Esencia de 'Potemkin'

10 de junio de 2022 10:28 h

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Cuando Catalina la grande allá por el siglo XVIII se anexionó Crimea, le dio dinero su amante Potemkin para que modernizara la región tras la guerra de anexión. Según la leyenda, un tiempo después decidió ir a ver magnánimamente la reconstrucción de la zona. Seis meses se pasó visitando pueblo a pueblo y admirando su obra. Pero como su amante se había gastado el dinero en sí mismo y no en Crimea, tuvo que idear un engaño para Catalina: pueblos de mentira. Pueblos que eran solo fachadas recién pintadas que la zarina pudiese ver a su paso.

Catalina no abría las puertas y comprobaba lo que había dentro, no preguntaba a los viandantes si estaban bien o quizás realmente no le importaban. Tampoco se daba cuenta de que eran los mismos vecinos día tras día cambiándose de ropa y si las casas eran las mismas fachadas cambiadas de orden. El mito Potemkin reza que los pueblos se desmontaban a su paso y se rearmaban río abajo para al día siguiente repetir la operación.

No sabemos si Catalina se dio cuenta de que solo eran fachadas y disimulaba por amor a su general. O simplemente disimulaba porque inteligentemente Potemkin le hacía mirar a cada pueblo como si fuera Cuenca... Lo que sí sabemos es que ignoró toda sustancia, que los pueblos eran para vivirlos, no para verlos. También sabemos desgraciadamente que la moraleja pervive.

Si hubiese habido redes sociales hace 300 años, habría al menos una foto diaria en nota de prensa, fuera relevante o no. Nada nuevo en la viña del señor. Hoy estamos acostumbrados, sin queja, a relaciones sociales superficiales. Gracias a Tinder, con un solo movimiento de dedo ante una pantalla, podemos tener relaciones íntimas con un extraño. Gracias a los influencers de YouTube, muchos forman su opinión sin criterio o aprendizaje. Gracias a Facebook, tenemos infinidad de amigos virtuales de pura fachada digital. Comemos con los ojos, la fruta impoluta importa más que el sabor. El culto a la imagen es casi una religión: en el nombre de la cirugía, de las dietas y de los santos filtros de Instagram.

La política por supuesto tampoco se salva de la superficialidad. Atrás queda la política de la buena la gran mayoría de las veces. Aquella en la que importaba la sustancia y transformar los sueños en derechos. Pedro Zerolo, que murió hace solo siete años (9 junio de 2015), estaría escandalizado ante las cervecitas muy de fachada para Instagram de la señora Ayuso o ante la campaña de la señora Olona, con fachada verde y repeinada, que por no tener no tiene ni programa electoral o es superficialmente andaluza. ¡Menuda chicha! Zerolo que soñó con el derecho fundamental de la igualdad y lo consiguió, para que ahora tengamos esto: política Potemkin sin empatía, de confrontamiento y sin la sustancia del servicio público o desarrollo.

No hace falta irse a Crimea, a Rusia, a Madrid o Andalucía. Aquí tenemos nuestros propios pueblos Potemkin. La sustancia es que necesitamos urgentemente una reconstrucción de amores propios, tragedias, hogares y vidas. Nuestra guerra ha sido un volcán. Así que necesitamos carreteras que unan por la costa porque a través 70 metros de altura de lava todavía caliente, no se puede construir como antes. Y necesitamos la sustancia de la seriedad para aceptar lo inevitable...o ¿a base de controversias electorales dejamos a Puerto Naos sin carretera tres o cuatro años más? ¿Quién, cargo público o no, va a asumir la responsabilidad de que la carretera no esté lista en el minuto uno de finalizar el desalojo en Puerto Naos y se pueda volver a casa?

Es hora de la sustancia de tomar las mejores decisiones, de refundar sobre las ruinas de la tragedia con responsabilidad. Las fachadas de las fotos innecesarias, de las críticas erosionantes y francamente irresponsables solo huelen a pintura nueva infumable. No necesitamos 11 plataformas ciudadanas, solo una unida o compromisos un minuto para declarar otra cosa al siguiente. No necesitamos desinformación interesada. Fiscalizar sí, siempre, pero negociar también. Necesitamos soluciones, trabajo con transcendencia, compromiso ciudadano y responsabilidad. Esa es la sustancia.

La zarina pasó a la historia por convertir a Rusia en una potencia a pesar del mito Potemkin. Sin duda, lo pudo hacer mejor y más rápido... Y sin duda, el término coloquial de llamar a todo esto política Potemkin queda mejor que llamarlo política de garrafón. Podemos entrar en campaña preelectoral, claro. Pero veremos quién pasa a la historia: los mediocres no serán recordados.