En el mundo del cine, la televisión y los medios de comunicación en España se habla de “acento castellano neutro”. Un concepto muy discutible y nada inofensivo.
- ¡Corten! – el director interrumpió la grabación – Iris, por favor, acércate al monitor. Vamos a revisar la toma.
Iris acudió con mirada interrogativa. Era su primera actuación en ese rodaje. Se sentaron frente a la pantalla y empezaron a ver el vídeo. Por más que miraba, no encontraba el problema. Esperó a que el propio director le despejara la duda:
- ¿Te escuchas? No suena nada canario.
Una actriz canaria interpretando un personaje canario que no habla con acento canario. Tras varios años en Madrid trabajando en series, películas, teatro, cortometrajes había tenido que cambiar su forma de hablar. Había automatizado el “acento neutro”, como ella misma lo llama. Pudo revertirlo sin mucho esfuerzo. Volvió a sesear, a aspirar las eses finales; a usar ‘ustedes’, como ya ponía el guion; y algunos cambios más. Dejó de hablar el “castellano neutro”.
Por español o castellano neutro se entiende un español desprovisto de acento local o regional. Una idea aparentemente razonable, pero que tiene una pega: todos los acentos están vinculados a un territorio. Lo que algunos llaman “castellano neutro”, el que se escucha de manera casi absoluta en el cine, la televisión y los medios de comunicación españoles, es un castellano peninsular aseado, retocado y pulimentado. Para dominarlo, un madrileño solo tiene que modular ciertos rasgos de su habla. Para un canario, o un andaluz, supone cambiar su acento sin garantías de que no suene forzado, artificial, postizo.
La idea de español neutro es originalmente cosa de Hollywood, aunque se refería a un español diferente. Con la transición al cine sonoro, en los años 1930, comenzó el doblaje. Los estudios de cine buscaron un español que fuera entendido y aceptado por todos los países hispanohablantes. Se creó un español cercano al español de México, un acento en un punto medio, ni muy caribeño ni muy castellano. Es el doblaje de las películas de Disney, entre otras.
En España, que producía sus propios doblajes desde 1931, Disney distribuyó películas dobladas en ese español neutro hasta Los rescatadores en Cangurolandia (1990). A partir de La Bella y la Bestia (1991), se empezó a doblar simultáneamente en “español europeo” (el neutro de Iris) y en “español latino” (el neutro original). Se entendió que el público español no aceptaba ese español internacional y quería los doblajes en su español puro, de verdad, el español premium. Desde entonces, en el cine o en las series que se ven en España nadie sesea salvo los extranjeros, personajes al margen de la ley o alguna criatura fantástica.
La lingüística, por su parte, no acepta esa idea de “acento neutro”. Prefiere un concepto aparentemente similar, pero mucho más riguroso: lengua estándar. Es el acento regional (léase variedad dialectal) dominante en un país, el que tiene más prestigio, el modelo de “hablar bien”. Es una cuestión subjetiva, de elección, de prioridad, de gustos.
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- ¡Cómo me mola este acento, pues!
- ¿En serio? Me parece tan feo mi acento. Me encantaría poder hablar castellano.
Ana reiteró que no le gustaba su acento canario. Estaban sentados en un estudio, alrededor de un piano de cola. “A mí me pone” insistía su profesor en un tono untuoso, zalamero. Ella repitió “castellano” estirando la ‘s’ interior (cassstellano), como practicando.
Ana Guerra, una concursante tinerfeña de OT 2017, recibió muchas críticas por este comentario. Aunque posiblemente lo dijo sin pensarlo mucho, refleja una idea que, consciente o inconscientemente, pervive en la mente de muchos canarios: el castellano peninsular es una forma de hablar mejor, superior a la suya propia. Así funciona el prestigio. Se puede dar más valor a algo que, objetivamente, vale lo mismo.
El español estándar en España, el modelo prestigioso, se forma también a partir del español castellano. Todo lo que se separe de él pasa por ser una anomalía, un accidente histórico. Los acentos periféricos son bonitos, melodiosos, graciosos, a menudo sensuales, pero no son premium. Ante eso, lo más sensato sería que toda esa gente cambiara su forma de hablar y comenzase a usar ese español gourmet. Lo que pasa es que no es tan fácil.
Y hay incluso quien se resiste.
A finales de 1977, Alfonso Guerra se dirigió a una multitud en Sevilla desde el balcón del ayuntamiento. Al poco de comenzar, se escucharon gritos desde el público:
- ¡Habla andaluz! ¡Habla andaluz!
El recién elegido diputado socialista por Sevilla castellanizó su pronunciación y empezó a “hablar fino”, algo que no gustó a muchos asistentes. Desde ese momento, fue uno de los políticos de Madrid con el acento andaluz más marcado. Felipe González tuvo menos reparos en rebajar su habla sevillana hasta dejarlo en una melodía meridional, reconocible pero descafeinada. Otros políticos andaluces, hasta un 75% según un estudio, adoptaron rasgos prominentes del español de Castilla. Si hablamos de los numerosos locutores de radio y televisión, actores y gente de los medios que trabajan en la capital, el porcentaje es aún mayor.
Tiene algo de paradójico que muchos sevillanos abracen el castellano de la villa y corte, pues fue en la Sevilla opulenta, cosmopolita y poderosa del siglo XVI donde surgió el español que se habla en Canarias y en América. Llegó a ser un español tan prestigioso como el de Toledo. Por desgracia, fue cayendo en el desprestigio al tiempo que el imperio español caía en la decadencia y Andalucía en la pauperización.
El español de Canarias es una escala del viaje del español desde la península hacia América. Se formó al mismo tiempo que el español americano y comparte con él los rasgos principales. En los siglos siguientes, el estrecho contacto de Canarias con América hizo que esa similitud se afianzase. La forma de hablar de los canarios está impregnada de siglos de historia, una historia incomparable.
Carmen Díaz Alayón, de la Academia Canaria de la Lengua, afirmó hace no mucho que el español de Canarias no está amenazado. Es posible que tenga razón, pero no se puede negar que hace tiempo que empezó un proceso de estandarización que aún no se sabe hasta dónde puede llegar. Estandarizar significa cambiar algo para ajustarlo a una norma. La inmensa mayoría de los cambios que se han producido en el español de Canarias en los últimos años han sido para acercarse a la norma nacional, al español peninsular. Un habla de la periferia, por mucho valor que tenga, está en clara desventaja ante el estándar nacional, su prestigio, su aplastante panoplia comunicativa (televisión, series, cine, redes sociales…), su poder de convicción y, en ocasiones, de imposición.
En todo caso, se trata de un proceso largo e impreciso. No se puede cambiar la forma de hablar como se cambia de ropa. Se van produciendo pequeños cambios graduales a lo largo de los años y a través de las generaciones. Cambios como, por ejemplo, la erosión del léxico, la extensión del leísmo o el incipiente uso de ‘vosotros’ y sus formas asociadas. Estos cambios también encuentran resistencia, personas que los rechazan por lealtad lingüística. De hecho, los únicos que pueden proteger y poner en valor el español de Canarias son los propios hablantes y las instituciones canarias. Nadie más se ocupará de él. El estándar nacional y su rodillo uniformizador ya tiene quien lo promueva y lo refuerce. Es poderoso y omnipresente, pero no puede decirse que sea un acento neutro. Está basado en la variedad dialectal que se habla en la capital del reino.