La portada de mañana
Acceder
La declaración de Aldama: “el nexo” del caso Ábalos apunta más arriba aún sin pruebas
De despacho a habitaciones por 1.100 euros: los ‘coliving’ se escapan de la regulación
Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala
PINCELES DEL AYER

Cándido Camacho: la belleza de lo inquietante

Santiago Jorge

Santa Cruz de La Palma —

0

A principios de los 80, no recuerdo exactamente el año, en un día cualquiera, decidí acercarme a la conocida Sala Conca en La Laguna (Tenerife), con la intención de ver por primera vez una exposición de Cándido Camacho, motivado especialmente por el hecho de ser un reconocido pintor palmero. Entro en dicha sala de arte, con cierta timidez sin saber muy bien qué me iba a encontrar. Al realizar un repaso visual rápido, tuve la impresión de que era una obra de estilo clásico, llamándome poderosamente la atención la gama de tonos tierras y la sutileza de las pinceladas.

Comienzo a ver los cuadros sin ninguna prisa y sigo sorprendido por las llamativas texturas realizadas con barnices quemados y materiales diversos, lo que despierta aún más mi curiosidad. Me percato de que entre los efectos texturados se vislumbran cuerpos desnudos en posturas sensuales; intento adivinar el mensaje del artista e interpreto un cierto juego entre lo mórbido, lo bello y lo erótico. Reflexiono y pienso que conseguir que algo bello sea feo no tiene ningún mérito, pero lograr que algo feo sea bello, es una genialidad que Cándido supo conseguir con maestría.

Según voy avanzando por la galería, veo insectos disecados (cucarachas, escarabajos, etc…), formando parte de las obras como un elemento más, era consciente de que estaba ante unos cuadros muy especiales que me generaban sensaciones encontradas, por un lado, me inquietaban y por el otro estaba disfrutando de algo extrañamente bello.

Me venían a la mente imágenes de obras de Néstor de la Torre, Óscar Domínguez, Dalí, e incluso del Bosco, todo junto en un aquelarre insólito y difícil de definir. Muchas veces las referencias suelen estar presentes sin poder evitarlas.

Al final de la galería y a modo de despedida, identifico el rostro de Marlene Dietrich en uno de los cuadros con una mirada inquietante y seductora. Sigo mi ruta y abandono la sala sin tener muy claro cómo valorar esta experiencia; me dedico a caminar por las gélidas calles de La Laguna, pensativo y a la vez satisfecho por haber disfrutado de una exposición realmente sorprendente.

Etiquetas
stats