Madrid es España, España es Madrid

12 de marzo de 2025 16:01 h

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Buenos días, queridos oyentes. Han llegado las primeras lluvias del otoño. No os olvidéis el impermeable o el paraguas antes de salir a la calle

Levanta la vista de su taza de café. ¿Llueve? Adormilado, mira hacia la ventana de la cocina. Las cortinas no dejan ver el exterior, pero la luz que entra es la misma que la de los días anteriores. Luz de un día despejado, seco, cálido. No se oye el sonido de la lluvia. En la radio siguen con la actualidad política nacional y su bochornoso carrusel habitual. Donde él vive, no llueve. Llueve en Madrid, donde están los estudios de la emisora.

Es en casos como este cuando toma cuerpo de forma literal la curiosa y enrevesada expresión que la actual presidenta de la Comunidad de Madrid emitió hace unos años (Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?).

Sucede a menudo que los medios se refieren a lugares que están en la capital sin nombrar la ciudad. Hay que deducirlo. Un ejemplo. En un programa de Radio Nacional anunciaban el estreno de una obra de teatro en el teatro La Abadía. En los diez minutos que duró la emisión no dijeron ni una sola vez dónde está ese teatro. Suponer que el 85% por ciento de españoles que no viven en la capital saben que está en Madrid es mucho suponer. Es una muestra de un cierto marco mental, el mismo que Isabel Díaz Ayuso verbalizó aquel día.

No es algo que ocurra solo aquí. Tenemos el ejemplo clásico de Francia. Allí se habla de Paris, por un lado, y la province, por otro, como si se tratara de dos universos conviviendo en un mismo país. Hasta hace poco, España parecía estar lejos del centralismo desaforado de los franceses. Era un país más equilibrado entre sus diferentes partes. Tras las independencias de las repúblicas americanas en el primer tercio del siglo XIX, Madrid perdió gran parte de su preeminencia dentro del reino. Ya no era la capital de un gran imperio. Al mismo tiempo, el desarrollo industrial en España tuvo lugar sobre todo en el País Vasco y Cataluña debido a la presencia, entre otras cosas, de una burguesía activa y emprendedora inexistente en la capital. También por la política económica del propio Estado, que vio claro que había que invertir, proteger y fomentar el desarrollo de estas regiones del litoral, en detrimento de otras. Era una inversión segura. España fue desde entonces un estado con una capital política y cultural en el centro y una Barcelona manufacturera y moderna y un País Vasco industrial y próspero en la periferia. Valencia era otra ciudad en liza. Todas ellas hacían de contrapeso a la capital.

La relación de la capital con el resto del país siempre ha sido un tema que ha despertado un gran interés. En 2010, Germá Bel publicó España, capital París, un ensayo cuyo título resume la tesis del libro: Madrid siempre ha soñado con ser la París de España, sobre todo tras la llegada de los borbones al trono en 1705, en pleno absolutismo centralista en Francia. El autor hace un estudio histórico de la planificación de infraestructuras, el plan radial de carreteras y la red de ferrocarril, sobre todo la reciente red de AVE, para argumentar que el poder político asentado en la capital aspiró desde pronto a ser una capital total. No tenían la fuerza, pero sí las intenciones.

Madrid hace años que dejó de ser la ciudad popular, gris y funcionarial que fue durante mucho tiempo. Con el cambio de milenio, la desindustrialización y la transición hacia la economía financiera, digital y de servicios, la capital ha ido ganando posiciones y ya está entre las áreas metropolitanas más ricas de Europa y entre las mejores valoradas en la economía global. Además de ser centro político y cultural, se ha convertido en un centro empresarial, financiero y mediático. La descentralización política tras la vuelta de la democracia no parece haberle perjudicado, más bien al contrario. Se benefició mucho de la oleada de privatizaciones de empresas estatales, la mayoría con sede en la capital, en los años 80 y 90 (Telefónica, Iberia, Endesa, Repsol, etc.). Madrid crece más que nadie. Se calcula que en 2050 puede llegar a los 10 millones de habitantes. Hay quien sospecha que lo hace a costa de otros.

El lehendakari Pradales decía que Madrid se está convirtiendo en una capital total que drena la periferia, la vacía poco a poco y se convierte, de facto, en un instrumento al servicio de una concepción centrípeta y centralista del Estado. Sigue la estela del alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall quien, en 2001, en un citadísimo artículo en El País titulado “Madrid se va” seguido dos años más tarde por “Madrid se ha ido”, advertía que la política española estaba abrazando la idea de recentralización y uniformización y dejando atrás la idea de Estado pluricéntrico y diverso.

El urbanista Ernesto Caballero publicó en 2024 el ensayo Madrid DF, una defensa del crecimiento de Madrid. Lo presenta como algo lógico y normal, casi como una necesidad nacional o, al menos, como una buena estrategia para el país en un momento en el que las macrociudades están tomando un protagonismo que los Estados nacionales están perdiendo. Afirma que no sería una mala idea que España dispusiera una metrópolis bien situada a nivel internacional, un campeón global.

El mismo Caballero, que argumenta las bondades del crecimiento de Madrid, es cauto y advierte del peligro cierto de que Madrid se convierta en Megalópolis o ciudad-Estado, un agujero negro, en lugar de ser un centro de poder que “reparta juego” “un sol que caliente, pero que no abrase” y permita crecer a otras regiones.

Cuestiones como la gestión territorial requieren trabajo, negociación y mentalidad a largo plazo para sacar los planes y las ideas adelante. En un momento en que la política se ha polarizado hasta la trinchera y la parálisis, no se perciben ánimos de buscar un plan consensuado de país. Pasa exactamente lo mismo que con las pensiones, la educación, la cultura, la sanidad y tantas otras cuestiones, temas esenciales que precisan de una clase política dispuesta a ceder y negociar. En la situación actual, en lo territorial, se diría que hay dos frentes que no dialogan, o lo hacen poco: un frente al que no le importaría recentralizar y renacionalizar, que pone a Madrid como ejemplo del buen hacer en economía y donde hay quien llega a hablar de supresión de las autonomías. Otros defienden una España pluricéntrica y diversa, acusan a Madrid de malas prácticas como la competencia fiscal desleal (dumping) o de beneficiarse del “efecto capital”. Este segundo frente alberga tendencias rupturistas en su seno.

Mientras el debate no llega, Madrid crece a su aire. Desde 2017 supera a Cataluña, el tradicional motor económico, en porcentaje del PIB nacional. Ya está muy cerca del 20% del PIB español y la tendencia es a seguir subiendo. En Francia, el porcentaje del PIB de la región de París sobre el PIB nacional es del 30%. Las demás autonomías sufren un leve estancamiento e incluso un retroceso en ese porcentaje.

Si antes de empezar a convertirse en esta ciudad total en la que se está convirtiendo ya llovía en toda España cuando llovía en Madrid, es difícil prever qué pasará en los próximos años. Incluso en lugares ultraperiféricos como el nuestro nos preguntamos a dónde va Madrid.

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