¿Por qué no admitir que los trabajos del pueblo de Mogán, de tiempo preparados, como confesaba, no fuese la causa oculta de la caída del Trono? […] El aplomo y la serenidad de la contestación revelaba algo: de allí se desprendía que el acontecimiento no tenía para el pueblo novedad alguna, como la de una cosa que se trabajaba y cuyo buen resultado se esperaba con antelación”.
No fue ese el caso de Agaete, que comunicó haber reconocido como soberana a la Junta de Santa Cruz de Tenerife. Alguien de la concurrencia afirmó que en la villa traidora había una compañía de soldados dispuesta a hacer fuego a quien tratara de someter al municipio a la Junta de Las Palmas.
Total que se solicitó el inmediato “castigo de los traidores” y que “las demás compañías, las leales del batallón de Guía, marcharan inmediatamente a reducir por la fuerza de las armas al pueblo rebelde”. Cosa que no ocurrió, que yo sepa. Por cierto, que entre las imputaciones de los junteros a los agaetenses figuraba la de “fenicios” que no querían dejar de vender la cochinilla “fabricadas con grava volcánica”. Seguramente en alusión al fraude de mezclar la cochinilla con arena muy fina de modo que, al secarse el insecto y doblarse sobre sí mismo, dejara dentro unos granos que sumados aumentaban el peso. Gente lista, ya saben, la hubo siempre y ya no sé si es cierta la historia, son muchas las que tengo recogidas como leyendas urbanas, del que metía en el centro de los grandes quesos candados y cosas por el estilo para lo mismo.
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En cierta chistografía figura el del forense que certifica la muerte natural de un hombre con un tremendo cuchillo de matarife clavado en el corazón: era natural, comprenderán, que estuviera muerto.
El chistecito fue lo primero que se me vino a la cabeza al enterarme del cese/dimisión de Eduardo Torres-Dulce en la Fiscalía General del Estado. Quizá fuera porque, en verdad, todo el mundo la esperaba y debe considerarse natural que un Gobierno, de la catadura del pepero, lo pusiera en la puerta de la calle por lo derecho o lo indujera a coger puerta creándole una situación insostenible. Resulta curioso que Torres-Dulce, que muchos consideraban fiel servidor del Gobierno, acabara así por una serie de desacuerdos que él mismo llamó “los tiempos de la Justicia”, que no coinciden con las urgencias del Ejecutivo y su partido para alejar y echarle tierra a sus feos asuntos; unas veces por conveniencias electoreras, otras para fortalecer a los amigos encausados y en todas para ciscarse de la gente.