La historia nos enseña que la civilización comenzó con el desarrollo de las primeras ciudades, religiones, la escritura o la agricultura. Sin embargo, la antropología no ofrece consenso sobre el momento exacto en el que dejamos de ser “salvajes” para convertirnos en seres “civilizados”.
Me gusta pensar en la definición que propuso la antropóloga Margaret Mead a principios del siglo XX. Para ella, el verdadero indicio de humanidad fue el hallazgo de un fémur roto que, tiempo después, apareció curado. En el mundo animal, una fractura normalmente es sinónimo de muerte, porque los animales no suelen sobrevivir si quedan inmóviles. Pero este fémur sanado sugiere que alguien se quedó junto al herido, lo cuidó, inmovilizó la fractura y lo protegió hasta su recuperación. Esto, para mí, es la prueba de que nuestra humanidad no es cuestión de opiniones, sino de hechos.
Las primeras civilizaciones crecieron en comunidad, personas que se cuidaban mutuamente. Aunque la historia está llena de guerras, esclavitud y sometimiento de pueblos, mi pregunta es: ¿Somos hoy más civilizados que en los albores de la historia, o seguimos siendo igual de salvajes?
La inmigración de menores no acompañados: ¿civilización o barbarie?
Un ejemplo claro de esta tensión entre civilización y barbarie es la crisis de los menores inmigrantes no acompañados. Jóvenes e incluso niños que, huyendo de la violencia o la pobreza extrema, se embarcan en peligrosos viajes para buscar un futuro mejor. La barbarie se refleja en las condiciones inhumanas que enfrentan y en los sistemas y gobiernos que los criminalizan en lugar de protegerlos.
La civilización, por otro lado, debería manifestarse en la empatía y el apoyo de las comunidades, asegurando el bienestar de estos menores. Sin embargo, el discurso político y público polarizado a menudo los deshumaniza, convirtiéndolos en objetos de debate y mercancía de intercambio. Si miramos a Canarias, parece que hemos olvidado a nuestros propios parientes en Venezuela o Cuba. Hace un par de generaciones, muchos de nosotros también habríamos buscado una oportunidad en un barco. Los niños siguen siendo niños. Y si enviarlos a lo desconocido y a un incierto futuro, con la muerte en los talones es mejor que una muerte lenta en sus propios países, ¿qué vida tienen allá que no queremos ni mirar?
Gaza: fémures por sanar
Otro ejemplo es la reciente violencia en Gaza. El mundo se divide entre quienes lo llaman genocidio y quienes no, mientras muchos prefieren mirar hacia otro lado. ¿No hay fémures que cuidar en Gaza? El paralelismo entre lo que padecieron los judíos bajo el nazismo y la situación actual de los palestinos es dolorosamente evidente.
La humanidad no se mide solo por avances tecnológicos, sino por nuestra capacidad para cuidar a los más vulnerables. Hoy, seguimos siendo salvajes no solo por las acciones bárbaras de algunos, sino también por la indiferencia de quienes lo permiten.
¿Civilización o egoísmo?
La diferencia con los albores de la historia es que, entonces, la supervivencia no estaba garantizada. Ahora, para muchos de nosotros, lo está. Sin embargo, en lugar de ayudar a los que lo necesitan, nos aferramos al miedo de perder lo acumulado. En las antiguas tribus se compartía la comida y se curaban fémures. Hoy, parece que los verdaderos civilizados son aquellos que siguen compartiendo y cuidando. Si bien hemos avanzado en tecnología, educación y conocimiento, el egoísmo y la falta de solidaridad muestran que, en muchos sentidos, seguimos siendo igual de salvajes.