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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Enterrado en los ojos que un día besó (38)

Miguel Jiménez Amaro

Literato y Eladi se bajaron del coche en el garaje de casa de Literato. La luz ya había regresado. ¡Los plomos! Pero el ascensor aún no lo habían arreglado. ¡Una avería algo más difícil de arreglar que la de los plomos! La maleta de Eladi pesaba poco. La subió escaleras arriba sin ningún problema. La mili lo tenía hecho un jabato, aunque él tuvo más predilección por El Capitán Trueno. ¿Quizás porque la novia de este otro personaje se llamaba Sigrid, como El Ángel Pelirrojo?

Literato cogió los cuatro libros de Eladi y el sobre que había dejado Sigrid El Ángel Pelirrojo en el interior del Dodge Barreiros con la foto de Werther, el hijo de Sigrid y Literato, dentro, y empezó a cantar Sombras de Javier Solís, como había hecho hacía unas horas cuando salió de su casa y bajó caminando al garaje a oscuras para dirigirse a Barajas a recoger a Eladi.

Eladi le iba haciendo la segunda voz hasta llegar a la puerta de la casa que se la encontraron abierta y a Ulrike detrás de ella sonriendo, como siempre estaba, sonriendo, nadie ha podido decir que ha visto alguna vez a Ulrike con cara de enfado ¡Nadie! “En verdad, os debierais de dedicar ambos al canto”, les dijo Ulrike sonriendo a ellos dos.

Hasta el día de hoy, que se está escribiendo Enterrado en los ojos que un día besó (38), esta escalonada, no se sabe si para arriba o para abajo, historia, no se había detenido a pronunciar el nombre de la mujer de Literato, Ulrike, ni a hablar de su permanente sonrisa, que había heredado, como casi todo su físico, su hijo Hiperión.

Hiperión, hasta ser iniciado por Sor Ácrata en el tantra negro,  llevó con una inmensa alegría aquel parecido con su madre, con su sonrisa, y cuando empezó a tener sueños eróticos con ella no tuvo reparo ninguno en rebatirle a su director espiritual que por qué aquello era pecado y por qué tenía que hacer penitencia por ello. Dejó de entrevistarse con aquel atormentado hombre  y de ir por la iglesia, y siguió tomándose aquellos sueños llamados incestuosos como algo de la propia naturaleza, hasta que fue iniciado en el tantra negro de Sor Ácrata que ve en la madre de sus pupilos o acólitos una rival a la que hay que destruir para asentarse ella, la sacerdotisa,  en su lugar, no el personaje maternal que desde el mundo onírico guía a sus hijos a ser independientes, y a ceder su propio lugar dejándolo libre; y se volvió a empezar a sentir Hiperión tan atormentado como cuando lo maleaba su director espiritual.

El Tantra Negro de Sor Ácrata es todo lo contrario de la riqueza y libertad onírica. Es la dependencia total y de por vida, la esclavitud encubierta hacia la persona que supuestamente te iba a liberar, pero que lo que ha hecho es eternizar bajo secreto y venganza de muerte el servilismo hacia ella, como ocurre en tantas y tantas otras sectas.

Ulrike,  el mismo día en el que Hiperión llegó de noche a su casa, después de ser iniciado por Sor Ácrata, detectó que aquel hijo suyo no entraba por la puerta con la sonrisa que había salido y se alarmó por ello. Después de cenar los tres juntos, Hiperión, que no solía callar, se pasó toda aquella velada sin apenas llevarse bocado a la boca y sin balar. Como todas las noches, después de la cena, Literato acompañó a su hijo al dormitorio para leer, esta vez  en alemán,  alguno de los poemas de las obras completas de Hölderlin, texto del que ambos estaban escribiendo un ensayo, pero Hiperión le dijo que aquella noche solo quería escuchar la música de Erik Satie.

Padre e hijo se dieron las buenas noches con un beso en cada mejilla. Ulrike esperaba en la cama a Literato. “¿Te habrás dado cuenta, al igual que yo, que es la primera vez que vemos a este hijo nuestro llegar a casa sin su sonrisa?” “Sí, la tuya, pues él es igual a ti en todo. También es la primera vez que no lee conmigo antes de acostarse”. “Parece que tiene hechizos. No me gusta esa nueva profesora que le ha empezado a dar clase este curso”. “Sueles tener siempre razón en todo, Ulrike”. Se abrazaron y se quedaron dormidos.

A la mañana siguiente, Hiperión no volvía a tener la sonrisa de su madre en la cara, ni apenas desayunó tampoco, ni baló, y en sus ojos yacía enterrada Diotima. Hiperión no volvió a sonreír hasta que murió, hacía tres días, la festividad de Los Santos Inocentes.

