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Enterrado en los ojos que un día besó (39)

Miguel Jiménez Amaro

En El Palace, Pepe Legrá, El Puma de Baracoa, que estaba sentado con sus Dos Pumas Rubias y Mikel Norel, hablando sobre El Agua de Ruanda, - Legrá era un experto en este tema, su familia en Cuba provenía de esclavos que procedían de este país-, al ver que Constantine, junto a La Colegiala, se levantaban de la mesa y se dirigían a la de ellos, -sonaban de nuevo los taconazos de zapatos de aguja de aquel enigma de mujer y el de los botines blancos del consagrado actor en Italia y el mundo entero nacido en el barrio de San Telmo de Santa Cruz de La Palma- , pidió al camarero dos botellas de Cava Ex Vite Brut Reserva de Llopart.

Mikel Norel le preguntó al Puma de Baracoa que por qué había pedido dos botellas en vez de una, si con una botella daba para seis copas,  la misma pregunta que os habéis hecho vosotros. Legrá le contestó que Maguisa estaba saliendo del ascensor con un hombre de aspecto, por su ropa, mexicano. “Ese es El Charro, Pepe. Entonces tendrás que pedir El Llopart, o cualquier otra bebida, pero solo de Las Cosas Buenas de Miguel, de tres en tres botellas. Te advierto de otra cosa, El Charro no deja pagar a nadie”.

La Colegiala, una vez se levantó de la mesa se asió al brazo de Constantine, como había visto que hacían las actrices que interpretaban papeles junto con el divo. Constantine le dijo a La Colegiala que sus botines blancos irían al unísono de los tacones de aguja de ella.

La orquesta acababa de interpretar The time goes past. Entre la versión de la canción de Casablanca, una de las más escuchadas del cine, y la siguiente canción, otra de las del cine, solo se escucharon los tacones de La Colegiala y los de Constantine, que se dirigían a la mesa del Puma de Baracoa, a los que se sumaron, en aquella banda sonora,  los de los zapatos de Maguisa y las botas blancas mexicanas del Charro.

En aquel salón del Palace había parado la música, una parada entre canción y canción, y  luego se detuvo la conversación hipnotizados todos los habitantes de aquel magno hotel por aquel sonido ancestral de aquellos ocho asilvestrados tacones, mientras un camarero agrandaba la mesa y colocaba cuatro sillas más, y otro traía en una bandeja cuatro copas y tres botellas bien frías de Cava Ex Vite Brut Reserva de Llopart.

Maguisa, a la salida del ascensor, asió del brazo al Charro, de la misma manera que La Colegiala lo había hecho con Constantine. La mesa de Pepe Legrá, El Puma de Baracoa, estaba justo en medio de las dos parejas que  protagonizaban con sonrisa ancha aquel momento de la noche. Legrá, como cuando boxeaba dentro del ring, observaba como si fueran uno u otro puño de su contrincante a cada una de las dos parejas sin que su mirada hiciera esfuerzo en diferenciar una de otra; en el boxeo tienes que ver dos escenas al mismo tiempo, la del puño derecho e izquierdo de tu rival como la escena de aquellas dos parejas. Cuando las dos parejas llegaron, al mismo tiempo, a la mesa, El Puma de Baracoa dejó de sentirse como en un cuadrilátero con un rival que era zurdo y diestro al mismo tiempo. Pepe Legrá, cuando las dos parejas estuvieron a su misma altura, suspiró riendo con una risa del todo contagiosa. “Esta pasarela ha sido el combate más duro que ha tenido este campeón en toda su vida”.

Maguisa no se esperaba en ese día encontrarse con La Colegiala. La Colegiala  tampoco pensaba encontrarse con Maguisa. Ellas soltaron los brazos del Charro y Constantine para abrazarse. Maguisa, de familia pobre, del barrio de Calcinas, que de niña había trabajado en la casa burguesa de la Calle Real de la familia de La Colegiala, se alegró de verla, pues aparte de esta coincidencia en sus vidas marcada por la dialéctica de la existencia  de las clases sociales, como dirían los viejos y antiguos marxistas escondidos en formol, en la vida de ellas dos había otro nexo común, La Colegiala fue abducida por el General Gabacho el mismo día que Maguisa, Constantine y Mikel Norel partieron para Roma a rodar películas con Fellini. La Colegiala se alegró también de ver a Maguisa. Maguisa y La Colegiala se abrazaron como dos hermanas diciéndole al oído la una a la otra: “Desde un principio no me gustó aquel General Gabacho para ti. No te iba”.

