La vivienda

17 de mayo de 2025 21:33 h

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Es un derecho. Eso lo primero. Que venga alguien más fuerte que yo y me eche fuera para ocupar mi lugar, es una cosa muy discutible, pero lo que se dice el derecho a una vivienda digna, a unos precios razonables y en unas condiciones que me permitan vivir en ella de una manera aceptable, lo tengo. Por eso busco casa donde refugiarme cuando huyo del ruido y del cansancio; por eso busco que sea la mejor posible para habitarla, llegar del trabajo, comer, lavar mi ropa y sentarme en un sofá a ver la televisión, oír la radio o beberme una cerveza bien fría mirando un pedazo de cielo detrás de los cristales de mi ventana. Eso lo mínimo. Que plante flores o coloque libros en estanterías o la llene de fotos, carteles o ropa de segunda mano, eso es cosa mía y no de quien me la venda o me la alquile.

El problema está en las condiciones que me impongan quienes alquilan y ahora, incluso, en algunas cláusulas de venta. El problema está en que me pidan 750€ de alquiler más tres meses de fianza; el problema está en cambiar viviendas sociales en viviendas vacacionales; que aparezcan letreros en viviendas de alquiler que especifiquen que “mascotas no” lo que me parece algo cuestionable sobre todo si tienes mascota y no quieres dejarla tirada en una gasolinera o en medio de un descampado como hacen algunos cuando se van de vacaciones y la mascota te empieza a estorbar; pero lo que ya me parece que roza lo inmoral y es más que un problema es que me encuentre con un letrero que aparece últimamente con mayor frecuencia a la hora de buscar una casa donde vivir que dice textualmente: “sin niños”. ¿Cómo que sin niños? ¿Quién pide semejante cosa a quienes quieren alquilar? Me imagino que el prototipo de gente que pone esos anuncios es el ciudadano de medio pelo con chaleco de punto color gris, sin corbata y con señora incluida cargada de bolsas de distintos diseñadores. Seres sin sentido de la alegría o la generosidad que se creen los dueños del mundo y piden silencio en un cine cuando alguien se ríe; invitan al camarero a que mande callar al bebé que come en la mesa de al lado y está pasando el día con sus padres en un restaurante donde aún pueden verse parejas con niños, abuelos con niños o niños con niños.

¿Quiénes son esos seres parecidos a nosotros que quieren un planeta diseñado sólo para ellos, a su gusto y beneficio? Creo que esa especie debe desaparecer. Me refiero a quienes no quieren niños a su alrededor que corran, griten o rompan en sus oídos globos de colores y que son los mismos que cuando se compran una hermosa casita en el campo con campo y todo no quieren oír cantar los gallos ni ver cómo caga en los alrededores una vaca lechera; los mismos que alquilan una casa a la orilla de una playa y luego se quejan del ruido incesante, turbulento, perturbador y desagradable de las olas que van a estrellarse en las rocas de la orilla. Los mismos que especulan con nuestro dinero, nuestra sanidad y nuestra educación porque nada de eso les incumbe. Y lo digo con toda la rabia que ese desafecto produce en mi alma. A mí también me molestan los ruidos, me dan dolor de cabeza los gritos de los más pequeños y me saca de quicio el sonido incesante de una tórtola que vive en el piso de arriba, pero no por eso propongo que eliminen a quienes lo provocan o les niegue la entrada en mi edificio.

La verdad es que si me lo preguntan yo propondría que no alquilaran ni pisos ni casas ni jaulas a personas capaces de irritarse con los demás por esas pequeñas cosas; propondría a las autoridades un castigo severo a todos aquellos que alquilan sin respeto ni consideración a los vecinos que viven a su lado, porque la verdad es que la convivencia con gente así debe resultar muy dura y peligrosa para la salud de quienes tienen que soportarlos y, además, propondría un servicio de investigación para averiguar por qué hay tanta gente en mi barrio que alquila su casa y se larga a otra ciudad dejándonos en compañía de aquellos que vienen a ocupar viviendas donde no hay niños, ni perros, ni gatos, ni pájaros, ni conejos, ni tortugas y sólo habita un silencio aterrador y, para colmo, en la puerta cuelgan un símbolo que recuerda los que se ponían en los barrios ocupados por aquellos que nunca se quiere que ocupen nada por el temor infundado de ser de otra raza o de otra religión, o simplemente, por tener una ideología diferente a la que tienen los dueños o habitantes del lugar.

           ¿De quién es la culpa de tales desatinos? De entrada, nuestra, por haber permitido que las cosas llegaran a estos extremos; luego, de las autoridades y gobernantes que no son capaces de poner freno a la especulación y permiten que crezca el número de viviendas que vienen a ocupar el espacio que debería ser para alquileres a familias o ciudadanos que tienen que vivir en ese lugar por razones de estudio, trabajo, o, simplemente, personales. Y, para colmo, leo con asombro que hay determinadas instituciones que forman a la ciudadanía para que conviertan su residencia particular en vivienda vacacional en espacios donde todo el mundo sabe que hay un déficit enorme de vivienda pública. ¿Qué hacemos ante semejante disparate? Pues ya saben: levantarse, salir a la calle y gritar todo lo alto que se pueda contra aquel o aquello que nos convierta en carne de cañón; contra todo sistema que nos humille y nos intente dejar en la calle sin techo donde resguardarnos; alzarnos contra quienes pretenden hacernos comulgar con ruedas de molino mientras se enriquecen a nuestra costa con especulaciones de distinto matiz; no bajar la cabeza y seguir esperando que ocurra algún milagro entre los que estaría que la administración controlara o pueda controlar esas casas que, según tengo entendido, en su mayoría son ilegales sin ningún tipo de supervisión por lo que el fraude es doble: por un lado a las personas que buscan alquiler y no lo encuentran, y por otro lado a la hacienda pública que no percibe los impuestos que obliga la ley.

Y, lo más curioso, la gran paradoja de que siendo ilegales se anuncien libremente en plataformas de alquiler sin que nadie confirme su legitimidad ¡¡Qué inocencia la nuestra y qué maldad la suya!!

Elsa López

18 de mayo de 2025

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