En el portal del piso Eladi puso a descansar sobre el suelo su maleta para poder abrazar a Ulrike. No se había olvidado de aquella guapísima mujer, ni de su sonrisa, que conoció en Los Cancajos, en el Kiosco El Ancla, cuando él aun era adolescente, cuando no tenía siquiera la edad de Hiperión. Pasaron dentro, hasta el cuarto de estar. Literato fue a dejar los libros de Eladi sobre la mesa para acompañarlo a la habitación en la que se iba a quedar y se le cayeron al suelo. Ulrike dijo que ella se hacía cargo de recoger del suelo los libros y el sobre que se había desprendido de uno de ellos. Literato llevó a Eladi hasta la habitación que lo iba a alojar los días que estuviere en Madrid. Se quedó en ella colocando la ropa en el armario y tendido después unos minutos en la cama.

Literato al llegar al cuarto de estar se encontró los libros de Eladi sobre la mesa y a Ulrike sentada en el sofá con la foto de Werther en la mano mirándola detenidamente. “Si no hubiera escuchado la conversación que tuviste en sueños la noche pasada con Sigrid, El Ángel Pelirrojo, hubiera pensado que esta foto era tuya de adolescente”. “Sabes que no suelo recordar los sueños. Por eso mismo, Sigrid se me presentó en el coche al ir a buscar a Eladi a Barajas, y me contó todo lo que estuvimos hablando durante el sueño. Es verdad que Werther se me parece tanto como Hiperión se parecía a ti”. “Sí, nadie lo podría negar, veremos que le va a ocurrir cuando coincidamos en el cementerio de Tubinga, y él vea que sois absolutamente iguales, porque él no sabe aún quién es su padre. Él cree que Sigrid, a la que solo vio ingresada en un psiquiátrico de un pequeño pueblo cerca del que él se crió, es su hermana”.

Literato se levantó del sofá en el que estaba sentado al lado de Ulrike, fue a la cocina y trajo de la nevera una botella de Cava Integral Brut Nature de Llopart, cogió tres copas del aparador, las llenó, le llevó una a Eladí, que al verlo dormido se la dejó  sobre la mesa de noche para que se la tomase cuando se despertase, y se volvió a sentar al lado de Ulrike.

“No te agobies, Literato, El Ángel Pelirrojo me comentó en La Palma lo que había ocurrido entre ustedes dos en la playa de al lado de Los Cancajos, donde engendramos a Hiperión, lo que no me dijo nunca, -yo no volví a hablar con ella-, fue  lo de  Werther. Quizás, diciéndote esto, puedas entender mejor lo que le ocurrió a Sigrid contigo. Yo, de adolescente, iba a pasar todos los veranos a Alemania, al pueblo de donde era El Ángel Pelirrojo. Entre las dos surgió una amistad que acabó en enamoramiento. Como tú bien sabes, Sigrid era sodomizada por su padre. Aquella relación nuestra la salvó a ella de suicidarse. Nuestro amor duró varios veranos hasta uno en el que yo no pude ir a aquel pueblito alemán y te conocí a ti veraneando en Laredo. Ella conoció aquel mismo  año a otro chico, un hijo de palmero y alemana que fue con sus padres a un pueblo cercano al suyo. Aquella relación, como la nuestra, la de nosotras dos, la ayudó a seguir sobrellevando el problema con su padre. En aquella época estas situaciones no eran denunciables, se tapaban, se tapaban, te decían que era algo normal, que muchos padres lo hacían…Nosotras no nos volvimos a ver hasta que nos fuimos tú y yo de luna de miel a La Palma, en el Kiosco El Ancla. Allí me enteré, por ella, de que tú le habías dado clase  en la Universidad de Verano de Santander y más tarde en la Complutense, pero ella no supo que yo era tu novia, la mujer con la que te ibas a casar. Se alejó de ti para no causarte problemas.  Supo que yo era tu mujer  cuando te vio entrar conmigo en Casa Missippí. A mí no me había vuelto a ver desde el último verano que pasé en Alemania. ¡Y me ve casada contigo! ¡Y a ti, -que aunque te había hablado de ella no sabías de quién se trataba-,  casado conmigo! Me da la impresión de que la entiendo a ella y de que te entiendo a ti. Por lo que os ocurrió  no te pido ninguna explicación ni me la tienes que dar. Yo acepto ser la madre de Werther, ya que Sigrid no lo pudo ni puede serlo, pero muy a sabiendas de que nos va a ayudar desde el más allá a ser buenos padres con él”

Se escuchó que la puerta de la habitación de Eladi se abría y se cerraba. Se escucharon sus pasos por el pasillo hasta llegar al cuarto de estar. Sonrió. “Gracias, la copa está aún fría. No me apetecía beberla solo, sin vosotros dos”.    

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