¿A dónde van?
Hacia dónde va la poesía, hacia dónde fue. Ayer lo descubrió una niña de ocho años titulando uno de sus relatos breves, que creó para el mundo entero: 'Poemas fueron'. Y hubiese bastado así, pero el tiempo se precipitó, los minutos dejaron necesariamente de ser minutos, y quedó patente que lo recordaríamos siempre. Se dejaron de lado las diferencias y encontramos un lugar en el que estar juntos. Los versos, las estrofas, las rimas, las no rimas, la métrica, saltarse las leyes, abarcar una nueva forma, gritar y compartir. Todo, todo se dirige a un espacio que no se ve, y que tampoco queremos ver, por esa maldita ruina interior que nos ha acomodado en una vida sin preguntas, y en la que, desde luego, no hallamos respuestas. Quizás esa sea la tristeza, la esperanza y la fuerza inconmensurable, en ese orden, de 'Poemas fueron', y de nosotras, las personas.
Y entonces, huir.
Hacia dónde huimos. Corriendo de un punto a otro, para que todos los puntos funcionen a la perfección, porque así me lo han impuesto. Aparentar. Creer en la imagen que muestro, y que muestran. Admirar mucho más lo que veo, que sentirlo y atreverse. Sucumbir al miedo y dejarlo entrar, incluso vivir en él sin darnos cuenta, queriéndolo como si fuera alguien más, como algo imprescindible para que el sistema no nos deseche. Qué dolor tan irremediable.
Y entonces, ir.
Hacia dónde vamos, sin saber o sabiendo. Creen los pilares de roble que no se rompen, creen los caminos de una dirección que no se desvían, creen los que saben que es lo único necesario para enseñar a los que no, creen que la duda es un problema cuando es una alegría desbordada, creen los parámetros establecidos sin tener la opción de crear más, creen los principios firmes y raudos que no es posible acoger otros principios porque son firmes y raudos y ya no existen más.
Y entonces, estar.
Hacia dónde estar. Nada ha terminado. Estar en ti, en ellos, en nosotros. Estar sin rendir cuentas, sin soltar los amarres de un barco contaminante, de despedir y decir adiós. Estar sin miradas firmes y continuadas. Estar sin aburrirse. Estar. Estar en la música, en tus acordes, en tu melodía. Estar en la caricia de la mañana, a tu lado.
Y entonces, volver.
Hacia dónde vuelvo. Me di cuenta tarde y no pasa nada, te sentí en aquella tarde y no pude verlo, y tampoco pasa nada. Me equivoqué tres veces de la misma forma, y no perdí el coraje de seguir adelante para volver a equivocarme. Y no pasa nada. Me autocastigué cruelmente, mientras el velero se perdía en el horizonte y nadaba hasta que los brazos me desaparecieran, tragándome todo un mar de ti.
Y entonces, precipitarse.
Hacia dónde me precipito. Ver una luz al otro lado del río, pudiendo el día sobre el frío. El vaso vacío. El corazón latiendo en la punta de nuestros dedos al tocarse. Amor. Quedan huellas aún y se pueden intuir otras a los lejos. El abrazo que puedo darte y está prohibido. La esperanza desesperada ardiendo de ganas. La sutileza de contarlo libremente, sin apuestas, sin tener que remar para demostrar.Y entonces, ¿A dónde van? ¿A dónde voy?
He querido construir esta tortura de lectura, este desorden inmenso de emociones y palabras, para expresarles que de verdad es así, y no hacerles vivir un mundo que he inventado o inventan en el que sentirse plenamente feliz. Tampoco quiero herir o lamentar o pedir perdón. Ni tan siquiera escribirles fórmulas para que se sientan mejor. Este texto es para preguntarse, para responderse, para volver a preguntarse y volver a responderse. Un texto sin conclusiones, ni firmas aparentes, ni frases inventadas, ni siquiera de todo lo posible, pues ya se sabe demasiado. Es leer para vaciarse y llenarse, para rabiar y sonreír, para besar y odiar, para seguir adelante o quedarse atrás. Es un homenaje a las personas que se pierden, y se ganan de nuevo.
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