Mi punto de encuentro con amigos y familiares siempre fueron las calles, y cuando esos puntos de encuentro se trasladaron a bares, poco a poco comencé a recluirme en mi hogar y, sin desearlo, mi círculo de amigos se fue cerrando y las amistades comenzaron a reducirse a compañeros de trabajo, baloncesto, estudios universitarios y compañeros de piso; amigos que a su vez se fueron reduciendo con el paso de los años. Por tanto, al tener como referencia de mi vida las calles, siento una fascinación y un deseo de vivirlas y de estar en ellas, sin asociarlas a establecimientos comerciales. Solo las calles por sí mismas despiertan en mí un deseo de compartir.
Sin embargo, las calles ahora son diferentes; las calles son negras, llenas de arena y, en muchas ocasiones, oscuras, no permitiendo divisar las macetas de la vecindad. Esas calles me transmiten otro tipo de experiencias; todas negativas, por supuesto, y sin querer las comparo con calles centenarias que fueron restauradas para convertirse en centros comerciales abiertos, calles hermosas que en el Valle de Aridane no podemos tener por la desgracia que estamos viviendo, pero también porque hay inercias inexplicables que impiden la adecuada restauración de inmuebles que permitan la generación de empleo y riqueza.
He tenido la suerte de ver calles de agua: Empuriabrava, Ámsterdam… y, cómo no, Venecia; calles adoquinadas en medio mundo; calles enormes, tanto en longitud como de ancho; pequeñas calles, no solo en La Palma, con sus callejones y sus hornos en voladizo; callejones que he podido ver en Estocolmo y Sevilla, por recordar algunas calles sorprendentes; y también he visto calles de arena, que me maravillaron hace más de 30 años por que no me las esperaba; me refiero a las calles de La Graciosa, aunque posteriormente haya visto calles de arena en Egipto, y otros países, pero esta es la primera vez que veo calles de arena negra, tristes por no poder albergar el color de las flores, de los coches, de las personas, de los distintos pavimentos, etc. En definitiva, calles que las personas trabajan en resucitar y que necesitamos para convivir, más que para ir de un lado para otro.
En el barrio donde vivo, hasta no hace tanto me tropezaba con vecinas y vecinos, muchos de ellos me reclamaban cuestiones muy variadas que carecen de importancia. Ahora, el color azabache de las mismas evitan que nos tropecemos y que compartamos, que es lo que siempre me ha gustado: compartir con vecinos/as y amigos/as en las calles, bromear con el que baja la basura cuando no debe, con el que limpiaba un coche ya reluciente o con la persona que limpia los despojos del perro; pero ahora la tragedia que muchas familias están padeciendo ha llegado a las calles, a los lugares donde las familias arrastradas por el dolor podían encontrar otras cosas de las que hablar. Recuperar las calles es sencillo, luchemos por ellas.