Espacio de opinión de La Palma Ahora
La patologización del posicionamiento del adversario. Sobre el referéndum de Cataluña.
Uno de los peores relatos que pueden emitirse desde el periodismo, la política o la historia es aquel que patologiza determinados posicionamientos, fundamentalmente, el posicionamiento del adversario, es decir, presenta al adversario o a las personas que mantienen un determinado posicionamiento ideológico o moral como si fuesen meros enfermos. No se trata sólo de que, partiendo de este relato, se hace completamente imposible cualquier diálogo o debate, sino que se omite o rechaza cualquier análisis serio y riguroso acerca de las causas y orígenes de dichos posicionamientos.
Lo estamos viendo en determinados discursos, incluyendo algunos que son presentados como profundos análisis, sobre el referéndum del 1 de octubre en Cataluña, y resulta más inquietante cuando son sectores pretendidamente progresistas los que terminan asumiendo posicionamientos que serían propios de Vallejo-Nágera, el psiquiatra franquista que identificaba a la izquierda como una enfermedad mental.
En otros casos vemos discursos en los que, si bien no presentan a los independentistas como enfermos, sí atribuyen el crecimiento del independentismo en Cataluña a que numerosos sectores de población están siendo “manipulados”, por tanto, de nuevo presentando a amplias capas de la ciudadanía como ignorantes y fácilmente manipulables, pero estando manipuladas solamente, casualmente aquellos sectores que defienden posicionamientos soberanistas y no aquellos que defienden la posición contraria, que Cataluña siga formando parte del Estado español, convertido este segundo posicionamiento como el “natural”. Y de fondo resonando ese miedo a las masas del ultraconservador de Le Bon, poco compatible, por cierto, con una sociedad realmente democrática.
Desde sectores de izquierda se habla de un proyecto dirigido o liderado por la burguesía, olvidando la participación activa de numerosas organizaciones de base, incluyendo sindicatos de clase, en los actos y movilizaciones en pro del referéndum y, si bien es cierto que los partidos nacionalistas e independentistas catalanes obtienen más votos entre los sectores de las llamadas “clases medias”, con todos los matices que se quieran poner al concepto, también es cierto que en el conjunto del Estado también se da ese fenómeno para todos los partidos de izquierda, sean o no nacionalistas. En cuanto a la burguesía, la gran burguesía catalana ya se ha mostrado en diversas ocasiones contraria al referéndum, pero sería igualmente absurdo suponer que los sectores contrarios a la independencia están dirigidos por la burguesía.
Algunos hablarán del adoctrinamiento que, desde la infancia, viven en Cataluña por medio de los colegios o la televisión, como si no hubiera también adoctrinamiento en el resto del estado, o en la propia Cataluña, en el sentido opuesto, de hecho, en todo proceso de socialización y educación resulta difícil saber dónde está el límite del adoctrinamiento, más bien pareciera que no vemos nuestros propios adoctrinamientos, incluido el del dogma individualista liberal según el cual cada persona tomaría sus decisiones racionalmente, y sólo identificamos como tales cuando los practica el otro, es decir, cuando el sistema de valores en el cual son insertadas las personas difieren del nuestro y, por tanto, nos resulta chocante.
En todo este proceso lo que encontramos es una negación constante del adversario por parte de los sectores, llamémoslos así, “españolistas” o “constitucionalistas”, una negación del interlocutor en la cual se hace imposible cualquier diálogo, llegándose al extremo de presentar un referéndum, donde deberían participar tanto las personas partidarias del Sí como las personas partidarias del No, como si fuera una imposición. La mera existencia de independentistas expresando legítimamente sus opiniones, como igual de legítima es la opinión de quienes defienden la “españolidad de Cataluña”, es percibido por algunos como un ataque a sus principios, como el homófobo se siente atacado cuando ve a una persona homosexual expresarse tal y como se siente. Mientras se reprime y persigue a los independentistas se difunde en nuestros medios que es el partidario de España quien está siendo perseguido, mientras se dice que en los medios públicos catalanes apenas hay espacio para las voces contrarias a la independencia, se ve cómo lo más lógico del mundo que en los medios públicos españoles no haya espacio para las voces independentistas. Cuando sectores que no son independentistas piden al gobierno español más diálogo y que se reconozca el derecho a decidir que, recordemos, incluye tanto decidir una independencia como oponerse a ella, comienzan a sonar todas las alarmas porque esto derriba el discurso monolítico del derribo al contrario, olvidando que la democracia no es consenso, sino la confrontación democrática del disenso, el debate y discusión, si se quiere, de proyectos e ideas antagónicas.
En cuanto al nacionalismo, este concepto está en el fondo de esta patologización del adversario político, dicho de otro modo, es frecuente leer artículos y textos en los que se presenta al nacionalismo como una ideología enferma y que, potencialmente tiende al racismo, algo poco rigurosos con lo que ha sido la aparición y el desarrollo histórico de estos movimientos muy ligados a la propia contemporaneidad. Es más, la patologización del nacionalismo requiere negar la existencia del nacionalismo español precisamente por parte de los sectores más fuertemente nacionalistas españoles, para ellos nacionalistas serían solamente los otros, los periféricos, los que creen en “naciones inventadas” frente a la suya, que es una “nación verdadera”, ver la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio.
Por último está la frecuente confusión entre democracia y legalidad, cuando son conceptos completamente diferentes, por mucho que ambos sean constructos históricos. La democracia no es sinónimo de acatamiento de las leyes de una sociedad que se proclama como democrática, en una sociedad democrática la ley no debe estar por encima de la ciudadanía, sino que deben primar los derechos de las personas. De hecho, los procesos de democratización a lo largo de la historia se han dado, precisamente, a base de trascender o incluye infligir las leyes en esos momentos vigentes, y los procesos de democratización no han de tener un punto y final, sino que deben ser constantes.
Quien se oponga a la independencia de Cataluña no tiene por qué volverse independentista, pero la política requiere confrontación de ideas, requiere diálogo, debate y, por qué no, discusión, con el otro, pero lo que no puede hacer es negar al otro, bien sea mediante la represión o bien sea tratándolo como un enfermo, un loco, un fanático o una persona cándida que está siendo manipulada.