El aula del futuro es nada menos que un aula preparada para las nuevas tecnologías. Educación se gasta una cantidad enorme de dinero en construir esas infraestructuras para que los alumnos pueden acceder al conocimiento de las nuevas tecnologías desde la inteligencia artificial hasta cualquier otro instrumento que siga de alguna manera preparando sus cabecitas para futuros conocimientos desde la mesa de impresora 3D, sillas y muebles de diseño para sentarse delante de los ordenadores, hasta aparatos de tecnología punta, tabletas y libros de colores portátiles, etc. He visto esa aula en mi última visita a un centro educativo. Dicho así no parece nada anormal y a nadie le parece extraña la utilización de un espacio educativo de esa categoría. ¿Cuál es el problema, entonces? El problema para mí es el dineral invertido en equipar a los centros de aulas parecidas cuando ese dineral no se emplea, por ejemplo, en destinarlo a las bibliotecas o a los laboratorios de investigación y, si alguna vez lo hacen, son asignaciones irrisorias. Las bibliotecas de los centros escolares no están dotadas suficientemente. La conclusión es muy sencilla: no interesa que los alumnos lean. Al sistema actual educativo no le interesa que se desarrolle la afición a la lectura. Los libros encierran un peligro seguro. Ver a un adolescente con un libro en la mano pronostica un futuro disidente, arrogante y provocador, enfrentándose a lo establecido.
Hace poco veía un programa donde en Suecia mostraban a niños de cinco, seis y siete años la existencia de un libro. Se asombraban, lo tocaban, le daban vueltas y no paraban de mirar aquel objeto tan nuevo para ellos. No habían visto jamás un libro. En las escuelas de Suecia se están retirando las tabletas y los ordenadores que hasta ahora parecían imprescindibles. En España, que parece ponerse siempre a la cola, lo que hacemos es comprar más y más de esos aparatos para instalarlos en guarderías, escuelas, institutos y llegar a las universidades. Raros son los colegios donde no se imponen ya como el único elemento de estudio. Llegar a un aula y encontrarse de frente con esos muros que aíslan y ponen al maestro ante lo imposible, es ahora lo habitual. Ya no se miran a la cara los alumnos y los profesores. Ya no se enzarzan en una polémica sobre cualquier tema. ¿Qué me dice un aparato de esos sobre Platón o sobre Heidegger? Nada nuevo. Todo está decidido, propuesto, incuestionable. Los alumnos buscan las respuestas en Wikipedia no en la discusión con el maestro; en el diálogo fructífero y abierto a nuevos enunciados.
Son muchas las preguntas que uno se hace ante este fenómeno social: o tiene todo el mundo dinero para comprar una maquinita a sus hijos o es el Ministerio de Educación el que va a abastecer de ese elemento a las aulas. ¿Es realmente importante que los alumnos de un centro sepan cómo manejar una tableta y no como manejar un libro? ¿Por qué se decide desde los despachos la instalación y el comportamiento pedagógico y no los profesores de esta o aquella asignatura? ¿Quiénes diseñan el nuevo sistema docente? ¿En manos de quiénes está la educación en nuestro país? ¿Qué ministerio es el que resuelve lo que debe o no debe hacerse en las aulas? Cuando los profesores están sometidos a unas determinadas normas burocráticas lo que menos importa es lo que se transmite a los alumnos en los centros, cómo se hace, cómo se educa, qué se les enseña. Todas esas cuestiones están en la cabeza de muchos profesores que no hablan ni pueden hacer nada por evitarlo, porque cuando van a explicar la situación en estancias superiores todo lo que exponen queda apartado o se desoye porque no interesa. Así de claro.
Hace años, desde la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias me confesaron que existían unos almacenes en una isla determinada donde se acumulaban aparatos de televisión, las famosas tabletas y más y más elementos de tecnología. También me contaron que se amontonaban cosas absurdas como neveras, por ejemplo, que ya me dirán ustedes para qué quieren neveras en los colegios y en los institutos. Pero así son las cosas, y así van sucediendo sin que nadie ponga remedio y, mientras tanto, los adolescentes van perdiendo lo más importante de esa época de su vida que es no sólo el conocimiento, sino el comportamiento que es lo que convierte sus vidas en algo productivo interiormente. Y si miles y miles de estudiantes son conducidos al matadero de esa manera como si fueran borregos educados por un mismo sistema donde no se les permite la construcción afectiva sino solamente la construcción oportunista de decidir cuál va a ser su futuro, un futuro pensado y conducido al comportamiento uniformado y tecnológicamente dirigido, estaremos creando generaciones enteras de hombres y mujeres que piensan de la misma manera, que se comportan de manera parecida, que no saben discutir, que no saben transformar el mundo de forma distinta unos a otros, y donde no habrá posibilidad de incluir el debate que conduzca de la discusión al raciocinio y del raciocinio a la creación ideológica. Es decir, las aulas del futuro nos conducirán al fracaso personal de millones de seres humanos.
Elsa López
5 de marzo de 2024