El Puma de Baracoa llenó de Ex Vite Brut Reserva de Llopart las ocho copas vacías que estaban sobre la mesa. Tomó en aquella mesa el mismo papel que protagonizaba en la lona del cuadrilátero, el de primer actor. Se confesó como adicto al cine de aquellos tres actores que estaban sentados en aquel momento con él. Les hizo casi mil preguntas sobre sus películas y les planteó la posibilidad de él ir a Roma, con ellos tres, a conocer a Fellini. “Me siento actor cuando boxeo en un ring. En un estudio ha de ser todo más fácil. ¿O no?”

Miró a Maguisa y al Charro cambiando de conversación. “Tenéis algo, de lo que conozco muy bien, en la mirada. Lleváis toda la noche hasta que os sorprendió la mañana practicando El Agua de Ruanda. No os extrañéis por no haber podido dormir nada. El Agua de Ruanda tiene un poder rejuvenecedor, tal como lo estáis sintiendo. Ahora mismo, lo que queréis hacer es desayunar fuerte e ir a pasear a la calle”.

Maguisa le respondió que eso era precisamente lo que iban a hacer, que esa noche despedían el año en La Taberna de Chueca con una fiesta felliliana, y que ella no tenía disfraz, que quería salir a comprarlo con El Charro.

El Puma de Baracoa preguntó si él podía asistir a aquella fiesta con sus Dos Pumas Rubias. Los demás se miraron a los ojos y le respondieron que porqué no, y que era hasta muy posible que viniese Fellini.

Constantine comentó que se retiraba a descansar con La Colegiala, que no tenían claro todavía que disfraz llevar, que saldrían después de hacer una comida ligera a comprarlo, y que querían estar frescos para la fiesta, que empezaría temprano. Mikel Morel le había pedido la llave de su habitación al camarero. El Puma de Baracoa mandó a llamar un taxi para él y sus Dos Pumas Rubias, y se despidió diciendo que contasen con ellos para la despedida del año.

El Charro y Maguisa, cuando acabaron de desayunar salieron del Palace buscando la tienda de disfraces que les habían indicado  en el hotel. Al cruzar el primer paso de peatones se encontraron con Literato, Ulrike y Eladi, que se dirigían a La Taberna de Chueca. Literato y Ulrike le presentaron a Eladi la actriz del barrio de Calcinas de Santa Cruz de La Palma que se había convertido en primera estrella del cine italiano y mundial, y no dejaron de presentarle al Charro. Eladi le dijo a Maguisa que la conocía de las películas y también de La Palma, de cuando iba a limpiar por las tardes noches la notaría de su padre. Maguisa le contestó que ya se acordaba de él, pero que le había costado porque él en aquella época casi no tenía pelos en las axilas y las ingles.

Se rieron todos y siguieron caminando por la acera. Llegados a la esquina de Gran Vía, Maguisa y El Charro bajaron por Carmen y se dirigieron a la tienda de disfraces en las cercanías de la Plaza Mayor, y Literato, Ulrike y Eladi, lo hicieron a la calle La Libertad para luego alcanzar Chueca.

Al finalizar Libertad, en frente de La Carmencita, se encontraron con Carmencita que con cara alegre los invitó a pasar. Bajaron los cinco escalones del rellano, les abrió una botella de Integral Brut Nature de Llopart  en la barra y pidió a la cocina una ración de bacalao rebozado. Brindaron, y mientras esperaban el plato, les comentó la razón de la alegría que llevaba en su cara: su madre había accedido a la petición de su padre, moribundo en un hospital de México, de que lo fuesen a visitar ellas dos, en aquel país de acogida de perdedores republicanos, para despedirse de ellas y pedirles perdón.

Eladi no había probado un bacalao rebozado como aquel. Carmencita lo detectó en su cara. Pidió otro plato y mandó a abrir otra botella de Integral. Mientras bebían, Carmencita cantaba con los ojos llorosos, como la noche pasada, aquella canción que decía: “Madre, en la puerta hay un hombre, pide un pedazo de pan…” .

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